miércoles, 6 de abril de 2016

Salvarse y condenarse: Estrategias políticas y timbeo





1-  Salvarse como trabajo

Leo la noticia: un tipo de Senegal que llegó a España en una balsa y labura en unas plantaciones en Tenerife, se ganó el gordo de navidad. Cuatrocientos mil euros a la bolsa. Si: un refugiado ganó la lotería. "No puedo creerlo, si les dijera que no tenía ni cinco euros", vocifera emocionado el negro ante los micrófonos. “Esto cambió mi vida y la de mi familia. Adiós a las plantaciones”.

Un paria da un salto abismal y es millonario. Se salvó el negro. ¿Cómo lo hizo? Jugando. Y si: una de las éticas que sustenta hoy la timba es la de salvarse.

Salvarse para estar bien es huir de obligaciones-garrón y permitir un gasto de bacán: autos, pilcha, casas, tecnología, viajes zarpados y giras suculentas… o si no se alcanza una vida de bacan, por lo menos estar tranqui.  No se salvó pero está conforme. Se dio un gusto imposible por sus finanzas naturales. Importante: ¿de cuánto son los premios en una sala? Mencionemos algunos casos de tragamonedas: hace unos días en Rosario una máquina dio un premio de 680.000 pesos. A fines del año pasado, una sala de Merlo dio 49.305, y otra de Caseros 137.527. Uno de los récords del país lo tiene también Rosario, cuando a fines del 2013 hizo ganadora a una mujer con 2.700.000 pesos. Dependerá del paladar de cada jugador y sus condiciones de existencia si estas cifras implican salvarse o estar tranqui.

Decíamos: salvarse permite correr el cuerpo del desgaste urbano y todas sus demandas infernales. Un desplazamiento que blinda del cansancio. Históricamente el juego por plata en sus diversas expresiones fue una oportunidad de salvarse del trabajo (se jugaba poco en casinos, más que nada por lotería). En el contexto de una sociedad donde trabajar ya de por si era un sentido fuerte, se buscaba pasar de vivir para trabajar, a vivir para disfrutar. Zafar de un laburo por qué no gustaba, de los jefes ortibas, o para aumentar el nivel de consumo (una movilidad social meteórica no conquistada por el esfuerzo o las credenciales educativas).

Hoy es distinto. Para explicarnos se hace necesario diferenciar entre el mulo y el soldado. Mulo es el que el carga con el peso del displacer de un deber sentido como obligado (otra no queda, relincha por lo bajo). El soldado le pone huevo a una causa que le infla el pecho de sentido. Sea por la buena remuneración, el tipo de laburo que hace, el vértigo de la autogestión… Sea bajo el modo que sea, se mezcla en su mochila de ingresos planes sociales, transas, laburo asalariado, ayudas familiares…

Para el soldado y el mulo –fundamentalmente esta figura- salvarse por la timba es potenciar o reemplazar directamente el trabajo de buscar guita en la ciudad para zafar de todas sus rispideces –sea como sea ese laburo-.  Lo importante es conseguir dinero. Siempre el dinero. El trabajo asalariado como dignidad, acción primordial, ahora es impugnado por muchas generaciones. Lo que más vale es la capacidad de generar una buena moneda. Capitalizarse para gozar.


2- Algunos rasgos del salvarse

Decíamos que salvarse es un trabajo específico que busca ahorrar en el trabajo general de buscar guita en la ciudad para disfrutar de la moneda conseguida. El que se salva la hace bien. Hacerla bien es aprovechar la pura suerte; estar en el lugar adecuado en el momento propicio. Pero también sabemos que para salvarse hay planificación. Sí, hay una carrera para salvarse. Ya vimos la pedagogía de muchos jugadores en todos sus matices (http://www.losutil.blogspot.com.ar/2015/05/pedagogia-erotico-mercantil-notas-sobre.html)

Estas estrategias cargan con una vocación más o menos fervorosa. Para muchos jugar es una pasión. Un momento mágico y encantador. Cuando se organiza en el sentido de salvarse, se actualiza una vez más el espíritu de la burguesía heroica, aquel ethos aventurero que fundó el capitalismo; el atravesar territorios inciertos y arriesgarse a perderlo todo.

Más allá de esto, hay que decir que el trabajo que implica aprovechar el evento que nos permite salvarnos muchas veces es medio garrón. Por algo metodológico: para salvarse hay que implementar estrategias que no nos gustan. Jugar es una vocación, pero a veces hay que taparse la nariz si se quiere ganar –no son pocas las estrategias sacrificiales de muchos timberos-. Se banca todo por un sueño: salvarse. El cálculo es muy simple: es ahora o nunca. Hay que meterle. ¿Quien dijo que no hay más cultura del esfuerzo?

