sábado, 21 de septiembre de 2013

Masticando el frío marginal

Crónica sobre el recital del Indio en Mendoza del 14 de septiembre del 2013.





1-       Viaje

Este es el plan colectivo más simple de realizar (sobran los antecedentes para atestiguarlo).  Se trata de obedecer al gran soberano, de seguir el pulso corporal.  Demasiada intensidad para creer que existe espacio subjetivo para la elección (obstáculos laborales, mandatos sociales o presupuestos económicos devienen determinaciones muy ajenas al principio del placer que nos mueve). Tantos años de educación sensible roquera, muestran que estas movidas son nuestras fugas, pero también nuestros destinos.  Ya no hay vuelta atrás; somos nosotros.

El micro es pura interioridad, casi una capsula. Humos de distintas fragancias, vidrios empañados, canticos embriagados y risas que son estruendos, el afuera queda muy lejos (el de los más de mil kilómetros de ruta, pero también el de la vida mula, de la cual licenciamos nuestros cuerpos por unas horas). Desde acá parece que la rutina laboral y social es bastante menos seria de lo que creemos en la ciudad, el tiempo deviene festivo, colectivo, alocado, pura experiencia (el tiempo encerrado en el calendario ha quedado atrás). Hay intentos de cortar la fuga, miren que la gendarmería les va a requisar todo eh. Pero no, el brote paranoico no tiene lugar. Además, si los gendarmes están todos en el conurbano.  



2-       Previa y gran ranchada

Mendoza queda anexada al territorio del Rey Patricio. Pero no sé si a la tierra luz le agrada la multitud ricotera en plan invasión ruidosa, nos mal recibe helando y mojando nuestros cuerpos. Pero hay reservas, calor humano y ánimo exultante para enfrentar la intemperie, durante toda la jornada circularan los escabios, se armaran fogatas, se buscarán refugios en los agites y en los improvisados mini-recitales.  Después de todo, hay una memoria esquinera que sabe de curtidas a cielo abierto.


3-       Para un materialismo roquero

Plan simple sí, pero no fácil. Esto no es gratuito ni nos viene masticado, acá hay gestión y cálculo.  En época de masivas movilizaciones fáciles, estos recitales-acontecimiento requieren una cuota de sacrificio.  Estos encuentros no vienen hechos, se producen materialmente, se crean, se gestionan. Hay cooperación social, hay interacción. Detrás de nuestra disposición anímica y de la movilización de recursos que realizan las economías formales y las domésticas, contamos con una historia en común que ya es legado.  Acá no hay meros consumidores de experiencia, acá hay una solidaridad de más de dos décadas.  Y hay cálculo. No el de la racionalidad de mercado, hay calculo que se basa en el principio de mantención de la fiesta; se descansa en el otro, pero no se lo utiliza ni se lo subsume al interés propio.  De otra forma sería imposible vivir este tiempo por fuera del axioma de la seguridad, necesariamente hay que gestionar un cuidado entre pares, hay que saber cuando no bardear de más,  cuando saltar o cuando quedarse en el molde, cuando recurrir a la violencia y cuando ser pacífico. El futbol, el rock y las drogas, los tres puntos de nuestra vida precaria, nunca estuvieron exentos de riesgos, ni de errores en estas micro-gestiones.  Pero sin estos cuidados esta movida no hubiera sobrevivido.


4-       No somos estúpidos, no es solo la economía

Durante la última década, fuimos recibidos en localidades y provincias del interior del país con hospitalidad por parte del vecino y –sobre todo- del comerciante. Hemos movido millones de pesos, reactivamos economías regionales, creamos valor para que muchos que viven del derrame de las ganancias sojeras, puedan recurrir a la economía doméstica y salvarse por unos meses. Pibes y pibas del conurbano en auto o con billetes para gastar, la variable o el axioma de la aceptación social de los visitantes que somos es la capacidad de consumo: tienen planta, no van a saquear. Pero este economicismo no siempre se respeta, para algunas sensibilidades sociales pesa más el estigma del invasor que el aura del consumidor (esto explica, por ejemplo, la mudanza del show al autódromo).  

Si es verdad que ricoteros somos todos, también lo es que existe un núcleo duro –y masivo- de ricoterismo barrial y conurbano (y que cae en la franja etaria de 20 a 40 años más, años menos).  Gracias a Dios esto sigue siendo cosa de negros (y en esta singularidad radica mucho del rechazo –estos años solapado- a la invasión).


5-        Paraíso ahora para los olvidados

Los redondos –también en versión Indio- y el rock barrial en general,  fueron y son un dispositivo de albergue para los damnificados. Acá nunca se niega un pequeño afecto–aunque más no sea una mirada de reconocimiento, unas palabras o hasta una puteada, nunca desde la piedad- para los cachivaches de todo tipo, para los socialmente indeseables, para los que sufren discapacidades físicas, para los perseguidos por la policía, para los asesinos, para los locos y los desamparados, para los peligrosos…todos los sonados cantan juntos; acá nadie pregunta nombres o prontuarios, todas las historias sufrientes quedan atrás. Acá hay hospitalidad espontánea para la marginalidad, no solo económica, sino también de modos de vida, de maneras de concebir el cuerpo, de códigos desde los cuales leer el mundo. Acá estamos todos. Régimen abierto; siempre pernocto el que quiso. Atrevidos, barderos, con ternura pero sin perder la violencia jamás. Así nos quiero ver. Así adoramos al Dios que sabe bailar.


