Esto es Boca
Algunas ideas acerca de lo que somos y
de la imagen que queremos dar
1- Fiesta, ciudad y violencia expresiva
El doce de diciembre festejamos el "Día Internacional del Hincha de Boca" por segunda vez. Jornada con múltiples focos
de encuentro, el más concurrido y más importante a nivel simbólico es el obelisco
en el microcentro de la Capital Federal. Concentración multitudinaria organizada
por redes sociales y el boca en boca, ya en las horas previas se destilaba por
algunos medios como nuestro festejo era una posibilidad de que se desmadre la calma
capitalina.
El doce del doce fue una fiesta que nos
reúne como hinchas y que nos muestra al mundo. Abrimos un surco en la ecología
urbana afirmando un territorio propio y en una búsqueda por conquistar la atención
y propagar nuestra imagen en infinidad de nodos y que todos vean lo grandes que
somos, el amor por el club, y ganarnos un lugar en la historia. Jornada que descose
las costuras típicas que organizan la ciudad: venir en tren cantando, mostrando
banderas, colgados de ventanillas y puertas; caminar por las avenidas y que se
modifique el sentido del tránsito; que gente morocha, joven, copen un espacio
como el obelisco, colgándose de semáforos y marquesinas de marcas globales;
pintar el obelisco y cambiar la bandera nacional por la de Boca.
De ahí que la fiesta tenga un componente
de violencia expresiva: cuando hablo de violencia
no hablo de un hecho en sí mismo -desde
un cántico hasta una botella que vuela por el aire- sino de una relación donde unos
afectan a otros de manera negativa (el microcentro transfigurado en Bombonera, no
es un espectáculo agradable para una mirada común y ciudadana). Y expresiva por que busca dar cuenta de
algo, agitar una imagen de sí. “Esto es boca” es parte de este mensaje que
buscamos dar en todo el país. Fiesta que no tiene un carácter reivindicativo
–como otras movidas, cual los banderazos por entradas- sino de bancar nuestra
presencia y manifestar lo que somos a nuestra
manera.
Pero ahora nos vamos a Brasil para
tratar de seguir pensando estas intervenciones urbanas tan importantes. Hablamos
de los rolezinhos. Desde diciembre hasta ahora gente
joven, negra, masculina y de una clase media ascendente - muchos viviendo en
favelas- vienen ocupando de a miles centros comerciales en ciudades como Río y
San Pablo fundamentalmente. Empapados en la onda de un tipo de funk específico –supuestamente
vinculado con la vibra del consumo- las consignas que motorizan estas
intervenciones son las de encontrarse y estar ahí (por eso rolezinhos, paseantes). No roban ni saquean nada,
solo están ahí: suben y bajan escaleras
mecánicas, cantan, besuquen pibas, bailan, gesticulan y demás.
Pero en el caso brasileño se da algo
que en el argentino no: sobre las resonancias de los hechos. En Brasil luego de
diciembre y la represión, se extendieron los paseos a Río, continuaron en San Pablo,
y se solidarizaron diferentes grupos:
desde antirracistas hasta sin techo. Tanto frente a lo que lo critican –ligándolo
con grupos anarquistas- como quienes lo ponderan -de verlos como una
alternativa al capitalismo mundial (?) – y los que -sea como algo positivo negativo- los vincula
con las manifestaciones que arrancaron en junio del año pasado también en
Brasil y por diferentes motivos hoy se prolongan. Quedará como pregunta que
juego de capturas y retroalimentaciones se dará en estas secuencias: si
alimentan el ideal y estilo que nace con los paseítos, o si se busca
representarlas exteriormente en algunas consignas ya establecidas (¿Por qué
para muchos ahora los rolezinhos
se politizan? ¿Al principio no lo eran? ¿Qué eran entonces?). Es un juego de
fuerzas e intensidades: si la potencia rolezinhos
se apaga o se multiplica dando más poder a su ideal primero gracias a las
nuevas composiciones, o si cambia el ideal que hizo que irrumpiera aunque siga
agitándose una fuerza que lo alimenta.
Tanto en la movida de boquita como de
los rolezinhos se presenta una reconfiguración
conflictiva del paisaje urbano habitual que busca agitar un encuentro y una
exposición de sí mismos ante los demás. Y no solo las redes sociales son la
cocina donde se incuban estas intervenciones, sino que posfacto, son el
reflejo donde los mismos que estuvieron ahí se contemplan orgullosos y cebados
por lo que hicieron.
Pero una movida y otra implican diferentes
violencias expresivas: en el caso del día del hincha xeneize, se da una disputa
sobre qué es ser Boca, algo ya constituido como un club de más de 100 años de
existencia. El ADN de nuestra de la movida confronta con la estetización del
club y de nuestra pasión como marca; mientras que los mismos que patrocinan la
mercantilización del club boquean indignados “Esto no es boca” nosotros
agitamos “Esto es boca”.
Sobre los rolezinhos se da una situación diferente: su
fuerza constituye una espectralidad, una presencia activa que expone una
novedad. En el mismo gesto de hacerse presente, se afirma un modo de ser que no
implica una sintonía intensa entre diferentes personas que participan de lo
mismo en un lugar y momento determinado, abriendo una movida que implica
códigos propios y que interfieren con otros imperantes.
De hecho, en un primer momento se relacionó los paseítos con los Flash Mobs:
movidas de gente que baila en el espacio público se filma y sube a You Tube
buscando fama. Pero en este caso implica un conflicto importante; y un conflicto
que efectivamente es revulsivo para muchos como una zarpada pérdida económica.
