miércoles, 12 de febrero de 2014

Esto es Boca
Algunas ideas acerca de lo que somos y de la imagen que queremos dar





1- Fiesta, ciudad y violencia expresiva

El doce de diciembre festejamos el "Día Internacional del Hincha de Boca" por segunda vez. Jornada con múltiples focos de encuentro, el más concurrido y más importante a nivel simbólico es el obelisco en el microcentro de la Capital Federal. Concentración multitudinaria organizada por redes sociales y el boca en boca, ya en las horas previas se destilaba por algunos medios como nuestro festejo era una posibilidad de que se desmadre la calma capitalina.

El doce del doce fue una fiesta que nos reúne como hinchas y que nos muestra al mundo. Abrimos un surco en la ecología urbana afirmando un territorio propio y en una búsqueda por conquistar la atención y propagar nuestra imagen en infinidad de nodos y que todos vean lo grandes que somos, el amor por el club, y ganarnos un lugar en la historia. Jornada que descose las costuras típicas que organizan la ciudad: venir en tren cantando, mostrando banderas, colgados de ventanillas y puertas; caminar por las avenidas y que se modifique el sentido del tránsito; que gente morocha, joven, copen un espacio como el obelisco, colgándose de semáforos y marquesinas de marcas globales; pintar el obelisco y cambiar la bandera nacional por la de Boca.

De ahí que la fiesta tenga un componente de violencia expresiva: cuando hablo de violencia no hablo de un hecho en sí mismo  -desde un cántico hasta una botella que vuela por el aire- sino de una relación donde unos afectan a otros de manera negativa (el microcentro transfigurado en Bombonera, no es un espectáculo agradable para una mirada común y ciudadana). Y expresiva por que busca dar cuenta de algo, agitar una imagen de sí. “Esto es boca” es parte de este mensaje que buscamos dar en todo el país. Fiesta que no tiene un carácter reivindicativo –como otras movidas, cual los banderazos por entradas- sino de bancar nuestra presencia y manifestar lo que somos a nuestra manera.


Pero ahora nos vamos a Brasil para tratar de seguir pensando estas intervenciones urbanas tan importantes. Hablamos de los rolezinhos. Desde diciembre hasta ahora gente joven, negra, masculina y de una clase media ascendente - muchos viviendo en favelas- vienen ocupando de a miles centros comerciales en ciudades como Río y San Pablo fundamentalmente. Empapados en la onda de un tipo de funk específico –supuestamente vinculado con la vibra del consumo- las consignas que motorizan estas intervenciones son las de encontrarse y estar ahí (por eso rolezinhos, paseantes). No roban ni saquean nada, solo están ahí: suben y bajan escaleras mecánicas, cantan, besuquen pibas, bailan, gesticulan y demás.

Pero en el caso brasileño se da algo que en el argentino no: sobre las resonancias de los hechos. En Brasil luego de diciembre y la represión, se extendieron los paseos a Río, continuaron en San Pablo, y se solidarizaron diferentes grupos: desde antirracistas hasta sin techo. Tanto frente a lo que lo critican –ligándolo con grupos anarquistas- como quienes lo ponderan -de verlos como una alternativa al capitalismo mundial (?) – y los que  -sea como algo positivo negativo- los vincula con las manifestaciones que arrancaron en junio del año pasado también en Brasil y por diferentes motivos hoy se prolongan. Quedará como pregunta que juego de capturas y retroalimentaciones se dará en estas secuencias: si alimentan el ideal y estilo que nace con los paseítos, o si se busca representarlas exteriormente en algunas consignas ya establecidas (¿Por qué para muchos ahora los rolezinhos se politizan? ¿Al principio no lo eran? ¿Qué eran entonces?). Es un juego de fuerzas e intensidades: si la potencia rolezinhos se apaga o se multiplica dando más poder a su ideal primero gracias a las nuevas composiciones, o si cambia el ideal que hizo que irrumpiera aunque siga agitándose una fuerza que lo alimenta.

Tanto en la movida de boquita como de los rolezinhos se presenta una reconfiguración conflictiva del paisaje urbano habitual que busca agitar un encuentro y una exposición de sí mismos ante los demás. Y no solo las redes sociales son la cocina donde se incuban estas intervenciones, sino que posfacto, son el reflejo donde los mismos que estuvieron ahí se contemplan orgullosos y cebados por lo que hicieron.

Pero una movida y otra implican diferentes violencias expresivas: en el caso del día del hincha xeneize, se da una disputa sobre qué es ser Boca, algo ya constituido como un club de más de 100 años de existencia. El ADN de nuestra de la movida confronta con la estetización del club y de nuestra pasión como marca; mientras que los mismos que patrocinan la mercantilización del club boquean indignados “Esto no es boca” nosotros agitamos “Esto es boca”.

Sobre los rolezinhos se da una situación diferente: su fuerza constituye una espectralidad, una presencia activa que expone una novedad. En el mismo gesto de hacerse presente, se afirma un modo de ser que no implica una sintonía intensa entre diferentes personas que participan de lo mismo en un lugar y momento determinado, abriendo una movida que implica códigos propios y que interfieren con otros imperantes.