Pero también por su misma finalidad: a veces ni siquiera jugar es un gusto. Se prueba para salvarse. Gente que nunca jugó o lo hizo alguna vez y mucho no le interesó, ahora lo hace. Una deuda que pisa los talones, un gasto fuerte que se viene y que no se puede bancar… irrumpe la chance loca de jugar y ver qué pasa. Un salvarse que ya no sueña con franquear los límites de gasto instituidos sino de buscar la heroica, el tiro al pichón para no dejarse chupar por un bache pronunciado o directamente el abismo de las deudas.

Hablemos de la ética del salvarse y su componente inmoral; ser indiferente a transgredir la ley. No importa pasar de largo la barrera de la ley con tal de salvarse –el rol de la trampa que ya vimos (http://www.losutil.blogspot.com.ar/2015/05/pedagogia-erotico-mercantil-notas-sobre.html)-. Lo cual no implica que esté por fuera de toda regla: salvarse, hacerla bien, estar bien: conceptos de una nueva teología contemporánea. Salvarse como una redención terrenal: aquí y ahora damos con el premio. Por que salvarse es eso: dar un golpe. Algo que cae del cielo y hace saltar los carriles de la vida ya dada. Una experiencia que viene de una fuera, un imposible buscado que es alcanzado. Los bingos se transforman en un punto que en la cartografía urbana promete salvación. Por ahí ocurren los milagros.


3- Condenarse

Hay otra ética que sustenta el juego. Un timbear más cínico; apostar se transforma en un “como si”. Acá no es un tema de la magnitud del dinero de los premios, si es mucho o poco, si es para salvarse o estar tranqui un tiempo nomás. Hay un cambio cualitativo: ganar no es lo más importante. No deja de ser un sentido, seguro, pero ocupa un lugar secundario. Muy secundario.

¿Los motivos? Hay un cálculo muy simple en estas reflexiones: que ganar es difícil. Y si se gana, siempre es mucho más lo que se pierde. La proporción apuesta-triunfo es muy despareja. Pero hay otro relieve en esta figura tan heterogénea del condenarse: la convicción de que las salas hacen trampa; varios jugadores comentan que el bingo a los ganadores estafa y no paga, o que las máquinas están programadas para no dar premio nunca. Un fatalismo envenena al jugador: sabemos que cualquier juego que no respeta en su devenir sus reglas básicas o torne muy difícil ganar, pierde encanto. Por eso son condenados: les gusta jugar, los entretiene, aunque trinan por su dinámica. Una impotencia los oprime: la creencia que es imposible -o al menos muy difícil- modificar su situación por encontrarse frente a un poder que conciben como lejano e invencible. No pueden dejar de hacer lo que hacen, aunque eso que hacen no es como debería ser.


4- El condenado como llorón

Uno de los matices de la figura ética del condenarse es el de llorar.

Definimos llorar como un tipo de crítica que se entiende a partir de padecer un  malestar negativo, sea tristeza, bronca; ser tomado de sorpresa por la situación, o que sea parte del libreto diario; proyectar las causas del hecho en cualquier factor ajeno sin percibir el rol que cumple la propia existencia en la consistencia de lo que critica.  

Los que buscan ganar y se quejan de la sala por sus trampas, escasa cantidad de premios, lloran. Las gerencias de las salas se perciben como algo lejano, desconocido, pero de un manejo infalible e imposible de torcer. Lloran para dar lástima y esperar que todo cambie solo, o a lo sumo, que con su lamento estas autoridades absolutas y caprichosas los escuchen y en una de esas se compadezcan.

Lo potente de llorar: es un tipo de crítica. No banca agilado ni tampoco reniega pero en silencio, chupando amargura. Tiene algo de agite. ¿Lo reactivo? Que llorar nace de una percepción embotada, de una impotencia para elaborar malestares, y una negación de las fuerzas propias. Esto último es lo que más nos interesa: criticar la exterioridad que impone el llorón entre su ser y el escenario que lo afecta. No hay una activación que interrumpa lo que jode de la coyuntura planteada. No hay conquista.

En cambio, es necesario que pensemos que todo lo que ocurre es un emergente. La combustión de la mezcla de una multiplicidad de fuerzas que según como se combinen, así irrumpen. Y que nosotros somos parte de esa mezcla. A veces más condicionados, es cierto, otras quizá más activos. Pero siempre presentes.


