1- Ruido blanco: el
aula como interferencia de voces
La voz docente ha
perdido la mayúscula. Destituida como Voz, deviene una voz más. Este pasaje es
la expresión de las mutaciones en los términos y en los supuestos del aula. Hay
indicadores de estos cambios: la voz del docente ya no provoca efecto
de silencio. En las aulas se parte del ruido (el silencio, como la
atención, como el respeto no son a prioris de la Institución escolar actual, son
botines en pugna, permanentemente en tensión. Hay que ganárselos…). Pero el fin
del monolingüismo docente, no necesariamente inaugura una realidad coral y
dialógica. Más bien lo que hay es una multiplicidad de voces que se yuxtaponen,
se mezclan, se confunden, se pierden en una especie de ruido blanco (del que
también participan los ring tones y los crujidos de auriculares saturados).
En el aula las voces
son algo de lo cual no se escapa: el sonido esta ahí, toma a los oídos por
asalto. No se trata de una conexión mediante un soporte digital del cual los
alumnos se desconectan cuando quieren, dejando como única certeza para nosotros
los docentes una respuesta concreta o un apagado repentino. Estamos en un mismo
espacio, compartiendo un territorio, donde ese otro esta pero no está, lo
tenemos enfrente, si, pero como un espectro indiferente e inasible por nuestras
palabras. Nos cuesta hacer pie y el lugar en común se hace desierto. Pero no
deja de haber una presencia, un alguien que nos brinda una bocha de signos: ante
la dificultad de que la voz armonice deseos se hace imperioso aprender a
escuchar otras voces: de la mirada de los pibes, sus las posturas en la silla,
el caminar por el aula, la forma de reírse, el
tipo de silencio que se abre. Palabras corporales que debemos interpretar
como antesala para entender más o menos que pasa e ir reconstruyendo sobre la
marcha algo si como un diálogo. Pero en la escuela una y otra vez siempre se
trata de eso: hablar con la voz. Veamos que nos pasa a los profes con la voz.
2- La voz como
cuerpo
La Real Academia
Española define a la voz como un “Sonido que el aire expelido de los
pulmones produce al salir de la laringe, haciendo que vibren las cuerdas
vocales”. Si la voz es parte de nuestro cuerpo, por lo tanto manifiesta sus
estados: Una voz enérgica, es producto de un
cuerpo vital, como su contrario, la voz frágil, inaudible, tartamudeante, es la
expresión del cuerpo agotado o temeroso. La voz es ese alienígena que habita en
nuestros cuerpos. Un elemento que se autonomiza y que en muchas ocasiones no
podemos controlar. La voz nos vende, nos expone públicamente, registrando oscilaciones
anímicas, malestares corporales, angustias, broncas, miedos, alegrías.
Pero en la cuarta
acepción del diccionario, la definición ya se asemeja a la realidad vivida específicamente
en las aulas; Grito, voz esforzada y levantada. Para
agrietar las capas de ruido, hay que elevar la voz, hay que esforzarla. Otra no
queda. En las aulas, es evidente, se gasta la voz. Si siempre la voz es expresión del cuerpo vibrátil,
del cuerpo que se hace eco de las afecciones del mundo, en el caso de que la
voz se gaste demasiado el precio de los intereses a cobrar es la afección de
nuestra garganta. Una voz rasposa, arenada, muestra que nuestra garganta no
puede más. La garganta es una de las tecnologías orgánicas con los que
cuenta nuestro cuerpo. Como docentes, la garganta es una de nuestras
herramientas de laburo más importantes. Todos
tenemos una garganta, todos contamos con ese medio, los pibes también, pero ya
no se puede orquestar quien lo usa, para qué, en qué momento. A fuerza de
intentar comunicarnos y la presencia indiferente del otro, se impone el ardor y
la posibilidad extrema de un silencio obligado.
A su vez ante esa indiferencia se afirma una voz que ya no intenta comunicarse,
sino que ante la interferencia de manera disciplinaria intenta interpelar (“Cállense,
chicos, vamó, vamó”; “A ver: ¡Hacemos silencio!”; “¡¿Ey, no entienden lo que
digo?!”). La voz se diluye tanto en la no interpelación escolar como en el reto
que tampoco puede sujetar, o si lo hace, es de manera transitoria, condenada a
volver a empezar todo una y otra vez.
