Algunas ideas y preguntas sobre nuestros
malestares en la sociedad del espectáculo, a partir de las impresiones
provocadas por la película “Kagemusha, la Sombra del Guerrero” (Akira Kurosawa, Producción
Japonesa-Norteamericana, 1980) y la carta de Spinoza a Luis Meyer, del 20 de
Abril de 1663.
1-
Nos
remontamos al Japón del 1500. Algunas tribus se disputan el control de la
ciudad de Kyoto, para lograr la primacía una sobre la otra, y así poder
conformar un gran imperio. En un nuevo capitulo de las infinitas batallas que
se libran, las tropas del clan Takeda se encuentra azotando un castillo.
Shingen, jefe del clan, se acerca personalmente al frente de batalla. De
pronto, se decide emprender la retirada. Intempestivamente, los ejércitos
marchan de vuelta a su hogar. Las dudas inundan a la propia tropa y los clanes
enemigos ¿Shingen, gran señor de la guerra, ha sido herido? ¿Retrocede para
cobrar más fuerzas? ¿Ha sucedido otra cosa? ¿Estará muerto acaso?
Shingen
fue herido en un brazo con un disparo enemigo. No se encuentra nada bien, y en medio del éxodo, reúne a sus principales
generales, y a su propio hijo, Kaitsuyori, que lo escucha en primera fila. El
motivo es darles una orden de capital importancia: si algo le sucediera a su
frágil salud, y lo encontrara la muerte, nadie debería enterarse de su deceso,
por el periodo de tres años. En ese tiempo, la estrategia ofensiva deberá
aguardar, y mantenerse las tropas del clan en sus posiciones. Si se sabe de su
muerte, probablemente no solo no se
pueda conquistar Kyoto y así imponerse como el clan más fuerte, sino que toda
la tribu se desmoronará y difícil que pueda sobrevivir. Esos tres años serán el
intervalo necesario como para reponerse y volver a empezar. Unos días
posteriores, Shingen fallece, y se abre una discusión de que hacer ahora en
adelante: ¿como mantener ese secreto durante tres años? Nobukado, hermano del
líder y hombre fuerte de la tribu, propone que su lugar sea ocupado por un
doble. Él mismo ha desempeñado ese rol en algunas oportunidades, pero ahora no
podrá ser: no solo se trata de engañar a los rivales del clan, sino también a
los propios y hasta más íntimos, desde sus soldados y campesinos, pasando por
sus amantes y nieto. Los generales escuchan y se convencen del plan; muerto el
guerrero, gobernará una sombra.
En
la presentación de Kagemusha, todos quedan absortos; nadie puede creer su
perfecta similitud. Se trata de un delincuente, un vagabundo rescatado por
Nobukado. Vestido y ensillado en el caballo de Shingen, su máscara hace su
bautismo de fuego desfilando ante las tropas del clan. Luego se dirigen al
castillo principal y son recibidos fervorosamente por sus habitantes. Al
principio ni este doble sabe de la muerte del jefe del clan. Pero encerrado en
una habitación, revolviendo pertenencias para robar, desgaja una gran vasija
donde descubre al gran jefe muerto y embalsamado. Allí estalla un conflicto, y
se discute sobre su situación. Este no quiere ocupar el lugar del doble. Tratan
de convencerlo, ofreciendo dinero, hasta amenazándolo de muerte. Pero parece
que no hay caso, y Kagemusha no quiere saber nada.
Al
otro día, en el más absoluto secreto, se emprenden los funerales del jefe. A
las orillas de un lago, cotejado por los principales generales de la tribu, en
una barca se introduce la vasija que contiene el cuerpo de Shingen. A unos
metros de distancia, el doble aguarda y contempla el espectáculo. Mientras, se
acercan sigilosamente unos espías enemigos, que buscan información tras los
extraños acontecimientos en el frente de batalla y la sorpresiva retirada. La
barca emprende su marcha y se va perdiendo entre una espesa niela mientras se
interna en el lago. La niebla, ente espectral, como algo consistente, pero
también abierto y disponible para tomar mil formas, simboliza el paso del
cuerpo a otro nivel de existencia. Es un pasaje, indicador de la transición de
un estado a otro, secreto y misterioso. Los espías que contemplan el ritual,
dicen no tener dudas de que ha muerto Shingen y se retiran raudamente. El doble
sale corriendo y les comunica a los generales todo lo que ha oído. Se encuentra
desesperado y suplica ser escuchado. En ese momento, implora ocupar el lugar
que le pidieron; el forajido acepta ahora no como imperativo, no por miedo ante
las amenazas, ni menos aún por dinero, ser el doble del jefe fallecido, sino
desde el más puro convencimiento. Arrodillado sobre el lodo al borde de la
laguna –el barro, otro elemento amorfo, mítico- se zambulle también en una
transición, viajando de una forma a otra, donde consagrado a esa nueva máscara,
será la más fiel y genuina copia de Shingen, aquel que ya descansa en el
vientre de la laguna.
