Precariedad, (in) comodidades y adhesiones.
Ensayo del Colectivo Juguetes Perdidos
(http://www.colectivojuguetesperdidos.blogspot.com/)
Que somos
combustible de este presente, que nuestros cuerpos (sus fuerzas, sus deseos,
sus movimientos) sostienen las estructuras precarias de la actualidad, es algo
que se nos planta día a día, y a veces en acontecimientos trágicos que lo
muestran con ferocidad. Mucho hemos hablado de esta realidad que nos tiene como
protagonistas: de aquellos saberes y prácticas que son sangre y carne de cañón
de las estructuras y superficies frágiles de la ciudad, de los laburos, de los
espacios sociales; y también de todos sus subsuelos... Toda una geografía que
es contracara de la “felicidad pública”, de las imágenes del consumidor potente
sujeto de la reactivación económica. ¿Cómo concebir la seguridad (sus
discursos, sus imágenes, sus instituciones) sin la criminalización y las
muertes jóvenes por gatillos fáciles?, ¿cómo pensar las mejoras en el mercado
de trabajo formal sin la precarización de los pibes y las pibas de los deliverys, los call centers, las promociones,
los locales de venta de celulares o de ropa de un shopping?, ¿o el boom del mercado inmobiliario y la
construcción sin la pérdida de las vidas de los laburantes en las obras, las
ocupaciones de tierras que terminan mal, los desalojos y los mil quilombos en
torno a la vivienda?
Que ese roce con la superficie y subsuelo de la
época no tiene correlato directo en el plano de “la Política”, también es algo
evidente en las formas en que el tablero político y las politicidades se
despliegan en estos últimos años de vuelta de la política, de militancia, de
juventudes “politizadas”: la juventud como sujeto político representado o
activando en el plano de la política representativa, pero corriendo o dejando
en fuera de focomuchos de
sus problemas, inquietudes
y saberes propios, o
convirtiéndolos en demandas o consignas puestas a jugar en otro campo…
La complicidad de los inocentes
Somos inocentes y cómplices a la vez. Estas dos
figuras nos pueden ayudar a pensar las vinculaciones entrenosotros y la (s) época (s). Sobre todo en este
texto que pretende dejar de lado lamentos (ya no hay tiempo de lamentos) y
actitudes pasivas que a esta altura se nos vuelven sospechosas. De nuestra
inocencia hablamos bastante, en
relación a la precariedad y a las pantallas de juego heredadas. Soportamos,
fisuramos y (hermosos milagros colectivos de por medio) aguantamos en trabajos
de mierda, en mercados laborales cuyo axioma es la alta rotación. Hasta fueron
precarias nuestras fiestas generacionales (Cromañón como acontecimiento
irreductible). Lo dicho: las vidas jugadas en estas zonas inestables y frágiles
incorporaron saberes e informaciones sensibles que devinieron códigos para
movernos en estos terrenos. Saberes que fueron y son nuestro tesoro (por otra
parte, tesoro muchas veces invisibilizado cuando se trata de traducir esa
información en potencia política. En el plano económico requieren nuestro saber cómo generacional, en los niveles de La
política no tenemos representación. Mejor así en muchos casos).
Inocentes entonces por indiferenciados. Pero la cosa
no es tan simple. La inocencia devino complicidad, o convive con ella... Todo
lo que en un plano apostamos (y perdimos) nos endeudó en el otro. Nuestro
sufrimiento en la precariedad irremediablemente buscó comodidad y tranquilidad
en la vida cotidiana, volviéndola sospechosa. Viditas que se juegan desde
supuestos personales, viditas que buscan refugio y consuelo en las conocidas,
gastadas, heredadas formas-de-vida socialmente aceptadas.
Quizás caímos en la trampa; la huida de las
afecciones y los desbordes de la precariedad se terminan buscando en las
imágenes sociales que ella misma desarma. Cierra el círculo. Estamos pagando
los platos rotos de la precariedad y los estamos pagando de manera individual.
Y por supuesto, en cuotas que nos endeudan. Pero también hay miedo (el carozo
del asunto es nuestro temor). Miedo a encarar otras posibilidades vitales, resignación
frente a lo dado (pareja, familia, semana laboral-fin de semana de descanso,
desgano o fisura). También porque habría que saltar al abismo (no hay red para
caer, no inventamos otras imágenes que sujeten nuestras vidas). De todo esto
está hecha la complicidad de los inocentes.
