Tranquilos,
solos y entretenidos
Un análisis sobre las
tragamonedas y el juego –Primera Parte-
1-
Bingo:
nacional, masivo, y mercantil
Hace aproximadamente una década
que los bingos son parte fundamental de nuestra ciudad. Haciendo pie a lo largo
y ancho del país, prácticamente son una institución mas (municipalidad,
comisaria, banco, plaza, escuela… y bingo). Argentina es considerada por los
capos del negocio a nivel global como el mercado más importante de Latinoamérica
(mientras que en México una empresa como Codere factura 376,9 euros por máquina
en un día, en nuestro país esa cifra es el quíntuple).
Si decimos bingo, hablamos de un
lugar solitario, entretenido y tranquilo. Espacio policlasista, varias
generaciones y géneros conviven también (“en un bingo hay de todo”, nos dicen
una y otra vez). Convivencia que marca una dinámica común para los jugadores
como es la de un bingo-empresa, pero donde una y otra vez las diferentes pertenencias
sociales de cada uno hacen al acto de
jugar (momentos disponibles para ir en la semana y duración de cada jornada;
cantidad de dinero para invertir; formatos de endeudamiento y de pago o no de
los créditos contraídos; etc.). Por eso,
si bien los bingos construyen sus propias diferenciaciones y jerarquías
–jugador social o vicioso, por ejemplo- en las salas de juego se replican las
fronteras sociales extra muros del bingo.
“Una institución más”, les decía. Y a eso apuntan
un poco estas líneas que van a leer: tratar de pensar los bingos como una
institución capital de nuestro tiempo. Podrían ser la comunidad organizada del
kirchnerismo. O por lo menos una de sus variantes. Las salas de juego son un
emergente de la década ganada, por la afiebrada circulación de dinero en
diferentes estratos de la sociedad argentina, pero su funcionalidad no las
podemos explicar simplemente por el aumento de dinero en los bolsillos
populares. La hipótesis es que los bingos operan como una maquina terapéutica
urbana sumamente eficaz. Pero más allá
de pensar sus procedimientos para administrar los estados de ánimo sociales, me
interesa investigar las salas de juego como un modelo de inclusión
contemporánea. Los bingos congregan masas y los hacen bajo una matriz que nos
guste o no, es una referencia clave para activar estrategias y comprensiones
copadas de nuestro tiempo, no solo de cómo se diseñan dispositivos de mando
sobre nuestras vidas, sino de apropiaciones singulares que se originan en el
interior de estas mismas economías de obediencia. Tal como dice la frase, como
se juega, es como se vive.
2- Máquinas tragamonedas y dinero como objetos de deseo
Las máquinas tragamonedas son la
gran atracción de las salas y la principal causa del crecimiento económico de
las empresas del juego. Se calcula que existen 70.419 salas de tragamonedas en
todo el país. En la provincia de Buenos Aires hay 21.870 máquinas, entre las
cuales, 5.200 y 8.000 son de Codere, el gran caudillo de la zona. Las salas de
máquinas con más recaudación se encuentran en zonas populares como Berazategui,
Avellaneda, San Martín, San Justo, y Lomas del Mirador. Se calcula que de los
jugadores que acuden a una sala, alrededor del 80% vive cerca de ella.
¿Pero quién juega a las máquinas? Todos. Pero alguien en
especial: las mujeres. Mujeres de todas las edades, pero en especial las
adultas y mayores -40 para arriba-. Las mujeres describen su vida como muy
problemática, sea por el trabajo, la soledad, problemas familiares, de salud,
etc. El bingo, un refugio frente a todo ese peso.
Un paréntesis. Como a su vez, una oportunidad de divertirse, de salir a un
lugar sin miedo, seguras. El entretenimiento del juego funciona como una gran
fuente de energía, pero también, como un paraíso tranquilizador (“a mí jugar me
sirve para sacarme la cabeza, dejarla a un costado, y olvidarme de todo”).
Tanto el dinero como la maquina
son dos fuentes de placer muy grande.
Las máquinas y los jugadores
conforman un combo hombre-máquina; un racimo donde lo orgánico y lo mecánico se
articulan vitalmente, siguiendo el jugador el ritmo de la máquina. La máquina
seduce desde su estética: color, ruido, facilidad de uso y por ser algo
individual. Esto último se los quiero remarcar: a la máquina se juega de a uno.
Jugador versus máquina. Nadie más. Estar solo, sin que nadie te moleste, es un
valor importante para los jugadores que recurren a estos artefactos. Otra cosa:
el tipo de vínculo que se arma con la máquina pareciera requerir de una postura
femenina; por más que muchas mujeres trabajen, varias hacen tareas domésticas,
y se hace difícil no homologar el gesto de estar frente a una máquina tragamonedas
con estar frente a una cocina o un lavarropa.
Pero lo gran atracción del juego
es la posibilidad de ganar dinero. El dinero como deidad contemporánea, gran
agente de intercambio capaz de conseguir lo que sea –y más también-. El jugador
espera ser testigo y protagonista de una transmutación mágica. El dinero que se
apuesta en una sala no es un dinero que se gasta cambiándolo por un bien o
servicio, un dinero-consumo digamos, sino que se trata de un dinero-virtual. El
gran anhelo es que el dinero haga más dinero. Una multiplicación, como aquella
de los panes y los peces. Les hablo de dinero-capital.
El jugar a las maquinitas provoca
dos flujos afectivos muy marcados: una adrenalina en relación con la
efectuación o no de las expectativas por ganar, y un trance de la memoria por
el vértigo de intentar una y otra vez que se cumpla con el triunfo tan esperado.