2-
Al
aceptar su misión, Kagemusha emprende una difícil tarea: alguien que es parecido a otro, actué como si fuera ese otro. Este es aconsejado por
Nobukado y sus asistentes, de cómo moverse en su habitación, el palacio, junto
a sus amantes, su nieto y ante los ojos de todo su pueblo en el castillo. El
doble se va acomodando a su rol. Los demás lo creen y lo reconocen como tal. Ahí
más se acomoda, y al más acomodarse, mas creerán en el y lo reconocerán como
tal, y así sucesivamente. Kagemusha debe acatar su rol, y para ejecutarlo debe
ser espontáneo, no aparentar algo forzado, pero al mismo tiempo, debe tener
cuidado y ser muy medido, ya que no es el verdadero. Hay una tensión permanente
entre el ser y el parecer; ejemplos encontramos cuando el doble se muestra
cabalgando su caballo frente a su tropa y luego se confía y va más rápido y se
termina cayendo, a un costado sin testigos importantes, zafando de ser
descubierto; o cuando resuelve positivamente la desconfianza de “su” nieto,
haciéndolo jugar con su casco y poniéndolo en sus faldas; nieto que había
gritado delante de todos “Este no es mi abuelo”.
Va
pasando el tiempo y los propios creen en
su puesta en escena, tanto como los enemigos están atónitos y dudan. Al
principio creyeron que el jefe estaba muerto, pero luego cambiaron de opinión.
Los espías infectan el paso del doble. Buscan información que les permita de
una vez por todas confirmar si el clan huyo por la muerte de su líder. Con este
propósito deciden reemprender la guerra y sacarse las dudas. En un primer
momento, se decide esperar y no atacar, pero Kaitsuyori, celoso de sentirse
marginado, emprende solo una defensa. Los demás generales deben acudir para
protegerlo. En la batalla, los clanes enemigos visualizan al doble y se
entregan a la certeza de que Shingen esta vivo. Kagemusha se vuelve a mandar
solo en algunas maniobras que salen oportunamente, y en medio de una lluvia de
flechas y disparos al lugar donde aguarda y contempla la batalla, uno de sus
asistentes, muere por defenderlo. Ahí encontramos una fuerte ambigüedad, donde
el andamiaje performativo logra su máximo esplendor: uno de sus asistentes lo
salva, sabiendo que él no es él, y el jefe sabiendo que no es él, se siente más
él que nunca.
Pero
una escena clave, que tendrá consecuencias determinantes para el doble y el
devenir de todo el clan Takeda, será una conversación con “su” nieto. Takemaru
le pregunta “¿Por qué le dicen montaña, abuelo?” Uno de los asistentes sale al
paso y le pide a Takemaru que explique que significan las letras de la bandera
del clan. El pibito desde las faldas de su abuelo, agitando con su mano derecha
un abanico, recita: “Rápido como el viento, tranquilo como el bosque, feroz
como el fuego, firme como la montaña”. “El abuelo es esa montaña”, explica el
asistente; en la batalla, ordena a su caballería que ataque rápido como el
viento; luego marchan sus lanceros, silencioso como el bosque; después, a su
caballería pesada, fulminante como el fuego; y su abuelo detrás de ellos, firme
como una montaña, protegiéndolos y dándole confianza para que ataquen con
bravura. Kagemusha escucha con atención. Este recitado, la compañía de su
asistente, esa tarde con Takemaru, que parecen situaciones inocentes, banales,
el devenir se encargara que no sean un momento más en el destino del clan y la
vida del doble, sino que tendrá unos efectos de performatividad determinantes;
por eso les pido que retengamos esto último: firme como la montaña.
