El docente
paracaidista: una figura
escolar
1. Caímos en
la escuela.
En una trayectoria laboral que galopa en lo precario –poca guita, muleo,
hacer cosas que no nos caben, escasos beneficios sociales- nos vemos hoy dando
clase. El dar clase es algo que encontramos más que un lugar buscado: a los
tumbos, cansados de habitar un espacio agotado, olfateamos la posibilidad y
dimos el salto. Y aterrizamos.
Como paracaidistas sabemos que no cualquiera es un buen objetivo de
caída. Hay lugares más acogedores que otros. Los colegios privados con su
flexibilidad legal –llevar un currículum y no mucho más- es un sistema más
poroso en su recibimiento que la burocracia estatal, con trámites infinitos,
cortocircuitos permanentes y la quisquilles por “los títulos habilitantes”
Docentes paracaidistas: legalmente posibilitados, si, pero no
estrictamente preparados. Con credenciales académicas pero con un paso fugaz –o
nulo- por profesorados o institutos de formación pedagógica, se da una caída
abrupta en un terreno inédito. ¿Qué es una planificación? ¿Cuáles son los
criterios para corregir un examen? ¿Cómo mido los contenidos por edad? ¿Qué le
podes dar a un pibito de 12, 13 años para leer? Algunas preguntas posibles -y
hay más.
Tenemos la información sensible que portamos de nuestra época de alumnos
(no tan lejana en el tiempo). Pero es una memoria distorsionada. Pocas
coordenadas para un escenario novedoso, esta actualidad educativa muestra un
cambio de pantalla radical.
En lo efectivo, como docentes paracaidistas estamos despojados de
habilidades áulicas e institucionales. Pero si en un plano es necesario
marcarnos –y cocernos- con los efectos de institución, en otro
podemos ser puestos inmediatamente a funcionar en la gestión de las aulas. ¿Por
qué? Muy simple: como paracaidistas nos ponemos la pilcha de un rol cuyos
saberes para ocuparlo están deshilachados. Nosotros no estamos capacitados
dijimos; mucho no hubiera servido. El paracaidista es un ignorante pero los
demás también. Todos estamos sin red en las escolaridades precarias y sin
referencias a mano que expresa hoy el mundillo escolar; tanto para los que se
prepararon como para los que no. Pero como paracaidista corremos con una
ventaja. Veamos cual.
2- La
ciudad precaria como profesorado
Nuestra potencia como paracaidistas es
nuestra inocencia práctica. Sin
brújulas para la acción áulica debemos inventarnos en nuestro propio devenir;
la rutina se hace aventura. Mientras para los demás en el terreno desconocido
que es un aula se transita haciendo que se hace, renegando que las cosas ya no
son como antes, nosotros estamos obligados a crear un escenario habitable (el
paracaidista está más cerca de un forastero, de un visitante extraño, que de un
desertor que se prepara para el éxodo de sí mismo).
Crudo en las aulas por recién llegado, el docente paracaidista está
curtido en el afuera escolar. Su socialización es
extra-escolar; en el mercado laboral precario en el que se desplazo por varios
años y en la calle. En sentido amplio, la calle como economía de signos y
afectos, como fábrica de imágenes que emplea para gobernar un aula. La calle (“tener calle”) que sirve para
surfear esa sensibilidad cambiante del aula, para modular esos cuerpos que
saltan afuera de la subjetividades que los contienen, o que se diluyen por
debajo.
El docente paracaidista percibe a los alumnos como pibes y pibas (y a él como
un oportunista, o como un precarizado con suerte que rapiño un
laburo posiblemente mejor a los otros disponibles) que en mucho casos trata con
imágenes de factoría callejera y social (como sea, extra-escolares). Imágenes
que importa al aula. Por eso tiene un nivel de soportabilidad mayor frente a
quilombos de aula; ruido-ambiente en vez de silencio –tan anhelado por los
docentes tradicionales- invasión de celulares y mp3´s, contestaciones
“irrespetuosas”, retrasos en entrega de trabajos prácticos, tolerancia a las
excusas por ausencias…
No soporta por voluntad flexible, sino por no encontrar en este mundo
nada diferente a lo vivido en su pasaje por la precariedad laboral y por la
calle (que a veces es lo mismo). El docente paracaidista antes fue cadete,
empleado de atención al público, motoquero, encuestador, mulo de todo
tipo… ¿Cómo pedirle silencio a un pibe -o que apague el celular a una piba-
cuando no pudo hacerlo frente al monstruoso ruido, indiferencia o violencia de
la gran ciudad?, ¿Cómo pedir lo que ya no existe en la vida
precaria?
