Breve ensayo sobre el oficio
de llamar la atención
1- ¿Qué es ser un tirabomba?
Murmullos. Estudiando para otra materia. Sentados
en cualquier parte, algunos dados vuelta. Celulares camuflados bajo la mesa;
celulares expuestos arriba de la mesa. Cabezas gachas con sueño, descansando en
una almohada improvisada con brazos y carpetas. Más murmullos, crece el volumen:
¿Quién esta hablando? Miramos, no vemos a nadie, pero algo escuchamos… Surgen
preguntas ¿Cómo llamar la atención? ¿Qué hago para que den bola? ¿Les digo que
descansamos? Pero falta una bocha ¿Qué hago con todo este tiempo que queda?
Y en ese limbo irrumpe el rol del tirabomba. El
tirabomba como un posible disfraz para habitar estos momentos inerciales de duda
y hasta de parálisis. Una figura que en algunos casos logra componer con los
pibes y armar algo así como una clase.
El tirabomba es una máscara cuyos rasgos se confunden con los del puterío, pero
guarda una singularidad que la hace específica: la capacidad de llamar la
atención por llamar la atención. Es un puro formalismo del lenguaje. No hay ninguna
finalidad en lo que se transmite, sino simplemente en que diga lo que se diga,
el otro se enganche. El tirabomba es preso de una lógica contemporánea de pinchar
para activar; frente a lazos deshilachados, agitar las conexiones y sujetar
invita a que la interpelación se dispare con todo (como pasa con el llorón, un personaje
a pensar en otro momento). Ser tirabomba es actuar desde el cinismo, es verdad,
pero el cinismo por lo menos reconoce un terreno agrietado y espinoso, y busca
sobrevivir desdeñando una pose careta; el tirabomba se hace cargo de la nueva
pantalla de juego y no vive engatusado por la nostalgia de lo que ya fue.
2- El oficio
Ser tirabomba implica conocer un arte complejo. Se
sabe que el aula es una diversidad de centrales nerviosas que irradian y
digieren información. Encontramos así varios escenarios: un aula con auditores
que reconocen a un orador central logrando más o menos un ida y vuelta, un
intercambio con algo de sentido pero más que nada mecánico y formal (“vamo,
vamo, hay que hacerlo”; “si, esto va para la prueba”); o una dispersión de
nodos generando diferentes circuitos informativos, una feudalización de la
palabra y los cuerpos donde nuestra lucha como docentes no es solamente que nos
escuchen, sino que nos reconozcan como la voz principal (y aclaro que la cancha
no está marcada simplemente docente-alumnos, sino que en esta lucha por llamar
la atención hay chicos que piden a otros silencio para escuchar: “Que boludas
que son estas pibas…”, “Ponga uno, profe, ponga uno”, “ ¡Callate, deforme!).
Si como docentes somos la voz cantante, puede haber
un grupito que no haga nada y que solo le pidamos que no joda mucho; pero si son
un par los que escuchan y el resto están
en cualquiera, quedamos reducidos a ser uno
más. Y ahí tenemos una paradoja: mientras que para la institución se espera
que el profe sea más o menos algo así como una autoridad (?), el docente es una
pieza más de un mosaico partido en mil pedazos que necesita laburar ¿Cómo
encarar estas tensiones? ¿Qué es una autoridad? ¿Alguien que simplemente evita
el caos?
El tirabomba emerge como la búsqueda de
centralizar en su cuerpo las terminales informativas de un escenario zarpado en
dispersión. Y así el tirabomba empieza a tirar sus tiros: debates mediáticos
que interpelen a la mayoría, buscando una identificación donde haya por lo
menos dos bandos que se peleen al aprobar o desaprobar una situación; preguntamos
de todo: que opinan sobre Verónica Perdomo y la desconfianza sobre su
enfermedad, el beso de Moria y la hija, o el caso de Baby
Etchecopar, que se agarró a tiros porque un chorro estaba manoseando a su hija
embarazada.
Como verán, el tirabomba se aferra a aquel viejo consejo soreliano: donde hay
violencia, hay adrenalina. Y como profes tiramos dinamita para imantar miradas,
oídos, lograr que nos respondan y que los cuerpos se queden un poco quietos, en
su lugar.