3-
Recordemos
que durante tres años el clan Takeda debe mantener a Kagemusha como doble y
guardar en secreto la muerte de Shingen. Luego de ese periodo se blanquearía
todo lo acontecido. Pero mientras tanto, el enemigo y los propios no debían
dudar, y habría que mantenerse en una posición de espera hacia los otros
clanes. Pero faltando poco para cumplirse los tres años del impasse, Kagemusha
se manda solo a cabalgar el caballo de Shingen. Animal indómito, solo el jefe
podía montarlo. El doble lo intenta y es arrojado por el aire; el juego entre
ser y parecer, espontaneidad y cuidado, sale mal. En ese mismo momento, sus
amantes que presencian la escena corren a socorrerlo, y en el intento por
ayudarlo, descubren que no tiene las marcas de nacimiento de Shingen; por eso
mismo, en ese preciso instante, Kagemusha ya no es más el jefe, sino un doble
del mismo. La farsa terminó. Los generales acuden también al lugar del hecho y
quedan decepcionados. Se reúnen de forma urgente e improvisada, y resuelven que
Kagemusha sea echado del castillo, y que el hijo de Shingen, Kaitsuyori, tome
el trono en legitimo derecho. El ex doble es expulsado del castillo. Bajo una
intensa lluvia, el otrora jefe se va como lo que era: un paria. Le ofrecen algo
de dinero, y lo toma con indiferencia; su única preocupación es poder saludar a
Takemaru, “su nieto”. Pero el pedido es denegado, y lo sacan a los piedrazos.
Días más tarde, Kaitsuyori es bendecido en los rituales de asunción, y es ahora
el gran señor de la tribu, por linaje directo del jefe anterior: ya no hay
sombras espectrales que gobiernen desde el castillo, sino anatomías de carne,
sangre y hueso.
Pero
se presenta un problema: Kaitsuyori desea atacar ahora mismo a las tribus
rivales. El tema es que aun no se cumplen los tres años de espera, y hay un
lapsus entre las órdenes del viejo jefe y las del nuevo. Los generales intentan
convencer a Kaitsuyori pero no hay caso. Se pertrechan las tropas, y bajo un
arcoíris imponente, costeando el mar, continúan su marcha hacia el frente
enemigo.
Comienza
el ataque. Se van desprendiendo las columnas paulatinamente: Viento, Bosque y
Fuego. Pero los clanes enemigos preparan una astuta defensa, y mediante armas
de pólvora, van liquidando uno por uno a los contingentes del clan Takeda. El
nuevo jefe, desde la altura y acompañado
de sus asistentes, contempla como sus tropas son aniquiladas ante sus propios
ojos. En el campo de batalla, sus soldados y lideres militares son demolidos;
somos testigos de un paisaje desolador pero intenso: la guerra, como metáfora
que desnuda la vida, donde algunos se entregan rápidamente a lo fatal, mientras
otros se encuentran heridos pero resisten, tambalean pero aguantan, y se
aferran desesperados al existir, para que no los abandone el soplo de vida…
Kagemusha
es testigo de los sucesos. Permanecido fuera de foco, contempla absorto los
hechos; esos hechos no son otra cosa que la pulverización del ejército del clan
Takeda. Junto al olor a sangre de los cuerpos que se empiezan a consumir bajo
el rayo del sol, la niebla inunda el lugar; si, la niebla, otra vez la niebla:
¿Qué nos anuncia? ¿Qué pasaje tendrá lugar, qué mutación estará por venir…? El
doble, afiebrado por lo acontecido, no puede ser un mero testigo, se manda solo
otra vez, y tomando una lanza, emprende una corrida torpe y frágil hacia las
defensas enemigas. En ese mismo instante, una cámara nos da un plano del
campamento improvisado de Kaitsuyori, el nuevo jefe; envueltas en una neblina
también, sus sillas están vacías: se han retirado, huyeron... Kagemusha sufre
varios disparos en su cuerpo, y trastabillando herido, ensangrentado, se acerca
a la orilla del mar. Allí ingresa al agua, y su cuerpo intenta dirigirse a la
bandera del clan; en un segunda toma el cuerpo flota, por lo que
presumiblemente ya esta muerto, aunque logra acercarse al estandarte.
Una
copia demostró que puede hacer cumplir los preceptos de la tribu: ser firme
como la montaña. El pasaje, la transición que presenciamos, es la de un paria
que puede hacer cumplir estos designios como si fuera un señor de la guerra, y
no como Kaitsuyori, un legitimo heredero al trono, que escapa dejando su
ejercito moribundo en tierras enemigas. La soberanía feudal basada en el linaje
directo, transfiriendo la divinidad de padre a hijo, es hackeada. No hay
determinismos de ningún tipo, y no hay dios que sea eterno: lo único que nos
determina y da razón de ser, es el devenir real y concreto de nuestra acción;
en el andar de la vida, a veces más rápido, otras más lento, siempre cabalga el
infinito.
