Apuntes sobre la inteligencia de lo banal
1- Organizar
la sorpresa
Una pareja sale a la pista
de baile. Son Paula y Peter, que además son novios (todavía se discute si es
una pareja armada por el programa; que se armó de verdad y el programa
aprovechó; o una pareja armada por el programa que se terminó haciendo de
verdad). Paula y Peter tienen un perro. Lo llevan al estudio. Estamos en vivo. La
pareja se prepara para bailar. Terminó la presentación del conductor. Pero algo ocurre: el perro de Paula y Peter se
pone a ladrar. Tinelli lo escucha y hace un impasse; le habla al perro y este
le responde con más ladridos. Se arma un diálogo. La cámara reparte sus planos
al conductor y el animal. Risas de fondo. Tinelli, como tantas otras veces,
construye una situación. Toma un elemento que se pasea por su entorno, se lo
apropia sobre la marcha y diseña una escena del show.
Sabemos que el programa no
se asienta en el aire sino bajo una estructura coordinada que todas más o menos
conocemos (cuyos principios son de un formato global comprado a televisoras
mexicanas). Pero parte de esta estructura es dejar algunos elementos librados a
su voluntad que en determinados momentos pueden ingresar a la dinámica del show.
El centro del programa y de nuestra atención televisiva es el conductor, la pista
de baile y el jurado, sumando algunas ráfagas de la tribuna y el detrás de
escena. La tribuna y el detrás de escena son interpeladas por Tinelli como una
periferia de lo central que es la pista, para entrar en juego y ver qué pasa. De ese ver que pasa surgieron
varios personajes importantes (“El Fan”,
un admirador de Wanda Nara; Nelson, “El negro de Zaire”, un flaco que hace años
vino de África; y Tito, de guardaespaldas de Ricardo Fort a participante y
ganador del certamen). A su vez este mecanismo emana aires democráticos, como una
suerte de movilidad social de la fama y el espectáculo, brindando la
posibilidad que cualquiera tenga su
bautismo de luces en la gran pantalla.
Un programa entonces
normativizado en infinidad de detalles (ordenamiento serializado de
participantes en pista; productores con carteles para que el conductor lea una
rutina estrictamente programada) como de una instancia azarosa que no es ajena
a la estructura del programa, donde el conductor interactúa con algunos elementos
periféricos y de la inmanencia del encuentro brota un nuevo posible que arma
situaciones que entretienen y de alguna manera, van marcando a donde va el
programa, en tanto descubrir personajes o nuevos contenidos para el show. Aunque
no olvidamos el momento creativo que implica el detrás de escena, expresado en
el recurso de la nostalgia, lógica que en medio de las presiones por la
satisfacción inmediata y la vorágine diaria es lo más seguro; a la dependencia
de formatos implementados en otros países; o a la parodia, absorbiendo parasitáriamente
lo hecho por otros productos televisivos; hacemos hincapié en la invención
improvisada, la que organiza dispersiones en vivo y al mismo tiempo organiza la
dispersión del público esparcido en los hogares urbanos control remoto en mano
(la medición del rating con el sistema “minuto a minuto” permite calibrar con
gran precisión las escenas del programa y la aprobación o no de las audiencias
a las mismas).
2- Cortocircuitos
y equilibrio
El formato del programa
cuenta con una serie de obstáculos que necesitan de un saber para enfrentarlos.
Esos obstáculos son de tres tipos: aquellos que alimentan la lógica del
programa; los que son problemas no tanto por su característica sino por la
intensidad que irradian; y los que en sí mismos son intolerables.
Sobre lo primero hacemos
referencia a la transgresión de pautas morales que lejos de irritar el programa
lo alimentan: desde peleas con niveles de sadismo y mala leche difíciles de
emular, pasando a la crítica de mostrar personajes con diversas dificultades leídas
como artimañas sentimentales para dar lástima y hacer rating (como Ayelén, participante con síndrome de down o Verónica Perdomo,
quien tuvo un ACV, perdió el habla, se erosionó su movilidad motriz, se debió
someter a una operación de alto riesgo, y mientras estaba internada se le murió
el padre, entre otras dificultades). Otro caso es la acción de miembros del programa que bardean la autoridad principal del mismo, Tinelli, sea por su edad, estado
civil, aspecto físico, procedencia social, o como él mismo lo hace, al ponerse
una peluca rubia, botas largas y tirarse al piso.
