Mientras
tanto.
Reflexiones
sobre precariedad y política, a partir de la película “Libre albedrío” (Dir. Matthias Glasner, Alemania, 2006).
1.
La vi hace 15 días. Más o
menos. Desde ese momento me deambula por el cuerpo. Va y viene. Pero no se va. Hablo
de “Libre albedrio”: película alemana del 2006 que nos cuenta la historia de Theo y Nattie.
Theo
es un violador compulsivo que cumplió una condena de nueve años en un centro
siquiátrico. Acaba de salir. Toma contacto con un flaco que regentea algo así como
un centro de reinserción para los que salen de lugares como los que él estuvo. Este
muchacho se mueve para conseguirle un laburo. Logra meterlo en una fábrica,
tipo una imprenta. Theo trabaja ahí lo más piola. Por ahora va todo
bien. Mientras, combate con una fuerza que le habita
adentro: el indómito deseo de violar y matar mujeres.
2.
Theo
organiza su vida: vive en esa pensión para “recuperados”, se hace amigo del
coordinador y va con él a un gimnasio de artes marciales y labura en la
imprenta.
Busca conocer chicas
huyendo de su ser violador. Es difícil. Lo vemos algunas veces rechazado, tranqui,
sin reacciones raras, pero en otras cuando espera un tren, va a un negocio, o anda
por la calle, asoma esa fuerza que busca repeler. Una inercia que desprecia
pero que está ahí. La historia de Theo es la de alguien que quiere pero no
puede, por que hay en él otro querer que puede más.
No hay un cuerpo que le
cuesta deshacer el sentido que lo organiza por la angustia de quebrar el molde;
no hay un devenir salvaje que busca romper con el yo impuesto; hay una
multiplicidad de fragmentos donde súbitamente hay uno que subsume a todos los
demás. Un sí mismo como un archipiélago de mosaicos difíciles de orquestar
sumido en el pánico de ser lo que no quiere ser pero que casi siempre lo
termina siendo.
Si todas las experiencias
de Theo constatan una coherencia
afectiva viscosa y precaria, se descalibra también su radar perceptivo y
pensante licuando cualquier sentido hegemónico. Theo no es alguien organizado
existencialmente bajo un determinado código que en su momento se hizo carne
pero que hoy ya no lo conmueve; que sus palabras lo rozan pero ya no lo marcan.
Esta interpelado
vorazmente por alfabetos distintos. Ese es su drama: mareado por constelaciones
diversas va armándose de a poco un mapa para su existencia, con el peligro de
caer y ser chupado por el impulso de violar y matar; una experiencia que en lo
inmediato le da una energía y placer brutal pero que al mismo tiempo rechaza.
El proyecto político de Theo
no se trata de sondear en su materia sensible en la búsqueda de puntos
luminosos que expandir, sino en investigar las pronunciadas grietas de su
cuerpo cubista configurando nuevos sentidos para su vida y tratando de
apaciguar su ser violador que irrumpe como una amenaza para esos eventuales
sentidos que busca trazar.
3.
Nattie es
una chica de 27 años que vive y trabaja con el padre. Agobiada por esta
relación decide largarse sola y armar su vida como pueda. Mientras se ocupa de
estas cosas, irradia una fobia por los hombres; en Nattie esta triturada cualquier
creencia en el amor.
Un día en un supermercado Nattie necesita plata para hacer
una compra que le mandaron a hacer de su nuevo laburo. Y ve a uno de los empelados
de su padre en la imprenta que anda comprando por ahí. Se acerca y lo encara.
Le pide un billete y éste le da. Ese empleado es Theo.
Colisionan dos economías
libidinales muy diferentes: en Theo un deseo petrificado en la posesión
frenética del cuerpo femenino; en Nattie una
huida desesperada del frente masculino. Colisión que por sus componentes
cualquiera postularía a priori que no encontrarían sinergia alguna o que
provocaría un estallido. Pero no: se mezclan y se va dibujando una fórmula que
descongela las fijaciones de cada uno y hace germinar nuevas condiciones de
vida.
La escena en el gimnasio
donde Theo y Nattie practican
ejercicios de lucha, se pegan piñas uno y el otro y ella no golpea por odio y él
no golpea para violar y matar, expone como se van enhebrado otras corrientes
afectivas, se correen memorias extendidas y mutan coordenadas perceptivas entre
ambos. En esta cocina existencial se pulen los nuevos hábitos de Theo y Nattie.
Tras idas y vueltas, Theo
y Nattie se enamoran y viven juntos.
En el balcón de su casa Nattie le
dice a Theo:
- Theo, mírame. Te amo. Es tan agradable…
- ¿Qué?
- Mirarte… y ser capaz de decir esto.
Ser capaz de oir mi voz cuando lo digo.
En esas palabras Nattie expresa sus sentimientos
por la Theo; en esas palabras se calcifican las costuras de las corrientes afectivas y los recuerdos
inmediatos que arman la pareja. Por eso necesita escucharlas. El lenguaje va
soldando y expandiendo los nuevos cuerpos, no los limita en algún código que presupone
una moral tabicando las infinitas búsquedas de lo sensorial.