En
1663 -un siglo después de donde data la historia de Kagemusha- el pensador
Spinoza tiene un intercambio epistolar con Luis Meyer. Allí debaten sobre la
idea de infinito. Lo infinito por un lado hace referencia a la extensión, a las
cantidades. Todo modo o ente, es un algo que forma parte de otros entes
mayores, compuestos, que a su vez hacen cadena con otros entes compuestos,
siendo ellos unidades simpes, así, hasta el infinito. Un planeta, la Tierra , puede ser un
elemento del Sistema Solar; a su vez, este sistema forma parte de una galaxia,
y esta galaxia forma parte de otras nebulosas de galaxias y así hasta el
infinito. Pero al mismo tiempo, cada entidad simple, es a su vez un ente
compuesto, ya que gravitan en sus entrañas otros entes simples, siendo estos
entes también compuestos, contemplando otros entes simples, y así otra vez,
hasta el infinito. Nuestro planeta esta hecho de continentes, océanos,
atmosfera; cada continente, de hielo, arena, selva; y así hasta el infinito.
Los modos se definen por una razón de ser, expresión de cómo las diversas
partes se ligan y articulan entre si, y a su vez, a partir de ese ideal, se va
condicionando el pulso de esas partes. La Tierra es la Tierra por su composición determinada de océanos,
continente, atmósferas; si se suman nuevos elementos, o estos cambian de
dimensión, no solo puede cambiar la morfología de la Tierra , sino que puede
cambiar su identidad, dejar de ser la
Tierra y pasar a ser otra cosa…
Esto
se explica porque la idea de infinito no debemos concebirla solo desde lo
cuantitativo, desde la cantidad de partes y como se relacionan entre si, sino
que incluye un factor cualitativo. El mundo como infinidad, es eterno devenir,
movimiento dinámico. Hay una conexión específica entre las diferentes partes,
pera estos empalmes siempre son móviles, siempre aparecen nuevas partes, y
permanentemente hay nuevas conexiones al acecho buscando profanar las
definiciones de lo dado, logrando la mutación de lo existente. Nosotros como
modos somos expresión de este perpetuo diferir que es la infinitud: somos
parte, pero no somos él; la infinitud es la causa de todos nosotros, pero
nosotros como modos, como entes, no somos la infinitud. Les pido que prestemos
mucha atención a esto: como modos, somos parte de este infinito diferir, por lo
cual, no hay ningún tipo de determinación necesaria de ninguna clase. Que sea
nuestra causa, no significa que nos congela y serializa, sino que somos en él.
Y gracias a que somos en él, estamos abiertos a la plena contingencia, a la
apertura de múltiples y nuevos posibles. Somos lo que somos, pero siempre
podemos ser otra cosa; es más, pudimos no haber sido.
5-
En
todas las épocas, hay modos, definiciones efecto de múltiples conexiones, que
se presentan como lo único posible, y cierran la infinitud en cuanto maremoto
vital. El sueño del poder es que todos nosotros pensemos “solo puedo ser esto”.
Pero también puede darse algo paradójico, y más perverso aún, y es que el
discurso hegemónico afirme “todo puede ser”. El espectáculo nos brinda
infinitas posibilidades pero en verdad son determinadas. La promesa de
virtualizar nuestras vivencias, tiene como sustrato el “todo puede ser”;
podemos diagnosticar al detalle todo nuestro cuerpo, podemos cartografiar los
rincones mas inhóspitos para vigilarlo todo, podemos comunicarnos con
cualquiera en cualquier parte y cualquier momento… Pero esta infinidad
espectacular no solo se presenta desde lo cuantitativo, sino también desde su
arista cualitativa. Dice el experto en marketing Alejandro Gonzalez: “Los cambios de paradigma se aceleran. La
diferencia es que, hasta mitad del siglo pasado, los parámetros para dividir a
una generación otra estaba estaban marcados por crisis, hitos históricos y
cambios en los valores. En los últimos 30 años, tuvo relación con la evolución
de la sociedad”. De ahí que la revista Target afirme: “En este complejo collage, las generaciones se multiplican por las
necesidades de las empresas de segmentar por pasiones, cada vez, más
específicas. Los grupos serán más pequeños porque todo individuo quiero ser
único y diferenciarse”.
