Salvarse
Algunas hipótesis sobre la guita, el laburo, y
las utopías
Salvarse. Una palabra típica en nuestro léxico urbano.
¿Qué quiere decir salvarse? Salvarse es dar un golpe; algo que cae del cielo y
no esperábamos. Salvarse es hacerla bien:
abrazarse fuerte al acontecimiento y aprovechar el momento para dar con una
buena moneda y pasarla bien. El estar
bien es huir de obligaciones, responsabilidades-garrón, y permitir un gasto
de bacán: autos, pilcha, casas, tecnología, viajes zarpados y giras suculentas…
Salvarse, hacerla bien, estar bien: conceptos de una nueva teología
contemporánea. Salvarse como una redención terrenal: aquí y ahora damos con el
premio.
El que se salva es para toda la vida –y capaz
que hasta a sus hijos y a sus nietos también les llega el derrame. O por un
rato nomás; por eso hay que disfrutar del banquete ahora, a full, porque nadie
sabe que depara lo que vendrá (la gira sea corta o larga, no deja de ser gira).
El que se salva la hace bien. Hacerla bien es
aprovechar la pura suerte; estar en el lugar adecuado en el momento propicio.
Pero también sabemos que para salvarse hay planificación. Sí, hay una carrera
para salvarse. Andrea Rincón abandonada
de pibita por la madre, se va de su casa por barullos jodidos con el viejo. Tirada
por ahí, sueña con salvarse:
“En cuanto a sus comienzos
mostrando el cuerpo, Rincón reconoció que se inspiró
en Wanda Nara: "En una de las tantas peleas que tuve con
mi viejo me fui a vivir a una pensión. La pasaba como el culo. No tenía guita: para comer, revolvía los
tachos de McDonald's. Un día la veo a Wanda Nara en la tele, que llega a una
fábrica a hacer un strip tease para los empleados. Los negros gritaban… Estaban
como locos. Y yo pensaba: '¡Qué patética es esta mina!'. Pero cuando sale de la
fábrica sube a un Mini Cooper y dice: '¡Ahora les voy a mostrar mi casa!'. Y
muestra un tremendo piso. Ahí
me di cuenta de que tan tonta no era. Me fui a la pensión, me puse en pelotas y
me miré al espejo: 'Yo soy más linda y más inteligente que esa mina'. Pero yo
tenía una bicicleta playera y vivía en una pensión, mientras que ella andaba en
un Mini Cooper". "Algunos se ponen un negocio, en cambio yo me pongo
un cu… Ese va a ser mi kiosquito. ¡Y me voy a llenar de plata!"
Atender estos kioscos es cada vez más común. En una escuela donde laburo en la sala de
profesores hay un recorte de la revista Pronto con la foto de una ex alumna con
poca ropa y en pose. “De acá no van a salir médicos, pero lo menos tenemos
esto”, tira la profe.
Ni hablar que hablamos de carreras-embudos:
muchos arrancan y poquitos llegan. ¿Qué hacer si se cae en el camino? Interrumpida
la utopía de salvarse ¿cómo zafarla? Hay una figura que es prima del salvarse.
El estar tranqui. No se salvo pero está conforme. Se desplazó
del casillero de mulo donde estaba; ahora está mejor… tranqui. Una forma de
escalar en la pirámide del ascenso social: no golpea las puertas del cielo pero
ganó en umbrales de tranquilidad. No es poco.
Pibes y pibas se meten a carreras donde la van
a zafar. Al voleo, se me ocurren dos: docentes y policías. Permanencia, un
sueldo más o menos digno, pocas horas… No se van a salvar pero tampoco van a
estar tirados, ni muleando peor que otros, y menos todavía plegándose a otros
laburos que darán buen billete pero son percibidos como peligrosos… Pregunta:
¿Qué pasa pos-ingreso a estos laburos con el correr del tiempo? ¿Cómo repercute
la constatación de que no son tan copados como pintaban? ¿Cómo se elabora esa
nausea?
El trabajo que implica aprovechar el evento
que nos permite salvarnos muchas veces es medio garrón. Ausente de vocación, como sea, hay que salvarse (“vos
engánchalo, el amor viene solo”, reza el consejo preferido de las botineras).
Otros trabajos son vocación y al mismo tiempo nos salvan: futbolista, getona
mediática.
Se nos hace necesario diferenciar entre el
mulo y el soldado. Mulo es el que el carga con el peso del displacer de un
deber sentido como obligado. Otra no queda, relincha por lo bajo. El soldado le
pone huevo a una causa que le infla el pecho de sentido. Se banca todo por un
sueño: salvarse. Y cuando se llega se pone más que nunca para aferrarse. El
cálculo es muy simple: es ahora o nunca. No se sabe cuándo termina. Hay que
meterle. ¿Quien dijo que no hay más cultura del esfuerzo?
Sumemos algo: durante un tiempo yirando perdidos,
desorientados, sin saber para donde arrancar, el miedo de retornar a ese
contexto empuja a soportar lo que sea con tal de aprovechar el viento de cola… Incluso
la ética del salvarse es indiferente a transgredir o no la ley. No importa
pasar de largo la barrera de la ley con tal de salvarse. Lo cual no implica ser
un gil y que se diluya cualquier cálculo. No ser cabezón, hacerla bien, es una
invitación a no ser desprolijo y caer bien parado.
Salvarse es consumismo al palo, hedonismo
salvaje. Salvarse es una proyección del ego hasta las multitudes más extensas
vía múltiples pantallas. Salvarse
también es robar tiempo a las tareas que nos permiten amasar un billete en la
ciudad. Y en este modo bancamos el salvarse. Salvarse –al menos por un rato-
nos permite ganar en tiempo libre. Le soplamos una dosis de temporalidad al
laburo y lo reconducimos en términos de nuestra propia duración como seres. ¿Cómo
aprovechar ese momento? ¿Qué se despliega en ese hueco que abrimos? ¿Con qué
preguntas sobre nuestras condiciones de existencia poblamos ese rato
conquistado? Sin la quemazón de cabeza, cargados de chirolas en el bolsillo, salvarse
para nosotros no es una meta como idea de felicidad, sino un escenario que nos potencia
dándonos una bocanada de tiempo para recrearnos.
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