El agite del capital
Algunas ideas en relación con el film “El Lobo
de Wall Street” (Martín Scorsese, EEUU, 2013).
1- Intro
La
película nos cuenta la vida de Jordan Belfort. Basada en su propia
autobiografía, Scorsese nos relata bajo un formato narrativo similar al de “Buenos
muchachos”, la historia de este empresario vendedor de acciones en la principal
hacienda bursátil del planeta: Wall Street.
Estamos
en mediados de los ochenta. Luego de algunos fracasos Jordan arma una compañía “Stratton Oakmont” que vende acciones baratas de
empresas falopa a gente de clase media baja y laburantes. Una máquina que se
conforma con sujetos de diferente
especie -desde abogados hasta delears- bajo la promesa de plata fácil. Y la
historia va bien: la empresa se pone en marcha y va creciendo vertiginosamente:
todos se hacen millonarios.
Pero
lo que les quiero contar es que la compañía manifiesta en su dinámica un componente
afectivo muy intenso; una electricidad atraviesa y enciende cada uno de los
cuerpos que la habita. Por eso en las líneas que siguen me interesa pensar algunas
manifestaciones de la mística empresarial, tirar algunas hipótesis de su
emergencia, como relacionar estos afectos con algunas de nuestras prácticas de
consumo.
2- La Fiesta: celebración y combustible
La
fiesta es parte de la rutina de la compañía. Que se entienda: no es un episodio
excepcional sino una experiencia más de su despliegue existencial. Música,
cocaína, yates, mansiones, morfi, alcohol, juegos sádicos y rubias
espectaculares, son algunos de los insumos de la liturgia empresarial. Los
festejos celebran el crecimiento geométrico de las ventas de acciones, de nuevos
emprendimientos, del aumento de la potencia financiera de los individuos, pero
también, es el combustible indispensable para sobrellevar el desgaste que
implica conseguir esa potencia. Desde el principio de su carrera como vendedor,
Jordan sabe que la cocaína y el sexo son fundamentales para soportar la presión
diaria, para que “corra la sangre por todo el cuerpo”, como alguien le supo explicar.
La
adrenalina de la fiesta repercute en los cuerpos. Una náusea cada vez más aguda
se afirma en los soldados del capital. Jordan y otros miembros de su banda
viven zarpados dando lugar a una serie de escenas bastante grotescas –algunas
banalizadas por el director, hay que decirlo- dando una muestra bastante cabal
del cachivache burgués. Al mismo tiempo esta vida al palo se extraña cuando
Jordan entra en bancarrota bombardeado por problemas legales. Si en pleno
ejercicio empresarial la fiesta es agenda obligada, el aburrimiento de estar en
su mansión gigante frente a una pileta tomando cerveza sin alcohol será ahora
una decepción cotidiana.
La
vivencia subjetiva de los cuerpos de la compañía exponen claramente el concepto
deleuziano de anti-producción: cuanto más crecimiento, voracidad y agite
experimentan, más nausea, pérdida del control y autodestrucción padecen. Complementos
circulares de una cadena infinita donde cada elemento se necesita y repele. Más
abajo veremos por qué.
3- De liderazgo, pedagogía y lealtades
En
todo esto hay un líder que es Jordan. Transpirando carisma y seducción, sus
discursos en las oficinas nos recuerdan a los grandes líderes del siglo XX. Una
masa de vendedores que confía en las capacidades de su líder como un líder que
confía en la destreza de sus vendedores. Una alianza que promete –y cumple- con
jugosos réditos.
Jordan
es el vendedor astuto que logró montar su empresa y competir con los grandes.
Es aquel que enseña a los demás sus habilidades mercantiles. Pedagogía
empresaria lejos de cualquier abstracción y siempre basada en el ejemplo:
Jordan le solicita a sus vendedores que le muestren como venderían una
lapicera, como a su vez, él les muestra cómo llamar y engatusar clientes.