5- Depósito y presupuesto

En el condenado hay una especie de culto a la responsabilidad. Se enfría el vitalismo épico del salvarse y toma forma un espíritu más medido, cauteloso. Aparecen en este sentido ligadas al jugar la idea de presupuesto y depósito. El presupuesto es conocer de antemano cuanto del paquete de ingresos en relación con ciertas frecuencias temporales se destinan a jugar. Cuanto del sueldo se gasta según las veces que se vaya al bingo. El plan: no moverse de esas cuentas. Resulta inconcebible que por jugar no se pague el alquiler, la luz, no tener para el colectivo… Y depósito, porque ya no se busca multiplicar el gasto realizado; no se compite con el bingo y los demás jugadores para ganar. Por eso es un depósito, una plata que no da más plata sino que se intercambia por un servicio cualquiera como si fuera ir a comer a una parrilla o dejar la ropa en un lavadero. Un gasto fijo más. La timba queda reducida a su lógica terapéutica: permite zafar de la vida, alivianar los impactos del hacer diario. Lo afirmativo es no quedarse amargado, secuestrado por las afecciones diarias, sino salir a buscar alegrías.

Desde este cristal ético del presupuesto y el depósito, aquellos que buscan salvarse o por lo menos redimirse -recuperar lo que le sacó el bingo-, resultan bastante inocentes. Y algo peor: si juegan con voracidad además de no ganar y perder fortunas esta el riesgo de quemarse la cabeza. Otra vez, irrumpe el terror al vicio.


6- Política y desplazamientos

Más allá de las coyunturas políticas del estilo K- anti K y Pro- anti Pro, en los últimos años otros proyectos políticos emergieron de nuestra sociedad. Salvarse, condenarse, son algunos de ellos. Éticas existenciales que organizan nuestra existencia en relación con el dinero, los estados de ánimo, la ciudad, el poder, el futuro…

Los proyectos políticos que encarnar el gobierno estatal inciden de lleno en estos proyectos y sus posibilidades regulando la moneda, las tarifas, el transporte, la seguridad, y tantos etc. Pero rastrear estas estrategias que van más allá de las gramáticas estatales y dan sustento a nuestras vidas y son poco visibilizadas por diferentes discursos políticos, se presenta como un desafío político muy necesario. Sin entender cuáles son los afectos que calcifican nuestra existencia bajo determinados sentidos, difícil que podamos problematizarla.  

Por eso nos interesa recuperar algunas cosas de estas figuras del salvarse y el condenarse. Como toda figura expresan una tendencia, una cierta regularidad en su funcionamiento y con diferentes matices, hasta algunos contradictorios. Pero muchos de estos matices conectados con otras circunstancias pueden abrir nuevas derivas. Por eso nos interesa investigar políticamente la ambivalencia que palpita en las formas que vivimos, pensar estratégicamente como actuar hoy.


7- Hacer banda y bancar

¿Qué pasa si el salvarse no es potenciar al infinito el presupuesto económico, sino un correrse de la vida presupuestada como sensibilidad valorativa? ¿Cómo un fuerte ingreso de billete permite ahorrar tiempo, energías, para crear otros valores de vida? El salvarse que busca estirar al límite sus recursos, gana en poder pero legitima todo un estilo de vida ya dado. La pregunta es como activar una potencia que trace y organice nuevos valores en su propio andar (transvaloración que, insistimos, sea un desplazamiento y no una negación del salvarse).

Un salvarse ya no como alcanzar una meta de consumo sino hacerse lugar en una dinámica reactiva dotándonos de recursos. A ese movimiento lo llamamos hacer banda y bancar; aliarnos con a otros ganar en espacios y sostenerlos.

Nuestra existencia se despliega en un ambiente precario que en muchos casos expone su virulencia en tanto amenaza de desintegración, sea de laburos, problemas de salud, de vivienda, familiares, accidentes climáticos, los que sea. Hacer banda y bancar, es la reunión de fuerzas a las cuales apelamos para afirmarnos armando un espacio propio, el cual a su vez hay que sostenerlo, bancarlo.  Hacer banda es una acción imprescindible para cortar con un ritmo que nos desarma dando lugar a uno que nos sostiene y que hay que mantener.

