Argentina: Mascherano y cuarenta millones
más
Le
ganamos a Holanda: finalistas, carajo!
La
alegría de estar en la final de la copa del mundo. Festejo multitudinario en
las calles de todo el país. Y un emblema que se comparte entre todos: el Masche.
Mascherano
irrumpe como un jugador ungido de fuerza, entrega, heroísmo. Es el gran símbolo
de este equipo (un amigo me mensajeaba pos Holanda: “quiero que mi hijo sea
como Mascherano”).
Nuestro
volante central protagonizó varios episodios importantes en este partido. Salta
a ganar una bocha de arriba con Wijnaldum. Se dan feo. Mascherano busca
seguir pero no puede: mareado se tambalea, cae. Susto generalizado. La cara de
Sabella desfigurada. Los argentinos que están en el estadio empiezan a agitar: “oleeé,
olé, olé, oleeé, Masche, Masche…”. Fuera del campo de juego el cinco se moja la
cara, se sacude y entra.
A lo
largo del mundial vimos a un Masche enchufado con indicaciones a sus compañeros,
hablando al árbitro, encarando rivales. Permanentes intercambios con Sabella,
por cuestiones de juego como de cambios que necesitaba el equipo –“el diez no
va más, el diez no va más”, contra Nigeria-. Masche también es el hombre de las
arengas: relojito anímico, se lo ve siempre agitando en los entretiempos de los
suplementarios. En este sentido es épico el chamuyo que le dio a Romero antes
de los penales: “hoy te
comes el mundo y te convertís en héroe”.
Hay una
jugada clave en el match contra Holanda. Minuto ´90. Termina el partido. La
defensa argentina como frontera granítica. El principal peligro holandés
controlado todo el encuentro: Robben. De lejos la defensa parece una masa
compacta. Vista de cerca, es la consecuencia de una infinita multiplicidad de
trabajos colectivos; sutiles movimientos que permiten ese firmamento de solidez
que fue la defensa criolla.
Pero esa
linealidad perfecta que era aproximación-rechazo, aproximación-rechazo, se interrumpió.
Robben toca con Sneijder, corre, se la devuelve en pared y escurridizo entra al área. Nos tambalea el alma; la defensa falló. Demichelis no avanza levantando los brazos por miedo a un penal (o una simulación fatal). Robben se acerca inevitablemente al arco y a ponerse cara a cara con Romero.
Pocas veces
se habrá dado entre millones de argentinos una sincronización afectiva tan
perfecta como en este momento: un miedo pavoroso, la sensación de estar a punto
de desaparecer. Lapso temporal de escasa duración, pero intenso en pensamientos:
“¡no, quedamos afuera!”; “¡hasta acá llegamos!”; “qué mala leche, ¡noooo!”; “algo
tiene que pasar”. Y si,
algo pasó: Mascherano sale de la nada, se estira y con la punta del botín tapa
el remate del pelado que significaba la eliminación de la Argentina. El que
debía cerrar era Garay, pero lejos e impotente se entrega a la providencia del
Masche.
Una buena
jugada de los europeos perforó el sistema argentino; pero un componente del
mismo se reconfiguró y logró suturar la grieta. El valor para nosotros fue la
posibilidad de seguir en el partido –el quite no aseguró la victoria- pero el precio
que pagó Mascherano no fue gratuito. Al otro día nos enteramos de lo
acontecido: “me abrí el ano”, afirmó el volante. Un doble heroísmo entonces: irrumpir
en el momento justo con un corte salvador, y reconocer públicamente lo sucedido
con la situación más humillante para nosotros los hombres, la menos masculina
de todas. Materialización concreta de la consigna popular sobre el esfuerzo y
el sacrificio trabajador: romperse el culo. Bueno, acá pasó.
2- Genialidad defensiva
Bancamos
a Mascherano por lo que significa su patriada: ante la posibilidad que se
derrumbe el sistema ante la fuga de la presa que había que controlar, ese orden
mutó y logró con la puntita evitar la
caída. Ese susto, esa náusea que indica que todo se terminó -la muerte futbolera,
podríamos decir- tuvo su salvador.
Hace unos días leía
una interesante interpretación sobre la genialidad en el fútbol: genio es
aquel que logra transgredir las pautas establecidas en el verde césped,
desplegando una inventiva poética del juego, pero también aquellos que son
infalibles. Jugadores que todos saben lo que harán –como Messi, Robben- y que
por más que sus oponentes ensayen distintas fórmulas para contrarrestar aquello
que prevén con certeza, nadie puede. Me animo a preguntar si este tipo de
jugadas del Masche no son también una genialidad. En medio del tumulto de una
defensa anómica, intuir lo que pasa, detectar los riesgos más urgentes, pensar
un movimiento eficaz para conjurarlo y contar con la potencia suficiente para
efectuarlo, estirando el cuerpo al límite de lo que puede, ¿no es un acto digno
de ser excepcional?
Mascherano
es un héroe pero también el emblema de lo que expresa actualmente este equipo.
Si en un principio se soñaba con una selección que gracias a un Messi mágico
gane el mundial emulando al diego del ´86, hoy la selección transpira la mística
del ´90. El mismo cambio de declaraciones del Masche lo marca: de las entrevistas
donde señalaba “lo importante será ser nosotros mismos, respetar lo que nos
trajo hasta acá, con aciertos y defectos, siempre atacando…” pasamos a
enunciados tales como “hicimos un partido inteligente, no nos provocaron
situaciones”.
Sea como
sea, el domingo contra Alemania Argentina juega una final. LA final. Después
del partido con Holanda, dicen que Bilardo le tira en off a unos periodistas “¿saben
cómo se llama la película del domingo? El desempate”. Las atajadas de Romero y
las ejecuciones certeras de los jugadores desde los doce pasos fueron determinantes,
pero también es gracias a Mascherano y su jugada heroica que podemos
protagonizar esa película.
Borges decía
que Miguel Hernández descubrió luego de escribir el Martin Fierro que toda su existencia
había ganado el sentido de escribir ese libro. Que todo lo que había hecho y le
había sucedido a lo largo de su vida, se había transformado ahora en un lento
aprendizaje que le permitió crear esa obra. ¿Por qué no valorar la propia vida
de Maschenaro como la posibilidad de que Argentina juegue la final de todas las
finales, la de un mundial? Todo su itinerario vital, desde su pasaje por esa
escuela de fútbol que es Renato Cesarini coordinada por los Solari en Santa Fe,
hasta sus más recientes experiencias en Barcelona jugando de central por pedido
de Guardiola, se transforma ahora en la cocción de un momento que gana en
intensidad y que subordina todas su vivencias a ese gesto de cruzar a Robben en
el último minuto de una semifinal mundialista.
Hace años
el diego tiró una de sus consignas sobre la selección: Mascherano y diez más.
La ilusión de esta final por parte de todos nosotros fue gracias a una genialidad
del Masche, que permitió darnos ante lo fatal el alivio necesario. Si, así creo
yo que fuimos ese miércoles 9 de julio del 2014: Mascherano y cuarenta millones
más.
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