Masticando el frío marginal
Crónica sobre el recital del
Indio en Mendoza del 14 de septiembre del 2013.
1-
Viaje
Este es el plan colectivo más simple de realizar (sobran los
antecedentes para atestiguarlo). Se
trata de obedecer al gran soberano, de seguir el pulso corporal. Demasiada intensidad para creer que existe
espacio subjetivo para la elección (obstáculos laborales, mandatos sociales o
presupuestos económicos devienen determinaciones muy ajenas al principio del
placer que nos mueve). Tantos años de educación sensible roquera, muestran que
estas movidas son nuestras fugas, pero también nuestros destinos. Ya no hay vuelta atrás; somos nosotros.
El micro es pura interioridad, casi una capsula. Humos de distintas
fragancias, vidrios empañados, canticos embriagados y risas que son estruendos,
el afuera queda muy lejos (el de los más de mil kilómetros de ruta, pero
también el de la vida mula, de la cual licenciamos nuestros cuerpos por unas
horas). Desde acá parece que la rutina laboral y social es bastante menos seria
de lo que creemos en la ciudad, el tiempo deviene festivo, colectivo, alocado,
pura experiencia (el tiempo encerrado en el calendario ha quedado atrás). Hay
intentos de cortar la fuga, miren que la
gendarmería les va a requisar todo eh. Pero no, el brote paranoico no tiene
lugar. Además, si los gendarmes están todos en el conurbano.
2-
Previa
y gran ranchada
Mendoza queda anexada al territorio del Rey Patricio. Pero no
sé si a la tierra luz le agrada la multitud ricotera en plan invasión ruidosa, nos mal recibe helando
y mojando nuestros cuerpos. Pero hay reservas, calor humano y ánimo exultante
para enfrentar la intemperie, durante toda la jornada circularan los escabios,
se armaran fogatas, se buscarán refugios en los agites y en los improvisados mini-recitales. Después de todo, hay una memoria esquinera
que sabe de curtidas a cielo abierto.
3-
Para
un materialismo roquero
Plan simple sí, pero no fácil. Esto no es gratuito ni nos
viene masticado, acá hay gestión y cálculo.
En época de masivas movilizaciones fáciles,
estos recitales-acontecimiento requieren una cuota de sacrificio. Estos encuentros no vienen hechos, se producen
materialmente, se crean, se gestionan. Hay cooperación social, hay interacción.
Detrás de nuestra disposición anímica y de la movilización de recursos que
realizan las economías formales y las domésticas, contamos con una historia en
común que ya es legado. Acá no hay meros
consumidores de experiencia, acá hay una solidaridad de más de dos décadas. Y hay cálculo. No el de la racionalidad de
mercado, hay calculo que se basa en el principio de mantención de la fiesta; se
descansa en el otro, pero no se lo utiliza ni se lo subsume al interés propio. De otra forma sería imposible vivir este
tiempo por fuera del axioma de la seguridad, necesariamente hay que gestionar
un cuidado entre pares, hay que saber cuando no bardear de más, cuando saltar o cuando quedarse en el molde,
cuando recurrir a la violencia y cuando ser pacífico. El futbol, el rock y las
drogas, los tres puntos de nuestra vida precaria, nunca estuvieron exentos de
riesgos, ni de errores en estas micro-gestiones. Pero sin estos cuidados esta movida no hubiera
sobrevivido.
4-
No
somos estúpidos, no es solo la economía
Durante la última década, fuimos recibidos en localidades y
provincias del interior del país con hospitalidad por parte del vecino y –sobre
todo- del comerciante. Hemos movido millones de pesos, reactivamos economías
regionales, creamos valor para que muchos que viven del derrame de las
ganancias sojeras, puedan recurrir a la economía doméstica y salvarse por unos
meses. Pibes y pibas del conurbano en auto o con billetes para gastar, la
variable o el axioma de la aceptación social de los visitantes que somos es la
capacidad de consumo: tienen planta, no van a saquear. Pero este economicismo
no siempre se respeta, para algunas sensibilidades sociales pesa más el estigma
del invasor que el aura del consumidor (esto explica, por ejemplo, la mudanza del
show al autódromo).
Si es verdad que ricoteros somos todos, también lo es que existe
un núcleo duro –y masivo- de ricoterismo barrial y conurbano (y que cae en la
franja etaria de 20 a 40 años más, años menos). Gracias a Dios esto sigue siendo cosa de
negros (y en esta singularidad radica mucho del rechazo –estos años solapado- a
la invasión).
5-
Paraíso
ahora para los olvidados
Los redondos –también en versión Indio- y el rock barrial en
general, fueron y son un dispositivo de
albergue para los damnificados. Acá nunca se niega un pequeño afecto–aunque más
no sea una mirada de reconocimiento, unas palabras o hasta una puteada, nunca
desde la piedad- para los cachivaches de todo tipo, para los socialmente indeseables, para los que sufren
discapacidades físicas, para los perseguidos por la policía, para los asesinos,
para los locos y los desamparados, para los peligrosos…todos los sonados cantan
juntos; acá nadie pregunta nombres o prontuarios, todas las historias
sufrientes quedan atrás. Acá hay hospitalidad espontánea para la marginalidad,
no solo económica, sino también de modos de vida, de maneras de concebir el
cuerpo, de códigos desde los cuales leer el mundo. Acá estamos todos. Régimen
abierto; siempre pernocto el que quiso. Atrevidos, barderos, con ternura pero
sin perder la violencia jamás. Así nos quiero ver. Así adoramos al Dios que
sabe bailar.