Como el salvarse, hacer banda y bancar busca correrse de todo un vértigo abrumador. Pero la diferencia es que en ese correrse se niega un punto a donde llegar sustentado en los sentidos imperantes. Bancar es configurar un territorio propio y que no se sabe para donde puede salir.


8- Poner huevo

El condenarse en una de sus dimensiones cuestiona el estado de las cosas –la gestión tramposa de la burocracia binguera-. Lo hace como vimos desde la crítica llorona, es cierto. Pero al menos late una inquietud y no le da todo lo mismo; no hay una anemia afectiva con respecto a cómo nos repercute el mundo. La pregunta es cómo recuperar una crítica que se interese por armar nuevos mapas vitales. Esa fuerza crítica la llamamos poner huevo.

Poner huevo como la fuerza que le ponemos a la búsqueda de interrumpir una situación y armar otra. Algo de golpe nos impacta y de ese sacudón nos activamos. Es una elaboración de los malestares que busca armar algo a partir de lo que tiene a mano –en esto se diferencia del llorar-).

Poner huevo escapa de cualquier voluntarismo. Por dos motivos. Va el primero: es llevar al extremo lo que podemos ser, un acelerar que no muta y no deviene otra cosa. Es potencia cuantitativa. Nos empujamos al fondo, algo valioso, pero seguimos siendo lo mismo que éramos. Estiramos nuestra voluntad pero de lo que se trata es de abrir paso a otras fuerzas que palpitan en nosotros y que desean componer con otros para disparar otra coyuntura que la actual. Vamos con el segundo motivo: la única virtud de una fuerza política no puede ser poner huevo; la actitud sin forma ni contenido es un sinsentido. Sin ideas, sin coordenadas claras, recursos de donde echar mano, somos puro choque. Poner huevo es ponernos en movimiento, es una búsqueda: pero sin armar otros mapas es un gesto en sí mismo bancable pero estéril a largo plazo. La frustración tarde o temprano irrumpe en nosotros.

Sin poner huevo como malestar que se organiza en inquietud, no surgen nuevos conceptos, formas de organización, cambios rotundos en nuestra forma de ser; pero sin que se plasme nuestras inquietudes en instancias concretas donde se calcifique antagonizando y haciendo cambiar nuestras condiciones concretas, el poner huevo se vuelve impotente y se disipa.


9- Riqueza, economía y política 

Hacer banda y bancar como el Poner huevo son ambivalencias que rescatamos de las figuras del salvarse y el condenarse como premisas de época -para lo que sea, partimos de ese lugar-. Y a propósito de estos desplazamientos, nos interesa plantear la idea de riqueza, como posibilidad o no de su fortalecimiento vital.

Decimos riqueza porque somos la resultante de lo que hacemos y como nos apropiamos del mundo. En los intercambios con los demás nos definimos. No partimos de una definición exacta que más o menos se adapta a lo que nos pasa; por el devenir de experiencias que vivimos nos vamos cocinando. Si vamos fortaleciendo unas coordenadas, nos enriquecemos; si se debilitan, nos empobrecemos.

Eso que somos lo somos, pero podemos ser otra cosa. Mutación que depende también de los intercambios que tenemos con el mundo. Que cambiemos radicalmente y engordemos esa nueva valoración también se define como un proceso de enriquecimiento; y su bloqueo es empobrecimiento.

¿Cuándo decimos entonces que nos enriquecemos o empobrecemos? Cuando perforamos y fortalecemos valores que permiten dejar correr afectos que desactivan los parámetros de normalización vigentes. Cuando incorporamos y fortalecemos el valor absoluto es un enriquecimiento triste; cuando fortalecemos un valor nuevo, es un enriquecimiento potente.

Algo importante: la noción de riqueza se diferencia de la felicidad. Cuando hablamos de felicidad somos tentados a referirnos a un devenir lineal y la búsqueda de una meta absoluta, o como un estado fijo y limitada a momentos exclusivos. Seguimos dentro de una estrategia normalizadora.

Enriquecerse es un proceso. Un proceso entendido como acción y sensibilidad. Riqueza como acción: la magia del hacer mismo y lo que se hace. No solo el resultado de lo que hacemos sino el proceso mismo del hacer. Riqueza como sensibilidad: arrancar la vida de cualquier fatalismo y reconocer que siempre estamos presentes en el mundo con posibilidades de modificarlo, como que si o si dependemos de los demás –tanto por soportar un fatalismo a partir de autoridades absolutas que nos verdeguean, como para armar alianzas que ayuden a destrabarlo-.

