(Pensando el temporal: encuentro de “Hacer Ciudad” del
sábado 7 de abril de 2012)
1- La ciudad parece ser narrada desde o por
las “catástrofes”. Estas se erigen como “punto de verdad” de la ciudad, de los
modos de vida y de la gestión de la ciudad… (Cromañón, Luis Viale,
Indoamericano, Once, la tormenta de inicios de abril). La catástrofe habla,
claro, de la tragedia y de la muerte. Pero nos devuelve también a nuestras
condiciones reales de vida en su máxima crudeza: en el trabajo, en el transporte
público, en relación a las fuentes de energía, en los espacios de recreación,
en la vida de los barrios (Más allá de las zonas geográficamente más afectadas,
los coletazos de temporal no pegan igual en todos lados: no es lo mismo los
barrios de clase media con chalet sin tejas que las casillas desmoronadas por
completo). La precariedad y la fragilidad como paisaje común. Entonces: ¿las
catástrofes como inversión de lo habitual o exacerbación de lo ya caótico? Por
lo tanto si es un gesto político importante enlazar las “tragedias” no como
accidentes sino como parte de un plano común de precariedad, ¿no necesitamos
activar los reflejos políticos, para no dar cuenta de la misma solo a partir de
su peor cara? ¿Puede haber un escenario anterior de enunciación que no sea la
muerte?
2- Nos interesa el punto de vista de la excepción.
De la excepción del finde largo como éxodo turístico al drama del temporal ¿Qué
pasa cuando “no hay luz”? Desenchufado el hombre eléctrico ¿que clima se
genera? Situaciones de anormalidad, de oportunidad, de suspensión… El conurbano
a oscuras: imagen de far west que queda como flotando en el imaginario
mediático; escenas de sálvese quien pueda; suspensión de la “vida civil”.
Impasse también de la condición de consumidor (“tengo el freezer lleno”, “el
plasma está ahí y no los puedo usar”).
3- La tormenta también evidenció nuestro “no
saber” en lo que refiere a la gestión diaria y cotidiana de aspectos básicos de
nuestro entorno urbano: no sabemos levantar unas chapas, arreglar un techo,
reparar destrozos materiales, recomponer la luz, tirar cables... Más patente se
hace desde lo generacional; pero, al mismo tiempo, son pibes aquellos que
levantan las casas y torres diseminadas por toda la ciudad. Entonces, lo que
hay es una especialización de los saberes, una lógica de expertos, que nos
ata a la ayuda de otros. Sin deseos de rebobinar ninguna historia,
pero si escapando al fatalismo de recurrir a la oferta de servicios
mercantilizados, nos preguntamos que otras maneras de habitar la ciudad
existen.
4- Igualmente sí aparecen ciertos saberes de
moverse en el clima de excepción. Desde formas de auto-organización
barrial (armar cuadrillas de amigos, familiares, vecinos, etc. para ir
limpiando y arreglando las casas, cuidar a los nenes, organizarse para salir a
comprar y conseguir cosas, cuidar la zona). Pero también saber moverse en el
clima de bardo y escenario confuso (armar una bandita y salir a rescatar algo,
ir a hacer lio a la municipalidad o la comisaría, saber por donde andar y de
qué o quiénes cuidarse y a quién aprovechar, etc.). También esta es una
dimensión de un “saber” urbano (más o menos cotidiano).
5- La catástrofe nos dice mucho sobre las
tramas de gestión de la normalidad/excepción. La Muni, Edesur, las empresas de
servicios, los hipermercados o proveedores, las (mini) empresas a las que
Edesur acude tercerizando trabajos, las fuerzas de seguridad… Todo un entramado
de gobierno de la vida y de la ciudad que se funde, se confunde. En la
catástrofe se “blanquea” esa trama indistinguible de mecanismos e instancias de
gestión concreta de la existencia.
6- Cada catástrofe conjuga estas dimensiones.