6-           Gerontocracia

Los recitales-acontecimiento suceden en espacios lisos, diseñados para dimensiones no humanas; hipódromos, autódromos,  sitios para caballos y autos, para animales y máquinas. Pero acá hay cuerpos humanos. Muchos miles de cuerpos que hacen a un gigante, que devienen multitud. Solo así se puede ocupar estos lugares sin temor a la inmensidad de la noche. No se puede percibir márgenes, miras y te mareas. Pero el gran cuerpo colectivo está embriagado, se mueve y se divierte. Los controles otra vez devienen imposibles; casi no hay presencia policial a la vista (la batuta es toda redonda) ni empleados de seguridad, las entradas pasan sin cortarse, como pasan los tubos de vino y algunos fuegos artificiales (incluso en el show se prenden tímidamente dos o tres bengalas). 

En la previa había mucho de frotarse las manos, recital tras dos años, sin disco nuevo, indudablemente la lista de temas tenía que ser redonda, pero no se esperaba tanto. Si Patricio Rey metió la cola y posibilitó la magnitud de este encuentro, hay que agradecerle a ese cuerpito que ya pasó los sesenta años y al que le cuesta cada vez más esfuerzo desplazarse y cantar, por lo que entregó.

Es verdad, el Indio está solo y además viejo (y se sabe, los viejos hacen boludeces, como ejemplo, ji ji ji despedazado entre TN y 678 o los temas para Pergolini. En fin, replicas mediáticas que no dañan el aquí y ahora, capturas de signos que no tocan lo que es recuerdo del cuerpo afectado. Al animal poco le importa) pero hay que agradecerle seguir ofreciéndose como coartada para estos desbordes. Que haya iniciado el recital con Luzbelito (y que haya tocado temas como El templo de Momo, Gualicho o El blus de la libertad entre otros)  fue puro don. Un gesto de ternura gratuito. Como un diez habilidoso que en el tramo final de su carrera intenta –con un cuerpo dañado por los años de patadas recibidas- regalar una vez más una gambeta admirable, pensando únicamente en el disfrute de la tribuna. Nada más.

El viejo esconde su calva en un gorrito de aviador y camina a paso lento el escenario, Somos una ciudad, dice.  Y aquí hay otro síntoma del cambio de pantalla: del noventista cuídense el culo al actual cuidemos la ciudad que nos hospeda.  Que se completa con la mención al maltrato que nos ha dado el clima. El maltrato es climatológico, no de las fuerzas de seguridad. Esto es verdad, como también lo es que esta paz social parece no ser perpetua, se olfatea que los antagonismos están suspendidos pero no agotados. Mientras tanto en las pantallas del escenario desfilan dibujos de pibitos crucificados en antenas de televisión o escapando de la caza estatal.

Más adelante sonará Pabellón séptimo con referencias bibliográficas al motín de los colchones que tanto afecto al Indio. Pabellón séptimo es Cromañón. Elípticamente está presente; encierro (desde afuera en el pabellón, desde afuera en el boliche) y muerte joven.  Sabemos que no lo podemos nombrar si no es en clave de riesgo. Nuestras subjetividades aterradas o indiferentes son impotentes para esta enunciación. Quizás queda afuera Cromañón porque queda afuera la muerte a la que generacionalmente nunca entendimos del todo, por ser confusa expresión de la precariedad, por ser muerte randoneada, por ser –muchas veces- una cuestión de suerte. El Viejo (y los otros viejos setentistas) tienen una imagen instituida de la muerte, la de las luchas políticas, la del terrorismo de Estado, la del mal viaje con drogas o la del relato religioso. Nosotros no. 


7-       Final de fiestas

Estos planes son simples, pero no fáciles, y sin embargo bastante poco probables de realizar por la nuestra. Fiestas tan potentes y tan frágiles a la vez. Multitudinarias y dependientes del hilo de algunos pocos cuerpos que quedan convocándola desde arriba.  Se agotan las excusas (y los líderes). La mística que se creó alrededor del rock fue –aún es en sus últimos espasmos- muy intensa. Tanto que la gobernabilidad política de la época la hizo estética en el pasaje del setentismo al pibismo. Desplazamiento imposible de realizar sin el nosotros curtido en el rock. El Indio fue la mística de la década ganada (el otro líder que aporte mística fue ÉL, aunque no tan intensa en vida, en sus exequias públicas produjo un estallido de mística atrayendo a miles de pibes que lo despidieron como un rockstar). Años de hiperconsumo y precariedad,  de derechos humanos y seguridad, de movilización política en la calle y de muertes silenciosas, pero también de mística. Aquí también entramos nosotros.

Quizás ahora se vengan los pibes de Francisco, extasiados por el Dios de los mulos. Con el despliegue de un dispositivo religioso-policial de contención, disciplinamiento y educación moral para la vagancia. Con movilización y mística religiosa, con redención, victimización y ascetismo.

Quedan pocos diluvios más y en cada uno se abre la posibilidad de mapear otro mañana. Nos asaltan las preguntas sobre la potencia de nuestros cuerpos cuando están-juntos. Hagamos la promesa de intentar crear un próximo dispositivo que nos vuelva a bienrecibir. De lo contrario, cederemos a la transvaloración social; nos quedará un Dios que legitima la muleada, la familia reducida que nos podamos armar y lo que rapiñemos de propiedad.











                                                                                    Por Leandro    

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