Toda gobernabilidad descansa, produce, se sostiene
en una subjetividad (o en varias). ¿Cuál es
esta que vemos pasar frente a nosotros, que sentimos, que soportamos, que nos
atrapa, que contribuimos a crear y a hacer funcionar…?. Condicionados por
nuestra edad somos los casi ex
jóvenes de la época (los
jóvenes adultos del Kirchnerismo). Y acá es cuando emerge y se nos hace visible
nuestra cómplice e íntima alianza con la época (época muy bien caracterizada
por Cristina con la fórmula: Consumo
+ Trabajo = Paz Social. Aunque
tampoco sea tan pacífica la cosa... ya que debemos sumar a esta fórmula todas
las maquinarias del poder terapéutico que intervienen para mantenernos a flote
y sujetados. Muchos de los usos sociales y festivos o personales y
medicalizadores que le damos a nuestras
drogas también forman parte
de estas terapéuticas. Fisurar el fin de semana para volver a trabajar el lunes
(Aunque estemos amanecidos, obedecemos igual) o moderarnos para soportar la
semana laboral, el caos de la ciudad, los desbordes de la vida personal.
La comodidad organizada
Así es que participamos del consenso de la época y
hasta somos en nuestra cotidianeidad los que más lo sostenemos, la comodidad organizada es nuestra amarga utopía (como todas
las cosas, esta comodidad está sostenida por diferentes fuerzas: resignación,
impotencia, disfrute y goce, cinismo). Nuestra complicidad (nuestra en el
sentido amplio, “generacional”) se ve en el silencioso pero productivo y
deseado tránsito por las figuras que se creían agotadas, pero que, aun mutadas,
siguen en pie, organizando vidas: la familia, la idea de progreso, de bienestar
económico, de tranquilidad social, de mantener relaciones humanas “normales”
(¿Cómo estás?, ¿Todo tranquilo?,
¿Todo en orden?).
Mudez y ausencia de imágenes para nombrar parejas o
modos de estar juntos, para pensarnos como “padres” o “madres” (¿qué carajo es
ser padre o madre hoy?), para fantasear futuros, para nombrarnos en nuestros
trabajos… Gran ejemplo: tenemos una relación ambigua con el trabajo; conocemos y rechazamos
la precarización laboral, y nos jode, pero tampoco queremos la mera reposición
de la figura del trabajador –gil o no– ni nos cierra eso de “planta
permanente”; no somos trabajadores –en ninguna de sus formas y
mutaciones–, simplemente trabajamos. No nos da todo lo mismo, queremos crear
otra relación con el trabajo.
La alianza secreta, inaudible e invisible en
principio, pero sostenida muy fuertemente por todos y todas. Por la
gobernabilidad y la economía, (pero también por las máquinas culturales,
publicitarias, mediáticas) y por nosotros mismos. Por nuestros profundos y más
íntimos modos de vida. Sabemos que el poder empieza por la intimidad (donde
nuestros anhelos de orden son más intensos). Desde el fondo de nuestra
impotencia, pero también de nuestro desgano sostenemos el “modelo”. Y de nuevo:
somos más participantes y cómplices de lo que creemos o queremos, y no solo por
la negativa (en cuanto soportar, cargar en nuestras espaldas o entregar nuestros
esfuerzos), sino también por la positiva, por lo productivo (toda la materia
deseante que le aportamos, el conformismo que disfrutamos, con el que realmente
nos “comprometemos”). Acá chocamos con una certeza de época; lo personal ya no es político, es
comodidad.
Así es que transitamos una especie de anillo de moebius: inocentes y cómplices;
precariedad y comodidad organizada; impotencia-desgano-miedo y paz-consenso
social; anverso y reverso que se componen y funcionan produciendo planes de
vida (algunas mas desvitalizadas que otras, todas imágenes de vidas posibles,
al fin). Acá es donde se incuba la comodidad, donde se vuelve imposible, por
ausencia de imágenes comunes, por la inexistencia de supuestos colectivos
(¿quién se banca el ostracismo?), inquietar la felicidad-ambiente.
Además, en este embrollo es donde se compone la
prescindencia Política con la aceptación de la realidad social, donde se tocan
el nivel “macro” y el “micro”. Es decir, podemos estar ausentes del juego
político (por no ser una “generación”, ni la de los gloriosos 70´, ni la de los
cínicos 90´, ni los nihilistas dosmilunistas, ni menos los tiernos púberes de
la generación 2012, la generación Danonino),
pero no de los otros planos (económico, productivo, urbano, social, etc.) con
diferentes gradualidades, claro, por acción u omisión, en forma más activa o
más pasiva…
Como dijimos, cualquier tipo o forma de
gobernabilidad demanda una subjetividad que la sostenga y cuerpos que las
encarnen profundamente. Tenemos entonces una porción de la época que es
irremediablementenuestra. Conocemos el lado oscuro de las subjetividades
que sellan la pacificación social.