Al concebir la riqueza de esta manera nos alejamos de ciertos discursos de estos últimos años que hablan sobre la distribución de la riqueza. La riqueza no se limita a los niveles de ingresos sociales y su respectivas chances de compra. No. Los gráficos de torta, el Índice de Gini, las tasas de inflación, son escalas que miden un cierto tipo de riqueza. Que quede claro: nadie niega la importancia de cuestionar la cartelización de los súper y el empuje de precios que provocan, de que cobremos un buen sueldo, tener una casa propia, ni mucho menos. Lo que pasa es que se supone toda una serie de valores vitales de antemano, a los cuales se supone también que debemos acoplarnos. ¿Qué significa tener mucho o tener poco? ¿Desde qué cristal definimos esto? Una distribución de la riqueza es la generación de las condiciones que permitan la lucha por conquistar espacios de libertad para que germinen múltiples valoraciones que gravitan en nuestros cuerpos. La construcción de una democracia real.


Con esta noción de riqueza se suprime la escisión entre economía y política. La economía es erótica (http://www.losutil.blogspot.com.ar/2016/01/mercados-afectivos-contra-la.html) y la política es la intervención sobre los vericuetos de esa economía con sus ganancias, pérdidas, inversiones, ahorros, deudas, balances, siempre bajo el sentido de enriquecerse. Figuras como la de salvarse y condenarse habrá que ver como se enriquecen o empobrecen ante un nuevo escenario político desde el manejo de las palancas del estado por parte de Mauricio y su banda del Pro. Ante esta parada bastante fulera nosotros apostamos por poner huevo y bancar.

domingo, 14 de febrero de 2016

¿Qué es la vitalidad?



Cómo se mueven. La muestra de la eterna juventud. No se puede creer cómo está Jagger físicamente. Están intactos.

De todos estos enunciados que apuntan a celebrar una vitalidad abstracta ligada a aspectos físicos, hay una palabra que quiero discutir más que ninguna: intactos. Como si el tiempo no les pasara, dicen. Mentira: el mérito es que el tiempo les pasó; pero ellos lo pasaron a él.

Es la diferencia entre lo intacto y la duración. Lo intacto deja incólume a un cuerpo del roce de la experiencia. Las cosas pasan, pero no lo tocan. La duración expone las diferentes fluctuaciones por las que pasa una vida en función de los hechos que la van afectando y los ciclos que emergen a raíz de esa dinámica.

Los Stone fueron contemporáneos. Contemporáneos en tanto ser una fuerza social que no se acomodaba al presente establecido. No se sentaban cómodos en los lugares que les esperaban. Eran un presente puro que reclamaba una vida propia. En una entrevista le preguntan a Brain que hacía antes de la banda y decía: “estaba esperando que ocurra algo”. Ese algo fue el rock y los Stone.

Durar es una permanencia que exige un trabajo: ensayar, pensar los shows, componer, viajar, superar los quilombos internos y personales, reponerse del tiempo biológico y las facturas que hace llegar. Luego de tantos años y tantas marcas en sus cuerpos, siguen. Continuar durando, eso es vigencia.

Esa vigencia de lo contemporáneo para los Stone –durar hasta hoy- es lo más bancable de ellos como vitalidad. Vitalidad que permite una vigencia que no es monopolio de la banda. Para que la banda dure se nutre de nuestra energía. Ellos lo dicen siempre: les gusta hacer lo que hacen, no imaginan su vida sin la banda. Es cierto. Pero para activarse necesitan de un combustible. Y esa fuerza que le da vigencia a los Stone proviene de nuestros cuerpos. Richard lo explico varias veces: siguen porque saben lo que nos generan. Circularidad que apreciamos en los recitales: de la banda se reían todo el tiempo, se miraban sorprendidos, Jagger agitando con cualquier cosa que le tiren, y nosotros ahí abajo, disfrutando de todo.

Leer a los Stone como algo intacto, simple formalidad joven, dando valor de por si a estar flaco, moverse, no es el balance que queremos hacer. Menos todavía negar nuestra parte en la banda. Si llegaron hasta acá, es porque algo nosotros también les provocamos para que arranquen otra vez y sigan durando.