6-
Gerontocracia
Los recitales-acontecimiento suceden en espacios lisos,
diseñados para dimensiones no humanas; hipódromos, autódromos, sitios para caballos y autos, para animales y
máquinas. Pero acá hay cuerpos humanos. Muchos miles de cuerpos que hacen a un
gigante, que devienen multitud. Solo así se puede ocupar estos lugares sin
temor a la inmensidad de la noche. No se puede percibir márgenes, miras y te
mareas. Pero el gran cuerpo colectivo está embriagado, se mueve y se divierte. Los
controles otra vez devienen imposibles; casi no hay presencia policial a la vista
(la batuta es toda redonda) ni empleados de seguridad, las entradas pasan sin
cortarse, como pasan los tubos de vino y algunos fuegos artificiales (incluso
en el show se prenden tímidamente dos o tres bengalas).
En la previa había mucho de frotarse las manos, recital tras
dos años, sin disco nuevo, indudablemente la lista de temas tenía que ser
redonda, pero no se esperaba tanto. Si Patricio Rey metió la cola y posibilitó
la magnitud de este encuentro, hay que agradecerle a ese cuerpito que ya pasó
los sesenta años y al que le cuesta cada vez más esfuerzo desplazarse y cantar,
por lo que entregó.
Es verdad, el Indio está solo y además viejo (y se sabe, los
viejos hacen boludeces, como ejemplo, ji
ji ji despedazado entre TN y 678 o los temas para Pergolini. En fin, replicas mediáticas que no dañan el aquí y
ahora, capturas de signos que no tocan lo que es recuerdo del cuerpo afectado.
Al animal poco le importa) pero hay que agradecerle seguir ofreciéndose como
coartada para estos desbordes. Que haya iniciado el recital con Luzbelito (y que haya tocado temas como El templo de Momo, Gualicho o El blus de la
libertad entre otros) fue puro don. Un gesto de ternura gratuito. Como
un diez habilidoso que en el tramo final de su carrera intenta –con un cuerpo
dañado por los años de patadas recibidas- regalar una vez más una gambeta
admirable, pensando únicamente en el disfrute de la tribuna. Nada más.
El viejo esconde su calva en un gorrito de aviador y camina a
paso lento el escenario, Somos una ciudad,
dice. Y aquí hay otro síntoma del cambio
de pantalla: del noventista cuídense el
culo al actual cuidemos la ciudad que
nos hospeda. Que se completa con la
mención al maltrato que nos ha dado el
clima. El maltrato es climatológico, no de las fuerzas de seguridad. Esto
es verdad, como también lo es que esta paz social parece no ser perpetua, se
olfatea que los antagonismos están suspendidos pero no agotados. Mientras tanto
en las pantallas del escenario desfilan dibujos de pibitos crucificados en
antenas de televisión o escapando de la caza
estatal.
Más adelante sonará Pabellón
séptimo con referencias bibliográficas al motín de los colchones que tanto afecto al Indio. Pabellón séptimo
es Cromañón. Elípticamente está presente; encierro (desde afuera en el
pabellón, desde afuera en el boliche) y muerte joven. Sabemos que no lo podemos nombrar si no es en
clave de riesgo. Nuestras subjetividades aterradas o indiferentes son
impotentes para esta enunciación. Quizás queda afuera Cromañón porque queda
afuera la muerte a la que generacionalmente nunca entendimos del todo, por ser
confusa expresión de la precariedad, por ser muerte randoneada, por ser –muchas veces- una cuestión de suerte. El Viejo
(y los otros viejos setentistas) tienen una imagen instituida de la muerte, la
de las luchas políticas, la del terrorismo de Estado, la del mal viaje con drogas
o la del relato religioso. Nosotros no.
7-
Final
de fiestas
Estos planes son simples, pero no fáciles, y sin embargo
bastante poco probables de realizar por la nuestra. Fiestas tan potentes y tan frágiles
a la vez. Multitudinarias y dependientes del hilo de algunos pocos cuerpos que
quedan convocándola desde arriba. Se
agotan las excusas (y los líderes). La mística que se creó alrededor del rock
fue –aún es en sus últimos espasmos- muy intensa. Tanto que la gobernabilidad
política de la época la hizo estética en el pasaje del setentismo al pibismo.
Desplazamiento imposible de realizar sin el nosotros curtido en el rock. El
Indio fue la mística de la década ganada (el otro líder que aporte mística fue ÉL, aunque no tan intensa en vida, en
sus exequias públicas produjo un estallido de mística atrayendo a miles de
pibes que lo despidieron como un rockstar). Años de hiperconsumo y precariedad,
de derechos humanos y seguridad, de
movilización política en la calle y de muertes silenciosas, pero también de mística. Aquí también entramos nosotros.
Quizás ahora se vengan los pibes de Francisco, extasiados por
el Dios de los mulos. Con el despliegue de un dispositivo religioso-policial de
contención, disciplinamiento y educación moral para la vagancia. Con movilización y mística religiosa, con
redención, victimización y ascetismo.
Quedan pocos diluvios más y en cada uno se abre la posibilidad
de mapear otro mañana. Nos asaltan las preguntas sobre la potencia de nuestros
cuerpos cuando están-juntos. Hagamos la promesa de intentar crear un próximo
dispositivo que nos vuelva a bienrecibir. De lo contrario, cederemos a la transvaloración social; nos
quedará un Dios que legitima la muleada, la familia reducida que nos podamos
armar y lo que rapiñemos de propiedad.
Por Leandro
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