4.
La relación entre Theo y Nattie se interrumpe de un
golpazo. Theo anda por la calle y ve a Nattie en
un bar con un par de compañeros de trabajo, tomando y riéndose -no le gusta
nada-. A todo esto, sigue andando y se manda a seguir a una mujer. En un estacionamiento
vacío y solitario, viola y masacra a la mina. El croquis existencial que Theo venía
trazando como devenir del Theo que buscaba combatir, se evapora de un mazazo.
Tras el hecho, en un
dialogo con Nattie , Theo
le vocifera este puñado de palabras:
- No sabes nada. ¡No sabes ni una
maldita cosa!
- Dejalo ya, por favor, dejalo…
- Antes de llegar aquí estuve encerrado nueve
años. Violé a tres mujeres. Primero las golpeé y luego me las cojí. Y metí a
una desnuda en un horno caliente… Quería… quería que todo estuviera bien entre
nosotros. Quería pararlo. Pero esta dentro de mí. Siempre… siempre. Y nunca va
a parar. Ahora estoy seguro. ¿Me escuchaste? ¡Nunca va a parar!
Theo se escapa y se
guarda. Nattie lo busca. Por un lado ella
lo odia, pero por otro está enamorada y hay una fuerza que la empuja a indagar en todo esto que pasa.
Luego de una pesquisa larga y con algunos
episodios brutales, Nattie lo encuentra a Theo en la playa,
sentado sobre la arena. Theo se corta las venas; Nattie lo abraza y llora. En un
plano vertical, vemos a Nattie de frente al
mar sosteniendo a Theo, ahora un cadáver naciente.
De esta historia nació
otra Nattie;
aprendió a proyectarse por fuera del padre olvidando ser la nena mimada y se mandó
a potenciar la vida que le ofrecía el recuerdo de Theo, pulverizando cualquier rol
de víctima y llorona.
Theo cae derrotado por qué
no puede vivir sin violar y matar, o mejor dicho, teme estar condenado a matar
incluso a lo que ama. Su dilema: vivir en el recuerdo de una época dorada que
ya no está y soportar lo insoportable, o dejar de vivir para aliviar la carga
infernal que padece a costa de excluir la posibilidad de volver a vivir una
existencia donde sus impulsos ya no lo gobiernen.
Theo decide matarse. Theo
se suicida por no bancar más su búsqueda, por hartarse del mientras tanto.
Hablamos de un cansancio
especial. No es el cansancio producto de las exigencias del laburo o el andar
en la calle gestionando una batería de circunstancias que nos permitan seguir a
flote. Tampoco es el agotamiento del estar harto de estar harto que nos empuja
a revisar los fundamentos de nuestra existencia, desvalorizando lo que creíamos
como absoluto. Es un cansancio que decanta de una lucha empantanada; buscamos rabiosamente
pero no cambia el panorama. Descartado cualquier voluntarismo y trabados en
nuestra coyuntura, la duración de la impotencia se estira y estira y cada vez
más ahogados no encontramos aire.
5.
En Theo -como en Nattie también-
hay una política basada en la memoria como campo de batalla. Porque si bien
nuestra existencia contemporánea se configura al calor de la amnesia como
epidemia social, también hay recuerdos que nos fijan brutalmente y nos modelan
a rajatabla.
La memoria como territorio
bélico, activa una lucha por destrabar formas enquistadas y olvidar costumbres
reactivas; despejar esos fragmentos que nos definen detonando su insistencia en
organizarnos. Y también hacer más presentes otros que andan más relegados; encender
recuerdos de lo que fuimos, tratando de capturar y corporizar la estela de una explosión
fugaz que permite creer en algo que podemos ser y que nos vitaliza.
Estos olvidos como destrucción
de hábitos y estos esfuerzos por hacer presentes situaciones donde nos reencontramos
con nuestra potencia política, son mutaciones profundas que experimentamos. Cambios
de piel en diferentes sentidos; a veces más copados, otros más fuleros.
Se abre así otra
expectativa con respecto al futuro. No hay para nosotros un final feliz ni trágico
escrito de antemano. Murió la historia lineal. El componente utópico como
intensidad afectiva, como gusto por la vida y necesidad de expandir nuestros
deseos, son conquistas posibles, que pueden acontecer como no, y a su vez, esos
campos de experiencia abiertos a empujones y codazos, duren más, duren menos, son
siempre de una duración improbable.
El problema político que
nos deja la ficción sobre Theo en relación a nuestros futuros, es la pregunta
de cómo encarar la repetición de la derrota. Encajonados buscando salir y penduleando
en una inercia donde las puntas para componer nuevos escenarios no aparecen, ¿cómo esperar sin esperanza? ¿Cómo
tomar fuerza cuando no descansamos en la ilusión de que algo nos puede caer del cielo para darnos una mano? ¿Cómo no sucumbir
ante el cansancio de una derrota que en su persistencia transforma en
insoportable la vida?