De hecho, en un primer momento se relacionó los paseítos con los Flash Mobs: movidas de gente que baila en el espacio público se filma y sube a You Tube buscando fama. Pero en este caso implica un conflicto importante; y un conflicto que efectivamente es revulsivo para muchos como una zarpada pérdida económica. A su vez no estamos frente a un antagonismo estetizado, como los escándalos de los famosos que buscan figurar en las pantallas para hacerse un lugar con la finalidad de ser conocidos y ganar dinero. Tampoco es una violencia expresiva en clave de represión por parte de los códigos instituidos: una buena ilustración es la película Heli: la historia de un cuerpo que aparece colgado de un puente en una ruta  mexicana (un policía que robó cocaína a los narcos). No se trata de una pedagogía de la crueldad donde se aplican juicios públicos para asegurar con creces relaciones asimétricas, sino que se activa embrionariamente otra valoración del presente a partir de un antagonismo de clase, generacional, étnico, o del que sea.




 2- Violencias: entre la moral y la estrategia

¿Cómo son percibidas este tipo de fiestas con su carga de violencia expresiva? La fiesta por el día xeneize contó con la activación de la represión de la policía federal. A esto se suma que en Lanús, mientras viajaba en tren colgado de la puerta con la camiseta de Boca, Pablo Alejandro Ruiz, un guachín de 18 años, fue asesinado de un balazo en una secuencia más que extraña. Y luego de la fiesta xeneize nos enfrentamos a una ráfaga de enunciados que buscaban caracterizar a la misma y sus protagonistas como: vándalos, criminales, enfermos, no civilizados, locura, desmadre, etc. De mas esta decir que la situación y de quienes se hablaba habilitaban para se procediera con un asesinato y con la circulación de una serie de comentarios con una carga de violencia muy poco comunes.

En días agitados por una huelga policial en varias provincias, se disparó un enfrentamiento entre el ejecutivo nacional y el capitalino por la falta de previsión y seguridad ante el evento. A todo esto el presidente de Boca -Angelici- directamente no solo nos desangeló como personas sino como hinchas de Boca: “Esta no es la imagen que queremos dar”, “Esto no es Boca”.

Sobre los rolezinhos no solo sufren estos discriminación sino que en las primeras manifestaciones en San Pablo fueron repelidos con balas de goma y gases lacrimógenos por la policía militar, abriendo causas con diferentes carátulas, deteniendo gente, imponiendo multas de 3.000 euros,  y activando medidas cautelares para que los días que se convoca el paseíto cada menor deba ingresar al shopping con un mayor (en caso contrario se le prohíbe la entrada).

    Ya en enero se decidió cerrar tanto locales como shoppings enteros. De ahí que estas irrupciones festivas que tratamos de pensar no solo provocan problemas por cuestiones de racismo, de apropiaciones de la ciudad, estéticas, sino también económicos. Se calcula que cuando cerró en Río el Shopping Leblon el sábado 18 enero, por los rolezinhos y otras movidas, perdió un millón de euros, como que en el día del hincha de Boca, la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) atestiguo que deberán gastar en reparaciones de los comercios afectados la suma de 500 mil pesos, mientras que la rotura de señalización de calles, semáforos y limpieza implica otro gasto, monto que en este caso corre por cuenta del estado porteño.

Pero también me interesa decir algo con respecto a algunas percepciones nuestras, en relación con la fiesta del día bostero. Algunas voces dijeron algo así como: “está mal lo que se hizo, de romper cosas, pero no somos todo lo que dijeron, vándalos por ejemplo”. De esta manera se protege nuestra identidad de lo que somos y se condena algo puntual que hicimos. No somos vándalos, pero si efectuamos un acto como tal.

La pregunta es por la violencia y que es aceptable y que no. Como si hubiera un umbral de cosas que por sí mismas son inaceptables, cuando en verdad si algo es violento o no depende de la tabla valorativa con la cual cada uno mide las diferentes experiencias. Es como el caso de los rolezinhos: algunos dicen: no, ellos no roban, los están discriminando. Entonces ¿si robaran, estaría mal? Como que se extraen de diversas situaciones de violencia partes legítimas e ilegítimas en sí.

Ahora: ¿siempre es útil violentar articulaciones dadas? Pero que quede claro que no pregunto cuando está bien o cuando está mal, sino cuando sirve y cuando no. No es una pregunta moral sino estratégica: la pregunta es cómo medir los rituales expresivos y sus niveles de perforación de los contornos dados de antemano, que otros buscarán repeler y reacomodar a su estado primero. Ese repeler puede activarse en clave de intervenciones directas sobre los cuerpos –como represión policial-, provocaciones –sabemos de los verdugeos en esta fiesta y la del año pasado-, circulación de enunciados negativos con capacidad de mutar en prejuicios extendidos –los ya mencionados de vándalos, enfermitos, entre otros. Pero también es natural que ante el arrebato del espacio urbano y la reconfiguración que implica la fiesta, se reciban ataques en diferentes frentes. Hay lucha porque hay conflicto desatado. Sin violentar lo dado no podemos plasmar lo que somos y aquello que buscamos ser. De ahí que también es importante no replegarse y saber reaccionar; volviendo a los rolezinhos, la represión que sufrieron lejos de inhibir su movida, hizo que ésta proliferara con mayor agite.

La ciudad tal como es no es lo único que puede ser, y disputar su anatomía es un gesto político fundamental. Tanto en nuestra fiesta xeneize como en esta movida de los rolezinhos, los cuerpos, banderas, cánticos, gestos, y toda la complejidad del ingenio del deseo, retuercen las cartografías dadas para decirles a los demás que existen, que son algo, o para combatir apropiaciones estetizantes de lo que somos, haciendo de la ciudad el escenario de un espectáculo no mercantil.




Insumos:
*Rita Segato: “La escritura en el cuerpo”, Ed. Tinta Limón, Buenos Aires, 2013.



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