No
es algo menor la lealtad que despierta Jordan en sus seguidores: Stratton parece una gran familia, o más bien una banda de amigos (recordemos que la gran
mayoría son jóvenes). Cuando empiezan los problemas legales ninguno de los
empleados citados por los tribunales delata a su jefe o compañero alguno. Y
esto es reciproco: cuando la justicia le pide a Jordan que para salvarse botoneé
a otros directivos de la compañía, pone al tanto a los mismos. De hecho, estos
mismos amigos ponen una buena moneda cuando cae en desgracia para bancar la
fianza y aliviar las condenas. Si bien para Jordan una de las principales
máximas de su negocio es que “en Wall Street no hay amigos”, y somos testigos
de un oportunismo permanente en el accionar de los protagonistas, la lealtad
reciproca y confianza mutua se manifiestan en varias secuencias jodidas para estos
personajes que encarnan la elite global. Aunque este compromiso y lealtad no es
inquebrantable: uno de los principales gerentes y miembros fundadores de la
empresa traiciona a los suyos por mandarse solo con movidas fraudulentas
provocando más problemas con la ley.
4- Potencia infinita: una creencia equivocada
La
mística de la compañía expresa una fuerza arrolladora que la hace invencible.
Crecimiento exponencial, autosuperación constante, Stratton Oakmont parece que todo
lo puede. Y subrayamos el parece porque esa sensación de invulnerabilidad será
parte tanto de su ascenso como de su caída (otra vez, la ambigüedad de la
autoproducción del capital…).
En
su proyección arrolladora no hay culpa alguna para Jordan y los suyos, tanto en
la experiencia festiva como en violar la ley. Sobre lo primero, somos testigos
de una dilapidación desenfrenada de ingresos para apropiarse de infinitas
mercancías (“como puedes estar gastando tanto dinero en tantas idioteces”,
vocifera incrédulo el padre de Jordan). Sobre lo segundo, constitutivamente la
compañía funciona utilizando todas las matufias posibles, desde métodos poco
éticos – cargosear clientes, vender humo- hasta transgredir las normas legales.
¿Cómo no hacerlo? ¡Es Jordan, el lobo de Wall Street! Y este es un problema de
la película: Jordan no es simplemente un salvaje en la fauna del mundo financiero,
sino que ya la misma actividad bursátil implica una lógica voraz; el problema
no es la especulación sino el mismo dispositivo de la deuda; el problema no son
los métodos sino una relación de poder entre deudores y acreedores que explotan
intereses.
Pero
volvamos: la justicia no se queda quieta y actúa frente a Jordan y los suyos.
Mantener en marcha la empresa requiere que se negocie con el FBI, surfeando en
una marea gris de acuerdos complejos, ganando y perdiendo según el caso. Pero a
Jordan le cuesta ceder poder. Ya al límite lo amenazan y le solicitan que para
no ir preso de un paso al costado en la compañía. Acorralado, Jordan accede.
Último
día en la oficina. El jefe se dirige a dar otro discurso, ahora el de
despedida. Pero en medio de sus palabras, envalentonado por el agite de sus
empleados-amigos y la magia que envuelve al lugar, decide dar marcha atrás y se
queda. En los días posteriores cuando llueven las citaciones de la justicia a
la oficina, el vicepresidente de la compañía se para en un escritorio, mete los
papeles en un cesto de basura y exclama “esto es lo que hacemos con las
citaciones que llegan a Stratton” sacando el pene para orinar en
el tacho en medio de un furor generalizado. La creencia en la potencia infinita
de la compañía y la convicción de que son invencibles será la causa de su
caída.
5- Capitalismo y aventura
Para
explicar el funcionamiento de la empresa no nos podemos remitir solamente a
explicaciones económicas. La deuda como dispositivo de poder contemporáneo
necesita de una producción subjetiva que permite este funcionamiento. Uno de
los insumos para fabricar el ser financiero es lo afectivo. Se trata de emociones
teñidas por la desmesura y la adrenalina, la náusea y la alegría desaforada, el
temor por un final inminente y la sensación de ser inmortales. Nos preguntamos
¿Cuál es la lógica en la cual se anclan estos afectos.
En
primer lugar digamos que hay un vector temporal en el funcionamiento general de
la compañía, en tanto génesis, apogeo y caída de Jordan. Los éxitos de la empresa
en un primer momento significan para cada vendedor la adquisición de dinero por
las comisiones que derivan de la venta de acciones que les permite modificar
radicalmente su nivel de vida. La empresa se convierte en la plataforma ideal
para pasar de loser a nuevos ricos.
Pero
la mística de la empresa no se constituye solamente por su finalidad sino por
ser un entre, un constante pasaje.