Lo trágico
Ocupamos una “posición de verdad” de la época, un
núcleo de verdad (no se banca muchas interpelaciones esa creencia de estar
“fuera de la época”, sin implicancia en sus supuestos). Ese lugar también nos
propone un devenir trágico. Trágico en cuanto no se lo sufre. O quiénes lo
sufren, sufren doble. Por habitar esta situación y este malestar y por ser
críticos. Sabemos también que acá no hay originalidad: cada época construye sus
subjetividades y su núcleo de verdad, su espacio de alianzas intimas entre Vida
y Política. Y en esos escenarios “históricos” hay quienes llevan las preguntas
a fondo, quienes se van en esas preguntas llevándolas hacia una línea de muerte
antes que hacia una derrota. Y acá es donde nosotros nos sentimos pequeños
(viditas después de todo), queriendo dar un salto difícil porque estamos solos
en eso de llevar las preguntas y las experimentaciones hasta las últimas
consecuencias. Quizás porque nos detiene el miedo. O porque no podemos. O no
queremos. O ya pensar de esta forma no es realista.
O lo más probable, de todo esto junto. Y de este subsuelo de soledad e
impotencia que acompaña nuestras movidas, sale este grito inter-generacional,
¿Dónde estamos?, ¿Qué estamos haciendo?, ¿Por qué no supimos crear otra cosa?,
¿Por qué esta clandestina alianza con la comodidad y el conformismo? ¿Cómo
convivimos con esta esquizofrenia que nos presenta como fuerza vital de la
época y como fuerzas sostenedoras de la subjetividad del orden, como servidores
y malos amos a la vez? Más aún, no tenemos ni el margen para enunciar esta
realidad.
Mutar porque otra no queda
Esta “paz social” no nace por generación espontánea,
no es una cuenta que nos cabe garpar a nosotros solos (que no supimos
“continuar” lo que generaciones pasadas hicieron…). Reconocemos y ya dijimos
que nos “quedamos en el molde” de la comodidad organizada. Pero si la verdad de
esta época es la promesa de todos y todas, también debemos incluir en estas
preguntas y “llamamientos” a los otros
generacionales (las
generaciones gloriosas, las generaciones dosmilunistas, etcétera), con las
preguntas que se plantearon (qué fueron de esas preguntas, hasta dónde
llegaron, cómo no quedarse inmóviles en una secuencia pasada, cómo mantenerse
vivos, y pillos…).
Pero también están los pares generacionales (los
casi-ex jóvenes, como nosotros) que presentan una disidencia o una postura
crítica que no es potente, porque se piensa y se apuesta desde un habitus
personal e individual. ¿De qué está hecha esa disidencia?, ¿Se acompaña con la
propia vida? (roqueros bonitos y educaditos, escritores cínicos y sagaces,
académicos estelares…). Todos participamos de este consenso de época. Por eso
descreemos de las posiciones críticas de la época que no acompañan sus posturas
con una intención de ponerle preguntas a una cotidianidad conservadora que es
lo intocable y la condición de posibilidad de las vidas-militantes, progresistas,
e incluso de las que se creen más allá de eso. ¿Cuál es el lugar para el
criticismo?, ¿y que sería poner la vida como pregunta?
Esto no es un manifiesto sobre una derrota, sino un llamado a
pensar en cómo hacer cuando la época pide otra cosa a los que se le oponen. Un
gesto intempestivo. Que busque desertar. No una novedad, algo nuevo. Mutar. Si,
mutar porque otra no queda.
Bises
Parimos o reinterpretamos “textos” –como el rock, la
calle, el fútbol, la noche, los aguantes– que fueron formas de vida, que
tuvieron la potencia de desplegar y poner en juego modos comunes de vivir. Pero
en estos tiempos esos inventos parecen haber perdido su efectividad. Seamos
claros en este punto: serán nuestras memorias, nuestros saberes, nuestras más
hermosas creaciones colectivas, pero no puede ser lo que valorice nuestras
vidas de aquí en más. Si rechazamos otras nostalgias, no podemos ser
indiferentes a las nostalgias
del presente. Si esas imágenes potentes al refugio de las cuáles moldeamos
nuestras vidas y nuestros deseos, se han agotado, no queda más por hacer, hay
que huir de ellas. No sin antes decir que no las cederemos sin más a los
expertos académicos, a los publicistas, a la Política o a los esteticistas.
Antes del final, seremos sus sepultureros y luego sus arqueólogos y
profanadores más brillantes. Nunca creímos del todo en la literalidad de esas
imágenes. Más bien, fueron ocasiones para fabular nuestras vidas de manera
colectiva. Lo vivido como agite y exageración, no como memoria museística.
Gambeteamos entre el agotamiento y la imposibilidad
de creación de lo nuevo. Entre las imágenes obsoletas y la nada. Entre la
impotencia y la potencia total de cuando está todo por hacerse…
(¿Lo continuaremos?)
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