En ese
penduleo una garganta en carne viva nos da una
información concreta; la indiferencia se territorializó. Los ruidos ahora se palpan. ¿Cómo leemos ese dolor? Hay
varias secuencias: por un lado huyendo de
la fuente del problema, los pibes: desde no dar bola y que no hagan nada,
bien ladri, y solo saltar cuando haya un desborde tremendo, hasta tomarse
alguna licencia, recurso legal siempre a mano. O interviniendo directamente ahora en el foco del conflicto, donde
encontramos diversas medidas punitivas, como una que escuché a una mina que da
inglés: “Miren que yo no voy a gritar, eehhh, dejen de hablar porque pongo
actas”. Otro plano es el de la
sensibilidad, tratando de curar las zonas afectadas (te con miel, pastillas,
aprendizajes de modulación de voz). Y por último, el escenario de nuestros deseos y expectativas escolares: empezando
por una evasión no solo de la situación, mirando para otro lado, con
justificaciones insólitas, sino de las repercusiones en nosotros mismos, siendo
indiferentes con las vivencias de nuestro cuerpo; o soportar lo que venga,
encontrando sentidos en pequeñas cosas, como sea charlar con gente amiga en los
colegios, la necesidad de la guita para vivir y sostener el consumo de la
variada gama de alegrías pre-fabricadas que nos ofrece el mercado; o claudicar
afectivamente, afirmando la conocida sentencia del “es todo una mierda”,
concibiendo que es imposible armar una onda copada en el aula y que por lo
tanto el máximo anhelo docente es el-no-problema (con tal de no sufrir, nos
conformamos con estar tranquilos). Si queremos ver como se encarnan estas
estrategias, leamos este párrafo que presenta los objetivos de la Asamblea del Consejo Federal de Educación, reunida con Sileoni a
la cabeza en septiembre del año pasado:
“(…) difundir una
prueba piloto que se llevará adelante en alguna de las jurisdicciones para
establecer un modelo de control de salud laboral de los docentes, que pondrá especial énfasis en el
tema de la voz. Esta propuesta, que se implementará a partir de un trabajo
conjunto con la ART, contemplará la oferta de asistencia al docente ausente por
enfermedad, la implementación de un software para evaluar o establecer el
porcentaje de docentes con posibles trastornos en la voz y riesgos
psicosociales, en términos de detección temprana, y la puesta en marcha de
instancias de formación y capacitación en ese sentido”. [1]
Nos preguntamos: ¿no
hay otra manera de intervenir en este dolor? ¿Compramos de una las lecturas que
se rifan en el mundillo escolar?
3- Nuevos cuerpos
en la voz
Sabiendo de sobra que
es imposible separar las estrategias mencionadas -que no pocas veces efectuamos-
nos parece clave intentar leer de otra manera nuestras afecciones para empezar
a despertar nuevos posibles; mientras para muchos la palabra se presenta como el
fundamento del lazo social, nuestras gargantas oxidadas evidencian un espacio
como el aula que está más cerca de un limbo que de un territorio común. ¿Cómo armar
otra cartografía en el aula? Dijimos que si
hablamos de nuestra voz docente, hablamos de nuestro cuerpo: una voz vital, que
conmueva, que interpele, que no se mecanice como voz del orden (provocando
irritación y fastidio), pero que tampoco adquiera la tonalidad mediática (buscando
impactar) expresa un cuerpo con incertidumbres, pero como inquietudes activas,
que saben que hay que barajar y dar de nuevo. La proyección de una voz ahora
que parte del cuerpo pero de un cuerpo no determinado, no plenamente
constituido, sino mas abierto, ensayando, viendo que onda… Ponemos en marcha una
voz espectral, un timbre sonoro que logre armar encuentros y composiciones generando
nuevos cuerpos y fibras sensibles…
Ni
hablar que el escenario es una buena oportunidad para descentrar el lugar preponderante
que ha tenido históricamente la palabra en la escena áulica. No negamos el plus
de sentido que pueda brindar nuestra voz, pero nos interesa apostar por otros móviles
lingüísticos y nuevas experiencias de pensamiento. De hecho, sabemos de sobra
que nosotros todo el tiempo nos expresamos corporalmente, sea caminado,
moviendo las manos, en la forma de como nos reímos y miramos a los pibes. Ahora
bien: si hablamos del aula como desierto ontológico, su puesta en marcha no depende simplemente del soporte
enunciador, sea palabra, gesto o imagen, sino de trazar conexiones subjetivas
que activen nuevas ficciones vitales, lo cual en parte nos convoca a nosotros
docentes como también a los mismos pibes con sus saberes, sensibilidades y
afecciones.
Leandro y Andrés
Para escribir este texto,
dialogamos con El malestar en la cultura,
de Sigmund Freud.
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