Les
pregunto: ¿Estos estilos, estas maneras de diferenciarse y ser únicos, son
realmente eso, únicos? ¿No son el consumo, la construcción yoica de una imagen,
y la autogestión de la vida, matices comunes? ¿No serán distintas máscaras,
pero que comparten sus principales rasgos? Podrán ser diferentes tonos de un
ideal y definición de lo dado, pero nunca la institucionalización del milagro y
el infinito, como bien dijo ya Manuel Castel, y tantos pensadores
contemporáneos. El espectáculo como mecanismo de regulación de nuestras
afecciones e inquietudes vitales, sigue tallando performativamente una manera
de ser, un patrón, donde nosotros no somos más que fantasmas, sombras… Ahora
bien: como copias, múltiples, diversas, pero copias al fin, ¿solo podemos ser
eso?
Y
ahí es donde quiero volver a la última escena de la película, y sobre un
detalle no menor: el símbolo del mar. El mar como metáfora del infinito, es
nuevamente escenario de las metamorfosis. Si en el vientre de una laguna,
fueron los rituales funerarios del antiguo jefe, Shingen, y Kagemusha acepto ser el nuevo jefe, ahora al borde del
mar, el honor del clan es salvado por la pérdida de otro jefe, y la irrupción
de uno nuevo. De un estado se pasa a otro, con mediaciones de este estilo. Esta
me pareció una imagen muy potente para seguir pensando nuestra época, sus
malestares como también posibilidades. Si decíamos que el espectáculo es una de
las maneras de procesar las afecciones sociales, virtualizando experiencias,
sabemos que no estamos condenados a ser copias que reproduzcan el ideal de vida
neoliberal. Una copia, el doble, logró una originalidad: portarse como el jefe
de una tribu, mientras que el heredero legítimo no pudo; se corrió de lo
establecido, de su expulsión de la tribu y diáspora obligada… Debemos saber que
existen maneras de profanar el ideal de vida desde las mismas técnicas que la
regulan, que hay fugas y no solo somos copias del modelo dado. Si la época como
empresas autogestivas nos quiere flacos, felices, apurados, bajoneados, lindos,
atléticos, etc, etc, se trata de renegar de la falsa infinitud, y
reconocer que la vida, aquella que
nosotros vivimos, es perpetuo diferir, como el infinito goteo de un mar que
nunca se completa.
El
cuerpo de Kagemusha encierra esta ambigüedad también. Es tanto una copia al
servicio de las elites que dirigen la tribu, como el afuera, el forastero que
no tiene lugar. Cuando el hermano de Shingen necesita un doble para su padre moribundo,
recurre a Kagemusha, quien estaba acusado de robo y estaba a punto de ser
crucificado. De pasar a ser sacrificado para darle más ser a la tribu, para
purgarse de lo anómalo, pasa a ser el doble de su líder, Shingen, señor de la
guerra. A su vez, cuando como copia ya no tiene sentido, por que ha sido
descubierto, es expulsado a los piedrazos, y más tarde, termina sacrificándose,
pero para hacer cumplir los preceptos de la tribu, de que su jefe debe ser
firme como la montaña y no retroceder jamás; Kagemusha demuestra que no solo es
un forajido, sino que puede ocupar el lugar de cacique de las hordas de su
tribu. Es increíble la cantidad de mutaciones que ha sufrido Kagemusha...
Imágenes que nos puede inspirar como decía para pensarnos a nosotros generacionalmente,
de cómo siempre es latente la posibilidad de desplazarnos de lo concedido y
cambiar.
Kagemusha
de Kurosawa, me parece extraordinaria como manantial de imágenes para
pensarnos, y lo que más me impactó de esta película, fue justamente su capacidad
de hacerme palpar ese infinito devenir del que hablamos… Si el armisticio debía
durar por imperativo de Shingen el periodo de tres años, estos no se
cumplieron, y no hubo más tiempo para su tribu. El tiempo como la medida de la
duración de un cuerpo, del ritmo del movimiento de sus partes, siempre se ve
acechado por lo eterno, por el perpetuo fluir de la vida, que como engendró a
este modo, la tribu del clan Takeda, también puede deglutirlo y devorarlo en
sus entrañas; desmembrar las coordenadas temporales, hacer crujir los relojes y
calendarios, nos permite vislumbrar las potencias infinitas del mundo, tal que
una copia, puede ocupar el rol que un original no pudo cumplir, abriéndose la
pregunta de quien tiene derecho a ser soberano… Ya no habrá ni tres años de
tregua, ni tiempos de cosecha, ni festividades, ni paseos a caballo, ni nada:
la fuerza del mundo hizo que implosionara la tribu, afirmando con creces que
todo es posible, hasta que el mar se trague una montaña.
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