La máquina y el dinero son las dos ilusiones que provocan estos afectos a
partir de una mecánica muy compleja. ¿Cómo funciona esa mecánica se preguntan?
Vamos con eso ahora.
3- Reconfiguración personal y producción de energía
Jugar genera una expectativa por
lo que saldrá en cada jugada. Se corre un riesgo –medido en dinero gastado- de
ganar o no. La persona apuesta, la máquina sentencia. La creencia en la
concreción o no de un deseo, esa tensión de probar una y otra vez y esperar por
la irrupción de la sorpresa, es un riesgo que atrapa.
Es muy rápido el mecanismo: se
pone plata y a ver qué pasa. Para que esta dinámica de expectativa-efectuación
sea funcional, debe ser lo menos mediada posible. Por eso el bingo se encarga
de cancelar todos los lapsus posibles: el sistema TITO es un caso muy concreto.
Ya no hace falta que el jugador corte la sinergia con la máquina yendo a la
caja a comprar más fichas, sino que puede mandar directamente los billetes por la
ranura. Aunque el magnetismo es tan grande, que pueden existir lagunas entre el
jugar y la búsqueda de dinero: salir a la calle para meterse en un cajero, como
volver a la casa a buscar guita guardada. Este tipo de acciones atemorizan a
varios jugadores, por sentirse fuera de control y ser capaces de hacer
cualquier cosa.
Decíamos que el jugador va al
ritmo de la máquina. Frecuencia que en su ida y vuelta se mide en dinero.
Existen dos tipos de máquinas: las que con poco dinero se puede jugar largo
rato, dando premios bajos, pero permitiendo al jugador ir midiendo su bolsillo
según como venga la mano. Como hay otras que demandan más inversión y dan
mayores premios, aunque si se pierde, el tiempo de juego es menor y se
pulverizan rápidamente los recursos del jugador.
Además de la adrenalina habíamos
hablado del viaje onírico que implicaba jugar. Este esperar y constatar permanente
provoca un sumergimiento en la experiencia inmediata. La conciencia se abstrae
de lo general y se transforma en un rígido radar donde la atención y la memoria
se anclan en el presente continuo del juego, dilatando cualquier otro rincón de
la conciencia que se ocupe de dar informaciones sobre el estado del cuerpo en
la rutina reciente. El diseño del bingo como espacio seguro y cómodo, donde la
gran mayoría de los jugadores señalan que es uno de los pocos lugares donde no
hay robos o peleas, se materializa hasta en el más ínfimo detalle, como el
diseño de las sillas de las máquinas, pensadas para que una persona esté
sentada dieciséis horas sin que le duelan los riñones.
Conclusión: el placer del jugador
por jugar, se activa mediante las máquinas y el dinero. Pero el devenir de los
cuerpos, provoca un sentir que es otro placer a considerar. Si bien ese viaje sin
las máquinas y el dinero no sería posible, ingresar en una mutación de las
coordenadas vitales y su correspondiente adrenalina, son vivencias muy
profundas que interpelan fuertemente. Hay un doble movimiento en el jugar:
conectarse a una gran usina de combustible vital, como a su vez, desconectarse
de la vorágine cotidiana y sus cortocircuitos. El juego es una experiencia límite
que emite una adrenalina que no resulta desgastante, todo lo contrario. El
frenesí producto de un imprevisto, no es el vértigo abrumador de lo rutinario,
como la duda por el resultado de la máquina no es una incertidumbre angustiante.
4- Ciudad y energía
Un dato interesante: en el 2012
las ganancias brutas de las diferentes empresas de juego en la provincia de Buenos
Aires –bingos, casinos, billetes de lotería- fue de 60.000 millones de pesos, mientras
que las ganancias que generaba YPF-Repsol en todo el país antes de su
nacionalización eran de 58.000 millones. Hablamos de dos producciones de
energía: una en base a un recurso no renovable como el petróleo, y otra sí
renovable como la generada por máquinas y cuerpos. Más allá de a quién de
nosotros le guste jugar o no ¿alguien concibe nuestra economías, sean
laborales, familiares, barriales, de las que sean, sin este impulso
fundamental?
Jugar en los bingos se perfila
como un pulmón libidinal indispensable para el funcionamiento de las ciudades. No
solamente como usina energética, sino también como mapa existencial para los
jugadores. Quiero decir lo siguiente: el bingo emerge como un nodo energético
que por un lado entretiene para enfrentar afecciones negativas de la vida
común, de la presión de las micro derrotas cotidianas, pero también, en tiempos
de falta de brújulas, y más para ciertas generaciones mayores, posiblemente
brinda una serie de coordenadas que trasforman al bingo en una morada amigable,
en una sociabilidad confiable que contrasta con el sin sentido de otros ámbitos
de su existencia.
Algunas preguntas ¿Cuál es el
precio que pagan los jugadores por jugar, en tanto qué valoración de sus vidas
afirman en los bingos-empresas? ¿De qué está hecho el combustible vital que ahí
se engendra? En tanto al momento de su generación en las salas ¿reproduce o
desactiva la gramática social que dibujan sus rutinas, a partir de la forma de
atravesar el espacio, de vincularse con los otros, de palpitar sus diferentes
temporalidades? En relación a lo que activan directamente en su vida cotidiana,
los cuerpos que juegan se potencian, pueden más que si no jugarían, ahora ¿cómo
circula esa energía, que tensiones abre en su andar de todos los días? ¿Cómo
apropiarse socialmente de esa fuerza que se incuba en los bingos?
Estos como otros interrogantes,
los vamos a encarar en futuros ensayos.
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