Pos recitales, con este cosquilleo que nos quedo en los nervios, pedimos que vuelvan. Que sigan tocando. 200 años más. Pero también los Stone son una imagen de vida. La postura de cómo morir implica una postura de cómo vivir. Una de las imágenes que dio el rock fue la de vida intensa y muerte joven. Que importa vivir mucho si se vive muerto. Fue una opción. Los Stone proponen durar en lo contemporáneo. Trabajar por ser nosotros mismos. Subsumir la existencia en hacerse vigentes. Nos pregunto: ¿cómo ser hoy contemporáneos de nosotros mismos? ¿Aceptamos de una el mandato de que hay que vivir para generar guita, de entregar casi todo el tiempo y la energía al laburo? ¿Cómo construir una duración propia y darle vigencia? Preguntas que se van armando en esta nausea del pos La Plata. Legado pedagógico de sus majestades en esta visita.

lunes, 8 de febrero de 2016

Ovación



No me acuerdo porque número de tema iban -me parece que un poco antes de la mitad-. Jagger se dispone a conducir uno de los tradicionales ritos del recital: las presentaciones de los integrantes de la banda. Van pasando, uno por uno. Arranca con Woods. Termina con Richards.

Y ahí el estadio explota: “oleeeee, olee, olee, olee, Riiichaaaard, Riiichaaaard…”.Una vez y otra vez. El tipo emocionado dice “tankiu, tankiu”. Una segunda ola de voces: “oleeeee, olee, olee, olee, Riiichaaaard, Riiichaaaard…”.

Ahí Keith dice algo que no lo entiendo porque no sé inglés, pero también mueve los brazos, se tira para atrás con todo el cuerpo; queda claro que una electricidad lo desestabiliza y afirma un “no sé qué decirles… esto es demasiado”.

La de Richard fue la ovación mas intensa, pero ya de por si la ovación es una intensidad del lenguaje. Una ovación no es una aprobación, por más fervorosa que sea.

Que nosotros estiremos el cántico por Richard, que lo hagamos cada vez más fuerte quemando la garganta, rebotando a full y rompiéndose las manos con aplausos, dio lugar a una avalancha musical sobre el escenario con un cuerpo cada vez más fibroso que abrazaba fuerte a Richard –cada vez más fuerte- y le decía que lo quería.

Si el silencio profundo, poblado de sensibilidad, es un recalcular minucioso de nuestra existencia; si el grito como desesperación es la expresión de un rechazo salvaje a lo que nos resulta insoportable, la ovación es un agradecimiento que evidencia un estado de nuestras fuerzas y cuerpos de alegría extrema.

¿Qué se agradece? ¿Por qué? Difícil saberlo sin una arquelogía de nuestras vidas. Pero por ahora algo ya sabemos: no se trata de una aprobación mundana. A partir de lo que ya somos, algo nos generó esa figura al nivel de nuestra anatomía existencial, que nos empuja a una afectividad inmensa como agradecimiento que se plasmó en la conformación de un gran cuerpo en el campo que generaba un mensaje al calor de una pasión multitudinaria. 

Lo cual fue recíproco: Richard no respondió con gestos y palabras extraídas de un repertorio ya definido por una cortesía de costumbre, sino que no sabe qué decir, se le quiebra la voz… está superado. Hizo masa y se conecto a full con la ovación. Situación que no lo idolatra sino que lo deja a la estatura de cualquier mortal: desarmado en su desnudez emotiva.  


Mensajes que no se miden por su complejidad discursiva. Para nada. No importa que parezcan simples -sabemos nunca faltaron los que denigraron el “ole” por cavernoso…-. Ya lo dijimos: en la ovación encontramos su lógica en hacer temblar nuestros cuerpos dejando salir en nombre de los detalles más íntimos de nuestro devenir histórico, de lo más verdadero de nuestra existencia, un gracias eterno. 

sábado, 23 de enero de 2016

Mercados afectivos: contra la crítica ortiba y el peligro del vicio en el juego

















 1-               La crítica ortiba

Las multitudes que juegan en Argentina se explican por mutaciones en las posibilidades de ingresos de los últimos años: bolsillos suculentos bancan la joda. Dinero líquido, porque a los bingos se va con efectivo; ahí no hay tarjeta que valga. Hay miles de estrategias para capitalizarse, pero todas terminan con el mismo final: papeles de colores en las manos.