Luego hay desbordes,
situaciones que en sí mismas no son un problema, solo en cuanto a la gravedad
del cortocircuito y la amenaza de perjudicar alguna relación que presentan.
Hablamos de miembros del jurado o participantes importantes que se sientan
desplazados y amagan con renunciar; instituciones públicas como la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual que por infracciones al
protocolo televisivo dictaminen grandes multas, y más aun, si efectivamente
exigirán su pago; participantes metidos en problemas legales, pero ya zarpados
en turbios (un ejemplo es haber borrado a gente de las agencias de modelos de
Leandro Santos y Leandro Rud vinculados en causas abiertas por prostitución en
Uruguay, o el caso de Graciela Alfano, ya inmanejable con las pelas pero además
implicada en una causa judicial por delitos en la época de la dictadura a raíz
de su relación sentimental con Massera).
Sobre las transgresiones
que el programa no es apto para digerir en si mismas, encontramos dos: poner en
duda la veracidad de las votaciones y honorabilidad del jurado, como relacionar
a Tinelli con alguna responsabilidad en el cambalache de las peleas. Sobre lo
primero, recordemos la discusión al aire entre Tinelli y Pancho Dotto, quien en
la tribuna tomó un micrófono y esta vez no fue para tirar giladas graciosas,
sino para poner en duda las votaciones telefónicas. Otro caso es la puesta de puntos
del conductor con Reina Reech, quien metía a Tinelli en una discusión entre
miembros del jurado. Las dos veces el conductor reaccionó de manera amable pero
firme, nunca desencajado. Aunque hay que decir que nadie vinculado con Dotto volvió
a participar del certamen como que Reech nunca más integró el jurado (Acá
tenemos una paradoja sobre la autoridad del programa: por un lado es bardeable,
pero por otro, implacable y soberano).
Pero fundamentalmente, el
principal problema es la indiferencia, y peor, el olvido del público (la
crítica puede ser un favor). El programa debe ser el número 1 de la televisión.
Podrá bajar el rating en términos relativos a sí mismo, pero no en cuanto a los
demás competidores televisivos. Deberá saber simpatizar con los diferentes
gustos de un público heterogéneo -una día nos emocionamos con una chiquita
down, otro nos babeamos con Andrea Rincón- como a su vez con la volatilidad de
dichos placeres (el máximo ejemplo es el tema de las peleas, de ser considerado
el principal dador de rating a ser motivo de que mucha gente putee, lo cual
llevo a que este año se les baje el tono considerablemente –por ahora-).
Ante el manejo frente a
los diversos tipos de problemáticas posibles queda en evidencia que el pensamiento
tinellizado no está muy lejos de aquella figura que pintaba Deleuze sobre el
surfista. En las ruinas de las fronteras entre lo sagrado y lo profano, se convive
con la trasgresión. Si un rasguño a la buena conciencia es rendidora en
números, no hay problema. El debate para este saber no es entonces cuando hay
infracción o no, sino como es la intensidad de esa infracción y lo que
potencialmente puede complicar o no el desarrollo del programa. Si bien la
principal composición a cuidar es la del público, tampoco se niegan otras, que
a futuro, pueden complicar la relación con las audiencias en cuanto al tipo de
producto que se presenta (la pérdida de una figura rendidora, por ejemplo).
Cuando aparece una situación ya como zarpada en dañina, allí se disciplina o se
expulsa. Por otro lado, no olvidar aquellas normas a respetar a rajatabla, que
operan y con creces.