A su vez no estamos frente a un antagonismo estetizado, como los escándalos de
los famosos que buscan figurar en las pantallas para hacerse un lugar con la finalidad de ser conocidos y ganar dinero. Tampoco
es una violencia expresiva en clave de represión por parte de los códigos
instituidos: una buena ilustración es la película Heli: la historia de un
cuerpo que aparece colgado de un puente en una ruta mexicana (un policía que robó cocaína a los
narcos). No se trata de una pedagogía de la crueldad donde se aplican juicios
públicos para asegurar con creces relaciones asimétricas, sino que se activa
embrionariamente otra valoración del presente a partir de un antagonismo de
clase, generacional, étnico, o del que sea.
2- Violencias: entre la moral y la estrategia
¿Cómo son percibidas este tipo de fiestas
con su carga de violencia expresiva? La fiesta por el día xeneize contó con la
activación de la represión de la policía federal. A esto se suma que en Lanús,
mientras viajaba en tren colgado de la puerta con la camiseta de Boca, Pablo
Alejandro Ruiz, un guachín de 18 años, fue asesinado de un balazo en una
secuencia más que extraña. Y luego de la fiesta xeneize nos enfrentamos
a una ráfaga de enunciados que buscaban caracterizar a la misma y sus
protagonistas como: vándalos, criminales, enfermos, no civilizados, locura,
desmadre, etc. De mas esta decir que la situación y de quienes se hablaba
habilitaban para se procediera con un asesinato y con la circulación de una serie
de comentarios con una carga de violencia muy poco comunes.
En días agitados por una huelga
policial en varias provincias, se disparó un enfrentamiento entre el ejecutivo
nacional y el capitalino por la falta de previsión y seguridad ante el evento. A
todo esto el presidente de Boca -Angelici- directamente no solo nos desangeló como
personas sino como hinchas de Boca: “Esta
no es la imagen que queremos dar”, “Esto no es Boca”.
Sobre los rolezinhos no solo sufren estos discriminación sino que
en las primeras manifestaciones en San Pablo fueron repelidos con balas de goma
y gases lacrimógenos por la policía militar, abriendo causas con diferentes
carátulas, deteniendo gente, imponiendo multas de 3.000 euros, y activando medidas cautelares para que los
días que se convoca el paseíto cada menor deba ingresar al shopping con un
mayor (en caso contrario se le prohíbe la entrada).
Ya en enero se decidió cerrar tanto locales
como shoppings enteros. De ahí que estas irrupciones festivas que tratamos de
pensar no solo provocan problemas por cuestiones de racismo, de apropiaciones
de la ciudad, estéticas, sino también económicos. Se calcula que cuando cerró
en Río el Shopping Leblon el sábado 18 enero, por los rolezinhos
y otras movidas, perdió un millón de euros, como que en el día del hincha de Boca,
la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME)
atestiguo que deberán gastar en reparaciones de los comercios afectados la suma
de 500 mil pesos, mientras que la rotura de señalización de calles, semáforos y
limpieza implica otro gasto, monto que en este caso corre por cuenta del estado
porteño.
Pero también me interesa decir algo con respecto a
algunas percepciones nuestras, en relación con la fiesta del día bostero. Algunas voces dijeron algo así como: “está
mal lo que se hizo, de romper cosas, pero no somos todo lo que dijeron,
vándalos por ejemplo”. De esta manera se protege nuestra identidad de lo que
somos y se condena algo puntual que hicimos. No somos vándalos, pero si
efectuamos un acto como tal.
La pregunta es por la violencia y que
es aceptable y que no. Como si hubiera un umbral de cosas que por sí
mismas son inaceptables, cuando en verdad si algo es violento o no depende de la tabla
valorativa con la cual cada uno mide las diferentes experiencias. Es como el caso de los rolezinhos: algunos dicen: no, ellos no roban, los
están discriminando. Entonces ¿si robaran, estaría mal? Como que se extraen de
diversas situaciones de violencia partes legítimas e ilegítimas en sí.
Ahora: ¿siempre es útil violentar
articulaciones dadas? Pero que quede claro que no pregunto cuando está bien o
cuando está mal, sino cuando sirve y cuando no. No es una pregunta moral sino
estratégica: la pregunta es cómo medir los rituales expresivos y sus niveles de
perforación de los contornos dados de antemano, que otros buscarán repeler y
reacomodar a su estado primero. Ese repeler puede activarse en clave de
intervenciones directas sobre los cuerpos –como represión policial-,
provocaciones –sabemos de los verdugeos en esta fiesta y la del año pasado-,
circulación de enunciados negativos con capacidad de mutar en prejuicios
extendidos –los ya mencionados de vándalos, enfermitos, entre otros. Pero
también es natural que ante el arrebato del espacio urbano y la reconfiguración
que implica la fiesta, se reciban ataques en diferentes frentes. Hay lucha
porque hay conflicto desatado. Sin violentar lo dado no podemos plasmar lo que
somos y aquello que buscamos ser. De ahí que también es importante no
replegarse y saber reaccionar; volviendo a los rolezinhos, la represión
que sufrieron lejos de inhibir su movida, hizo que ésta proliferara con mayor
agite.
La ciudad tal como es no es lo único que puede ser, y disputar
su anatomía es un gesto político fundamental. Tanto en nuestra fiesta xeneize
como en esta movida de los rolezinhos, los cuerpos,
banderas, cánticos, gestos, y toda la complejidad del ingenio del deseo, retuercen
las cartografías dadas para decirles a los demás que existen, que son algo, o
para combatir apropiaciones estetizantes de lo que somos, haciendo de la ciudad
el escenario de un espectáculo no mercantil.
Insumos:
*Rita Segato: “La
escritura en el cuerpo”, Ed. Tinta Limón, Buenos Aires, 2013.
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