Primera mutación entonces: mayor flujo de guita. Pero hay otro cambio que hay que atender: el derrumbe del ascetismo. No importa gastar plata para jugar. No hay culpa. Apostar en las salas es la caída del último bastión de una cultura del ahorro y canuta para los gastos. Porque se puede gastar en diferentes tipos de consumo, pero jugar… es casi como tirar la plata. Más todavía si las salas están diseminadas por todos los centros urbanos y ya no se limitan a enclaves turísticos. Se potencia la frecuencia del juego; en Argentina son muchos los que juegan, y varias veces (ver: http://www.losutil.blogspot.com.ar/2015/02/tranquilossolos-y-entretenidos-un.html)

Más allá de estos cambios éticos que mencionamos, ante la mirada negativa que recae sobre la timba generalmente, se entiende que muchos jugadores sientan algo de vergüenza. Jugar todavía tiene algo de tabú. Vemos según los días y horarios –en la semana por las mañanas y las tardes por ejemplo- a la gente entrar y salir rápido de las salas, o cuando fuman en la calle se ponen de espaldas por si alguien que pasa les ficha las caras. Un culto a la intimidad y lo clandestino.

El rechazo al juego se dibuja en diferentes direcciones. Por un lado, una crítica a la racionalidad y capacidad operativa de la gente en el manejo de sus presupuestos: se malgastan los ingresos en vez de cubrir otras necesidades de primer orden. Otro punto es la crítica a la desintegración social: la timba empuja a las peleas familiares, desinterés por el trabajo, enfermedades mentales. Por último, la critica moral: las recaudaciones de las apuestas en las salas son parte de un financiamiento espurio de la política.

Discursos que emanan de iglesias y doctrinas diversas, funcionarios y organizaciones sociales, intelectuales ilustrados, y muchos laburantes también.  Se busca un bloqueo del deseo por jugar. O al menos una merma: muchos no reniegan de la timba binguera, pero sí de su intensidad; disponible a todo momento y lugar, se convierte en una tentación difícil de escapar.


 2-               El peligro del vicio

Ante esta mirada bardera muchos jugadores nos explican que su gasto es igual que cualquier otro: comprarse un pantalón o ir a comer afuera. No hay culpa. Pero sí una responsabilidad estratégica: no gastar de más. Jugar es una pérdida de dinero controlada en el marco de un presupuesto ya establecido como posibilidad de entretenimiento.

Pero cuando esta responsabilidad falla hay una culpa muy fuerte. No por gastar, sino por no controlarse. Gastar de más es a lo sumo un problema de gestión, pero gastar sin pensarlo es un drama que pone en jaque la estructura personal de quien juega. Los jugadores –no los que van a jugar de vez en cuando, sino los apasionados por la timba- reivindican ir a las salas pero siempre sobrevuela sobre sus cabezas un miedo crónico, casi un terror: el vicio.

El jugar moviliza pasiones intensas que se definen en diferentes umbrales. De un jugar tranqui, se pasa a otro escalón de episodios momentáneos  de un rapto voraz –fugar a la casa a buscar más efectivo, mandarse a sacar guita de un cajero-. Pero llegado el caso se ingresa a un remolino donde el deseo indómito se hace costumbre. De eso hablamos: la costumbre de jugar que antes era un hábito más, ahora es la vida misma. Se vive para jugar.  Por eso es una experiencia patológica: se pierde la capacidad de reconfigurar la propia existencia viéndose arrasado por una intensidad que no se puede controlar y se padece como negativa.

Hay controles para ese secuestro anímico constante. El típico es el trípode que ofrecen las propias casas de juego y el sistema médico oficial: medicación, y atención sicológica individual y grupal. Al margen de que los jugadores acudan o no a este tridente terapéutico, existe el mecanismo de la autoexclusión. El propio apostador pide que no lo dejen ingresar a las salas. Entrega una serie de fotos personales para que las cámaras del bingo en caso de que lo registren entrando, lo echen. Pero muchos jugadores buscan evadir el sistema autoimpuesto: usan pelucas, anteojos negros, o se tapan la cara con un diario. Somos testigos de la lucha interna de querer algo que no se quiere querer, pero que sin embargo se ama.


 3- Ingresos y gastos no declarados.

¿Cómo entender las derivas del deseo sin caer en el discurso ortiba ni tampoco ser indiferentes al tema del vicio?

Hay una dimensión que no se calcula cuando se concibe el acto timbero. Jugar no se limita a gastar dinero con sus respectivas pérdidas ganancias. Hablamos de gastos e ingresos no declarados. Estos movimientos son los más importantes -y los menos visibles-. ¿Qué queremos decir? Que nuestra existencia se explica por un intercambio de experiencias con el mundo. Somos el devenir de ese intercambio. En ese comercio a veces ganamos en capacidad de acción, y otras perdemos. Las derivas de esa economía política y afectiva explican la otra, la de jugar. Las fuerzas que se despliegan y sus diversas dinámicas en el mercado existencial que nos definen, son las que brindan valor estratégico a la acción de apostar.