De más esta mencionar la
presencia del cinismo en todo esto. Hay situaciones intolerables que merecen la
descarga de toda represión como la puesta en duda del concurso, sobre los votos
del jurado y las llamadas telefónicas, pero al mismo tiempo, muchos desconfían
en la veracidad de certamen. Se demuestra aun más que el programa funciona
donde opera un vacío: si bien una pelea puede ser inventada o el jurado no ser
justo, eso no importa porque es parte de la lógica del programa que no se valla
alguien que causa furor en la audiencia. La regla es mantener el contrato de
alegría y diversión con las muchedumbres solitarias y no quien baile mejor, de
ahí las truchadas; que en verdad no son truchadas, sino movimientos inteligentes
para moverse en la excepción, o mejor dicho, moverse en una normativa de lo
inmanente de arreglos efímeros y personalizados, que subsume –sin negar- a una
reglamentación burocratizada que discrimine entre lo correcto e incorrecto, como
aquella que expulsa elementos díscolos para expiar una estrategia empresaria.
3-
Banalización e Invención
“Es un programa sin
contenido”, “Lo miro porque no hay otra cosa”, “Tinelli es una boludez” son
enunciados que vociferan tanto aquellos que no ven el programa como
aquellos que lo hacen pero “se hacen cargo de lo que miran”. Pero examinemos un
poco el asunto: en el año 2009 el programa cumplía 20 años en la televisión.
Ese año no estaría dedicado al baile sino que se reuniría
a la mayoría de los humoristas que habían pasado por el programa años anteriores para volver con sus históricos sketchs (“los raporteros”, “los
gauchos”, “deportes en el recuerdo”). La apertura de Showmatch expresaba esa
idea. Parodiando la serie Lost, un avión cae en una isla desierta. Todos sus
pasajeros en estado de shock deambulan desorientados: son los humoristas del
programa. En eso, un Tinelli errático pero decidido se dirige a los restos del avión,
se mete en lo que queda de la cabina del piloto y enciende la radio: empiezan a
sonar los primeros acordes de Twist and Shout. Todos se ponen a bailar,
aparecen chicas bailando y ahora aquello disperso se reúne festivamente. Pero
lo que rescato de la apertura de ese año no es solo ser una metáfora del
sentido de Showmatch en general y hasta de las alegrías mercantilizadas de
nuestra época: el programa que ese año prometía comerse la pantalla, no daba el
mejor rating y poco a poco, los cerebrones del programa desarmaron toda la
estructura montada para ese año de cómicos, sketchs y demás, para volver al
baile. Ahora en este 2012 pareciera que el baile cansó, y en la batalla del
rating, donde el canal depende en gran medida de lo que haga Tinelli, se retorna
al humor con la familia Caniggia, fiestas, juegos en vivo y demás giladas.
La conclusión que se
desprende es que el tipo de normativa que compone Showmatch necesita de un tipo
de autor, de un rol en lo creativo que cuente con una inspirada sensibilidad
para moverse en la dispersión. Virno denomina esta destreza como phronesis: un saber olfatear la manera
de aplicar un orden ya estipulado a una situación concreta, pero también de
cómo construir una regla para una situación abierta y capitalizarla a su favor.
Este último punto es el que nos interesa destacar de la inteligencia
tinellizada: un conocimiento del gusto diversificado de las audiencias y su
capacidad de satisfacerlas generando contenidos propios, en especial, en el
descubrimiento en vivo de situaciones que son efecto de una interacción
improvisada entre el conductor y diversos personajes, que son asimiladas en pos
de seducir cuerpo a cuerpo a esa variable espectral, siempre latente y
escurridiza: el público. De ahí que el programa no cuente con un contenido
determinado sea quizá su mayor ventaja, apelando a una capacidad camaleónica y
un pensamiento que sabe tantear lo que hay del otro lado, reconocer lo que
tiene a disposición y a partir de eso mutar para conquistar los gustos de las
audiencias nocturnas. Showmatch se arroja a la banalización total. Cual agujero
negro absorbe todo lo que lo rodea, incluso a sí mismo para renovarse cuanto
sea necesario: el amor, el sexo, la risa, el llanto, el baile, la música, la
política, la solidaridad, el fútbol, los colores, la vida y la muerte. Es el evangelio
maldito del capital, tal como lo describió Marx hace más de un siglo: todo lo
sagrado será profanado. Pero hay un límite a esta formalización constante: ser
un producto televisivo mercantil. El sentido del programa es la capacidad de
congregar audiencias y ser rentable de forma publicitaria. Ahora se entiende que
el gran fantasma que invada al autor de Showmatch no sean los problemas en su
elenco, el canal, o autoridades estatales, sino la indiferencia y el aburrimiento
del público.