Vivir en medio de, significa que todo
el tiempo es necesario estar a la conquista: cazar clientes es una tarea de
todos los días. Demostrarse a sí mismos que en medio de la incertidumbre pueden
seducir clientes y lograr que confíen en ellos es una aventura constante. De
ahí la adrenalina de los teléfonos, el relojeo de monitores, la imaginación en
chamuyos y tácticas dialécticas, los gritos, la necesidad de festejos
permanentes. Vivir en el presente requiere que a cada momento se demuestre
estar a la altura. Cada minuto es un desafío. Esto explica que si bien es cierto
que cada venta es pasar un umbral de rentabilidad y mejorar posibilidades de
consumo y respeto social, no solo para cada uno de ellos, sino para la
empresa-orga en relación con otras, es la travesía misma de esos umbrales una
experiencia ferviente para los vendedores de acciones.
Pero
vale decir que esta incertidumbre nunca pone en duda su razón de ser: vendedores.
El entre es un eterno presente: ser
vendedores de acciones con las cuales la gente se endeuda con finales inciertos
para cada uno. Paradójicamente este accionar en la inmanencia, en el desafío de
sí perpetuo, claudica toda creación de otra forma de vida.
Antes
de cerrar este punto otra pregunta: ¿no
se puede ubicar al burgués como aventurero al inicio del capitalismo y no
solamente en su fase contemporánea? Además del cálculo ascético que postulan
algunos, ¿el arrojo y el desafío de lo imprevisto ya no están en su origen
primero? (para seguir esto recomiendo la fabulosa película de Paul Anderson “Petróleo
sangriento”).
6- Tipos de moneda y emociones
La
historia de Jordan y su banda es seguramente un fresco de la elite global que
habita Walll Street, entre otras posibles (en línea con la peli ya de culto
“America Psyco”). A su vez, expone una diferencia más que sensible con respecto
a la burgesía europea de banqueros (ver “El capital”, de Costa Gavras).
Pero
más allá de pensar las vivencias de los acreedores como clase dominante, el
tema de los afectos no se acaba ahí. También irrumpe en los deudores. Interesante
a propósito una de las publicidades
de Tarjeta Naranja al respecto. Se llama “Hernán”. Todos la recordamos: un
flaco medio rubiecito entra a un negocio y saca su tarjeta emulando a He-Man.
Con la musiquita y todo, se trasforma en un ser superpoderoso. La brusca y
emocionante mutación en su composición subjetiva implica una potencia de
consumo que antes no poseía: un infinito de mercancías abierto a su merced.
El
dinero como sueldo permite intercambiar aquí y ahora por infinidad de
mercancías de todo tipo: ropa, salidas, vacaciones, etc. Pero la moneda en
tanto capital no solo es capaz de generar más moneda por inversiones, sino de
potenciar ampliamente la moneda sueldo aumentando brutalmente su capacidad de
apropiación del mundo. Pero la financiarización para nosotros consumidores -que
también implica una fiebre erótica- tampoco nos arroga a una embriaguez creadora sino que nos
incorpora en una matriz de sujeción social.
La
lógica de la deuda es una forma de gobierno abrumadoramente eficaz de nuestras
vidas. Con bocha de complejidades y matices, se despliega en las fibras vitales
de nuestro tiempo, especialmente, permitiendo una amplia democratización en el
acceso de las cosas del mercado. Y en
este escenario de consumo masivo se hace vital investigar políticamente
diferentes tipos de fugas, desde saqueos
hasta formas más sutiles como engaños diversos, hasta intervenciones más
estructurales como la invención de créditos sin interés ni control. Tampoco podemos
negar la retroalimentación del crédito capitalista pero utilizando ese dinero
para constituir formas de vida no consumistas. El problema de fondo no es
“dinero, si-dinero, no”. Se trata de deseos sociales y como estos se van
encarnando en diferentes dispositivos que le dan vida a su ideal. En la escena
final del film, apreciamos al gran Jordan que hundido se dedica ahora a dar
charlas para vendedores (el ganador, te enseña a ganar). Utiliza el método de
la lapicera: “véndeme esta lapicera”, es la invitación. Mientras diferentes
discípulos de Jordan lo intentan, la cámara de Scorsese se pasea por la
rostridad de cada uno de los vendedores: percibimos la expresión de un
regocijo, de un asombro por saber aquello que tanto promete… Y de esto se
trata: de cómo de desactivar la promesa del modelo de vida consumista ya que
sin ese deseo de gestión de alegrías no hay necesidad de crédito, y crujen así
los soportes de un poder que a pesar de la sonrisa, nos somete.
Insumos:
Lazzarato,
M.: “La fábrica del hombre endeudado”, Ed. Paidos, Buenos Aires, 2013.
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