3- Afinidad mediática
El tirabomba no es un
invento docente ni mucho menos. Como estrategia para conquistar atenciones se
incuba en múltiples parcelas de lo social. Vallamos a la tele: el Show del
Fútbol. Si, el programa de Fantino. Escuchemos que arranca: “Si con todo lo que
pasó Angelici no aplicás el derecho de admisión, sos un cagón”; “Muchachos,
miren que hoy vamos a hacer un programa como para que cuando termine nos vengan
a buscar a la puerta”; “Distasio, ¿Sabes por que abro con vos y te pido que
mires a la cámara y le hables al hincha de River? Porque tuviste los huevos de
decirle cagón a Jota Jota”. En la tele se busca armar encuentros a distancia
con las audiencias. El tirabomba es un antídoto posible para paliar las bajas
de rating: el peligro de un tiempo que pasa y no contagia empatía y acontece el
abandono. Tal como enuncia Marcos Lucero, gerente de programación de Canal 7
sobre la televisión privada: “A los anunciantes básicamente no les importa el
contenido a ofrecer del formato, solo que reúna espectadores para que rinda el
tiempo invertido en publicidad”. Esa es una diferencia con los que damos clase:
la necesidad de ocupar un tiempo vacío con una audiencia cautiva y lograr que
no se canse y se desborde (aquí no hay zapping áulico, hay un espectador
atornillado que perdió el control remoto).
4- El doble filo de la
mecha
El tirabomba sabe de dos bardos posibles: o se
encastran las piezas díscolas pero convocando un quilombo peor, o la dinamita
verbal explota sin afectar a nadie. Nos explicamos: en el primer caso el
tirabomba logra llamar la atención pero la granada explota en la mano y pinta
el desborde: peleas, carajeadas, objetos-proyectiles que atraviesan el aire y demás.
Es imposible modular. Una sobrecarga de información sin terminales que regulen
esos flujos convoca la epidemia de la entropía. De una entropía por la desconexión
e indiferencia, a otra por sobresaturación y desquicio (sea hace necesario
aclarar que de una bomba puede salir de rebote un debate copado, que implique
alguna experiencia de pensamiento y no solo berretines morales). En la segunda opción,
si la pólvora viene mojada o los estallidos no alcanzan para lastimar
sensibilidades de amianto, estamos frente al abismo. La impotencia ahora es
total.
Pregunta: ¿Y por qué es un problema el abismo? ¿Qué
pasa si todo revienta? ¿Que información sensible nos expresa esa bomba, esa dinamita
que nos arroga la época que ahora hipnotiza nuestra atención? ¿Hay que
suspender las expectativas que tenemos sobre como ocupar un aula, o ya no las
tenemos y hay que barajar y dar de nuevo, acercarse a los pibes y repensar
nuestro rol? ¿Cómo es esta apuesta deambulando en un dispositivo como la
escuela, sumergido en jerarquías y relaciones de fuerza innegables, más si
hablamos desde el contexto de colegios privados? Hay que correrse de la
demonización de los alumnos, ni hablar, pero también ¿No es necesario mudarse
de ciertas posturas de acercamiento permanente, de ponerse a bucear de cerca a
ver que está pasando, onda amante arrastrado para luego armar ese otro lugar? ¿Este
problematizar creativo, debe partir de una búsqueda de reconocimiento o de aquello
que queremos hacer y después ver que sale, esperando a que avenga el encuentro
y la configuración de un nuevo escenario vital? Decía Capussotto hace unos días:
"No me preocupa el rating, si hace diez
años que hago 4 puntos". (…) "A nosotros nos ofrecieron estar en un
canal de mayor audiencia, pero no sería lo mismo. No me imagino estar discutiendo qué cambios debo hacerle el programa para
que levante el rating, de ahí a la involución humana estamos a un paso".
Sin cierta indiferencia
por el interlocutor no hay creatividad, descubrimiento de lo nuevo, que
provocará nuevos deseos e intereses comunes. Dijimos que el minuto a minuto
articula el tiempo televisivo: el grito de “¡¡¡¡Paraaa Mose, paraaaaaa!!!!”, capaz
sea un freno a esa lógica de seguidismo del otro, un gesto bárbaro de a mi ahora me interesa esto, por lo que es y
nada más. Si el tirabomba busca conectar por conectar, cierto desdén por el
que dirán capaz que haga germinar
nuevos enunciados, miradas y ademanes que huyan de aquello conocido como
palabras huecas que martillan sin lastimar.
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