Flyer de una campaña por Facebook en contra de Showmatch |
Showmatch no es
simplemente un programa que propone ser mirado o no, sino que es una suerte de
atmósfera social; es un clima que nos rodea y vivimos en él: programas televisivos,
radios, páginas de Internet, conversaciones en el laburo, amigos. No se trata
si estamos afuera o adentro del mundo tinellizado, sino de discutir nuestra
presencia en él, y no solamente por ser parte el programa de una cultura
epocal, sino por ser uno de los principales motores que dan vida a esa cultura.
Además vale decir que Showmatch no cuenta en exclusiva con esa destreza de
surfista, de sujeto curtido en la phronesis, sino que todos poseemos esas
habilidades ante la necesidad de autogestión permanente de nuestra vida. No sólo
afirmamos que Showmatch piensa, sino que piensa como nosotros (también como muchos
intelectuales y hombres de la cultura, entrenados en cómo conseguir becas,
rosquear cargos, ocupar sillas cotizadas en paneles, publicaciones, y que
llamativamente califican al programa de “pura bobada”). La pregunta que nos
queda es como este pensamiento cual magnetismo de agujero negro -arriesgado,
creativo, intuitivo, mágico- puede servir para generar nuevas maneras de estar
juntos. De no pensar un antagonismo a lo mercantil desde un afuera de esa lógica,
sino que ese afuera quizá devenga de un adentro. Hablamos de la diferencia
entre la innovación como creación
dentro de lo mercantil que no repercute en su genética banalizadora, de la invención como metamorfosis que retoma y
combina elementos diversos pero para dar vida a lo desconocido. En la necesidad
de esta apuesta radica la causa por la cual nos parece difícil despreciar la
inteligencia tinellizada y nos hayamos tomado el trabajo de pensar el
pensamiento de Showmatch.
Fuentes:
*Virno, Paolo (2011): Ambivalencia de la multitud,
Ed. Tinta Limón, Buenos Aires.
Muy bueno. Interesante pensar ese pensamiento tinellistico. Sin dudas, no estamos hablando de un programa de Tv, ni siquiera -solamente- de un dispositivo cultural, se asemeja mas bien a una maquina axiomatica (como diría el ilustre gil), sensible y permeable a las mutaciones sociales (en un nivel micro, a los silencios, a los cambios de humor...a los aburrimientos -las des-conexiones-). En sus comienzos -je, que son los comienzos del menemismo, también con sus "adaptaciones" a la globalizacion economica, con sus cambios de ministros de economía- supo desarmar ese programa de deportes y empezar a sincronizar con los climas sociales de alegría y orden que se vivían. Lo mismo hizo hasta la actualidad, siempre atento -cual paranoico- a las oscilaciones anímicas de las mayorías silenciosas (o ruidosas). Si, hay que correrse de esos postulados que conciben al espectador como un sujeto pasivo (muy de la mano con ese gesto snob del intelectual-que no-mira-televisión). Tampoco creo que exista una masa "sensiblemente disponible" para ser capturada por la maquina-tinelli. Mas bien, lo que se da es un choque (entre el programa y "la gente"), su efectuacion es ese mundo tinellizado. Muy bueno tambien la idea de Tinelli como autor. Comparto, como diria el ya citado, la noción de autor en nuestro tiempo, desapareció de la literatura o la filosofía, pero regreso por la ventana con los medios de comunicación...El autor, no solo edita, ordena, reescribe, cita, también inventa.
ResponderEliminarAbzo
L
Gracias por el comentario. Es bueno eso que recordás que ya al inicio el programa pega un volantazo, marginando lo deportivo para apostar por el humor. Ya es fundacional su capacidad camaleónica. También lo es el azar, ya que Tinelli no iba a ser el conductor, sino otro flaco que el día anterior al primer programa se baja y a él lo llaman de última. Y ya conocemos el resto. Saludos.
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