Docencia y guerra: la figura del docente corresponsal
En la mayoría de los casos, ser docente hoy quiere decir, ya
de por sí, estar metido en mil guerras: la guerra por la atención, la guerra
por los contenidos, la guerra social que se traslada o repercute en el aula, la
guerra en o contra las instituciones...
El desafío entonces es hacer devenir ese docente (quiera o no
un combatiente) en un corresponsal de esas guerras (generalmente asimétricas)
con múltiples frentes. Más aún, no solo volverlo un corresponsal, sino también
un cartógrafo, un investigador, un explorador de las potencias, de las
preguntas y tensiones vitales, de las posibles resistencias. Es decir, en un estratega.
Es difícil distinguir una guerra de una posguerra. O, dicho de
otra forma, el escenario de posguerra (territorio “arrasado”, roles
desfondados, instituciones mutadas) es el paisaje de la guerra en curso (una
guerra sin premios ni bandos claros).
El docente como corresponsal de guerra entonces (ni hablar que
un estratega) debe afinar la intuición, la mirada, el olfato. Saber pararse,
aprender a poner el cuerpo de determinada manera, y sobre todo, entrenar la
capacidad del ver qué onda.
Estos movimientos requieren tanta flexibilidad (evitar quedar fijados a roles, percepciones, formas
de actuar) como firmeza. Firmeza como
decisión de no dejarse llevar por un “todo es igual”, firmeza en relación al
cuidado (hacer crecer y aguantar aquello que se arma en la fragilidad) e
incansable entrenamiento de la sensibilidad (la mirada, el olfato, el captar
qué es lo que está vivo).
Más allá de aquel cliché de
“hay que poner el cuerpo” (como si fuera posible no hacerlo), la presencia (eso que es lo insustituible
de la docencia, de la “transmisión”), es entonces, una vez más, la pieza clave.
¿Cómo intensificarla, adiestrarla, cuidarla, en estas épocas de presencias
cansadas, destituidas, puestas en crisis por mil máquinas? ¿Dé donde se sacan
fuerzas y recursos para ofrecer una presencia descarnada y sincera? La
docencia como investigación e intervención requiere de un cuerpo más complejo
(capaz de ser afectado de muchas mas formas, lo cual implica y deriva en una
mayor capacidad de afectar). A contramano de muchas otras instancias o
experiencias, complejidad, aquí, es sinónimo de eficacia.
Docentes con presencias descarnadas. Docentes caníbales que
olfatean (y casi, degustan) el exceso. No sin sufrimiento. “¿Con qué me voy a
encontrar hoy?”. Curtidos en el vértigo de entrar a un aula y sentir que está
todo a flor de piel.
Trabajar así solo es posible gracias a entrenamientos previos,
a saberes forjados también en otros lados. Trabajar así solo es deseable porque
el botín es llevarse a fin de mes algo más que el sueldo: señales,
informaciones sensibles, vínculos valiosos, coordenadas de época.
Y porque
otra no nos queda.
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