El discurso ortiba es miope a estas experiencias. Por ejemplo: si una mujer sale del laburo y no va para la casa sino para el bingo, además de las chirolas que ponga en la sala, hay que ver como tensiona todo un abanico de expectativas familiares que la agobian. Más allá que gane o pierda apostando, su gasto permite un ingreso que abre su autonomía como persona y le genera una bocha de ganancia en tanto fortalecimiento de sus estrategias vitales.

El vicio tapa ese intercambio también. El vicio implica un gasto de billete importante; mucho para el que tiene, mucho para el que no tiene. El gasto no es apostar banda en poco tiempo, sino hay otras pérdidas a considerar: mutar en un fantasma. El precio por jugar son los billetes que pone en la máquina, pero también las personas que ya no le creen y le tienen bronca por haberles mentido mil veces o robarles sus objetos y empeñarlos (ver http://www.losutil.blogspot.com.ar/2015/09/juego-y-lenguaje-una-aproximacion-al.html). Un paria sin dinero, propiedad, ni amistades. Incluso puede sufrir desde agresiones en su cuerpo hasta el caso de perder la vida, sea por prestamistas calientes por deudas impagas hasta suicidios producto de la desesperación de sentirse en el abismo (garpando así un precio total, la pérdida radical de su propia existencia y todas sus posibilidades de vida).

Al mismo tiempo muchas pérdidas pueden tornarse en ganancias. Momentos jodidos para el apostador devenido en vicioso donde su sensibilidad se endurece y forja un espíritu aguerrido que se banca la intemperie. Un autogerenciamiento como fuerza y capacidad de regeneración luego de quedar tirado que no despreciaría. Despliegue de una terapéutica propia, la mayoría de las veces al margen de las estrategias médicas oficiales.

No olvidemos una pérdida fatal: hay casos donde si alguien se desplaza un margen del vicio por doblegar sus pulsiones, se activa un efecto disciplinador muy fuerte que genera una repulsión al deseo de jugar. Como en la “Naranja mecánica” de Kubrik donde el protagonista luego de una serie de torturas al escuchar a Beethoven ahora enloquece cuando antes lo fascinaba, ocurre igual con el jugador: odia y siente culpa por aquello que más amaba.

En este punto se encuentra la crítica al relato ortiba y al vicio: nadie niega la explosión del deseo como estrategia que padece el jugador, pero jugar es una pasión genuina que nadie puede moralizar. Es un problema el vicio para los jugadores, es cierto; pero dejar de jugar también.


 4-               Mercado erótico y las series del deseo

Decíamos: el deseo es estratégico. Para comprender esa estrategia hay que reconocer la economía erótica de sus movimientos y los diferentes balances de ingresos y gastos que se efectúan, nutriendo o dejando anémicas según el caso diferentes valoraciones de la vida. Movimientos que se dan en diversas series: por un lado la propia sala de juego; por otro los diferentes ámbitos de nuestra vida –laburo, pareja, barrio-; y el funcionamiento de la sociedad en general. Series organizadas en tendencias comunes, calcificadas en espacios y temporalidades precisas, formas de estar con los demás y con uno mismo, por las cuales no deja de haber transformaciones e impasses varios.

La hibridez de estas series y su interconexión nos imponen ambivalencias como las siguientes: un cuerpo fundido por el traqueteo diario, apuesta, pierde una buena moneda, pero pierde existencialmente en tanto se somete a todo un sistema de entretenimiento que opera como un pasaje más de su rutina sin problematizar sus condiciones de vida. Pero también al jugar puede perder una buena moneda, pero gana en una tanto absorber toda una energía indispensable para vivir, y por qué no, un posible insumo para afrontar secuencias en su barrio, laburo, o experiencias políticas vinculadas con la gestión estatal de la vida, e incluso de antagonizar con la organización del bingo y las formas de apostar.

Mas allá del escenario específico del juego y las salas, no tiene sentido bancar de una el congelamiento de los pulsos deseantes de una vida ortiba, ni el agite del derroche como vida boba. En el mapa que trazan los diferentes mercados eróticos en todos sus recovecos y vasos comunicantes, debemos sondear para descubrir nuevas valorizaciones de la vida, buscando apropiaciones copadas, mecanismos de fortalecimiento de esos estados en situación más embrionaria, y no de razonamientos formales como premisas desvitalizadas que intentan luego pasar a una acción que se presume rebelde.