Un docente no se hace en las aulas (ni en los marcajes de su formación
previa). Allí –o en las salas de profesores- es en donde adquiere los clichés necesarios
para su rol institucional (el trato con las autoridades, las palabras para
comunicarse con padres y madres de alumnos, la gestión de un acto, etc.). Los
saberes, los yeites, la información práctica la trae de
afuera. Y ese saber fundamental
con el que contamos como paracaidistas es el de constituir en el movimiento salvaje,
de poder instituir en el remolino desbaratador de las rutinas caóticas que
atraviesan nuestra época. Célibe en las trayectorias del mundo-escolar, el
docente paracaidista es promiscuo en las andanzas por la ciudad precaria.
Pero hay otro saber importante con el cual contamos: un saber más de tipo
sensible. No tenemos mucha idea de cómo interpelar a un alumno desde los
cánones de la didáctica, es verdad, pero no les tenemos bronca. No somos
antipibe. Para muchos docentes pareciera que ya hay una brecha afectiva con los
pibes que hacen de alumnos: lejos de ser un par como que representan algo
exterior a su cartografía sensible que se manifiesta como amenazante. Y por más
que acumulen cursos, carreras, años de recorrido y experiencia, son ignorantes de
la otredad constitutiva de uno mismo que expresan los alumnos como personas en
sí mismas.
3- Excepción
y cinismo
Un paracaidista por necesidad no puede ser cauteloso. A veces, hay
situaciones en las que se fuerza un fuera de rol, y se encuentran
docentes y alumnos moviéndose en estados de excepción áulicos. Son esos
momentos de conexión copada que se retrotraen al lugar común docente alumno.
Hablando con unos pibes me dicen: “No boludo… Uuuh! Diculpe…” ¿Qué dicen esos
lapsus? ¿Por qué caretear esos gestos si en cualquier otro lado nos hablaríamos
así? En estos márgenes de lo institucional-escolar (márgenes que en verdad
conforman la realidad escolar cotidiana) el docente paracaidista se siente
jugando de local; bardeadas a un alumno, cargadas futboleras, lenguaje informal
a pleno, aceptación de una gastada o un trato amistoso (de par). Estado de
fuera de rol que, codificado por el discurso del docente clásico, devendría en
actas disciplinarias para el alumno o en sumarios para el docente. En estos
momentos de empate hegemónico (y no de dominio de docentes o
de alumnos) se visibiliza ese cinismo escolar: los docentes paracaidistas no
son lo que imaginan las autoridades y las familias, pero los alumnos tampoco.
A veces, el docente paracaidista actúa como un cínico en
un sentido opuesto; percibe al desnudo las reglas que organizan la
acción áulica, y no se las creé del todo, pero sabe que debe operar en esa
ficción con la teatralización del como sí. Corrientes de fuerzas que nos empujan
a atrincherarnos en una función que no nos cabe pero que estamos obligados a
encarnar: quilombo en el aula, pibes que se quejan, la demanda de intervenir
como profesores-gendarmes (“Vení, mirá lo que me hizo… Hace algo!”).
A pesar de la incomodidad que provocan estas secuencias, del talento de
armar esa ficción depende el sueldo a fin de mes. Por eso, una desafección
muchas veces potente, puede volverse peligrosa para el futuro laboral (uy, me
zarpe), y de ese equilibrio depende nuestro éxito. Mientras tanto –está
convencido, quizás por las huellas profundas de la precariedad- que esto es
pasajero- no siente pánico moral por el comportamiento de los pibes o pibas, no
carga con la culpa de una generación-adulta (¡Que hicimos con nuestros hijos!),
y no se siente responsable por la seguridad de nadie (menos que menos por la de
él mismo).
Conclusión: como paracaidistas caímos en la escuela. Con escasos saberes
genuinamente escolares, portamos la habilidad de armar condiciones de
posibilidad para. Pero en la escuela ese para es la
gestión áulica, para la cual por un lado no estamos muy curtidos, pero al mismo
tiempo, los saberes que alguna vez funcionaron ahí hoy descarrilan. Nosotros
como paracaidistas tenemos dos opciones: o incorporamos frenéticamente los
berretines educativos heredados –lo cual tampoco sirve de mucho- o nos
dedicamos a crear otra cosa, explorando, tanteando, y dispuestos a ver qué
onda.
Por Leandro y Andrés
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