Tragedia por pérdidas. Algunas irreparables, otras reparables. Se revela la
perdida de saberes y la constitución de otros. La excepcionalidad puede ser un
punto de vista sobre la normalidad y viceversa. En cada una de las catástrofes
se activa el miedo y el punto de vista del control. Desde la “gripe A”, hay que
tener cuidado con los estornudos en público. Ya no se viaja tanto en tren (o se
viaja dejando más libre el primer vagón). ¿Surge, ahora, el “miedo a los
árboles o postes de luz”? Pero también irrumpe la pregunta a que nos habilita
el miedo (la potencia del “estar jugado”). Si se cierra la canilla del flujo de
imágenes o noticias radiales, ¿que miedo se activa con el miedo de los otros,
del de los anillos del poder sobre aquel de los mas afectados con el temporal?
7- La catástrofe habilita un escenario de
crisis “pero sin crisis”. Saqueos, pillaje, pero en contextos de no escasez (no
es el 89, ni el 2001).
Esto
se liga a una situación actual de violencia en los barrios (y, por ejemplo, en
las escuelas), maltratos, peleas entre bandas, quilombos barriales, pero en un
marco de relativo bienestar económico o de acceso al consumo. La precariedad de
época no es un problema económico, de repartija de bienes, o por lo
menos, no es su ADN fundamental. Nos preguntamos entonces: ¿Cuál es?
8- En Merlo hubo represión policial. ¿A quién?
A los vecinos que protestaban por haberse quedado sin luz. Se escuchó mucho la
demanda de “seguridad” en medio del caos.
9- La “subjetividad” (o el impulso, el modo…)
que te lleva a un “saqueo” o ir a robar o romper algo, a sumarse al ambiente de
bardo ¿es la misma que la subjetividad consumidora? ¿Es su reverso directo?
¿Se trata del mismo impulso crudo y sin elaboración del sentido que pone en
juego el consumo solo que ahora despojado ropajes morales, de
cauce y rumbo, de reglas y modales civilizados? ¿La banda de pibes
“descontrolados” al fin y al cabo no “literalizan” los lemas publicitarios (el
“solo hazlo” o el “imposible es nada” de Adidas y Nike…)? Dos caras de una
misma moneda, dos tonos de una misma predisposición de época…
10- ¿Hay,
en este ir a fondo de los pibes—consumidores—vándalos, una especie de
“profanación” o desacomodo, de hecho, de los lugares establecidos? ¿Solamente
se vincula con una demanda de recursos? ¿No podremos encontrar un componente
lúdico, transgresor? ¿Hay algo de politicidad ahí? (Veremos
más adelante algunas preguntas que aparecen en torno a la politización).
11- Con respecto a lo mediático: el microclima
mediático se desentiende del temporal/tragedia. Del tiempo de la excepción. Por
un lado, en las tapas y pantallas, en las radios y los discursos, el “caso
Boudu”… Desenganche tremendo del microclima con el pulso de la calle durante
estos días: salir a buscar velas; comprar en los chinos linterna en mano fideos
y arroz; correr ramas de la puerta de la casa; dar vueltas por ahí a ver si
alguien sabe cuando vuelve la luz; señalar con cualquier cosa a mano terreno
peligroso, donde hay postes caídos o por caer; comerciantes que dudan ¿abro?
¿Cierro? ¿Alquilo un grupo electrógeno? ¿Tiro todo? Ni hablar de barrios donde
“no quedo nada”. Que decir de las menciones durante las transmisiones de
fútbol, spots donde mostraban el despliegue del Estado, junto con avisos de los
clubes recibiendo donaciones, y los comentarios de los relatores…). ¿Decisión
transversal –y cálculo gubernamental- de “aquietar” un poco el clima?
12- Por otro lado: el temporal (y el paisaje de
corte de energía que dejó) provocó una suspensión de “lo mediático”. El barrio,
las manzanas de al lado, o el barrio vecino, eran el mundo próximo conocido (no
había muchas más imágenes del “más allá” del mundo próximo). ¿Qué
posibilitó esta suspensión, qué se dio ahí? (¿El diálogo con vecinos siempre
postergado por la rutina y la vida “normal”?)
13- Una pregunta fundamental emerge desde la
excepción o situación anormal: ¿Se quiere volver a la normalidad? ¿Qué significa
la normalidad, de qué está hecha? ¿Se puede discutir y abrir preguntas, desde
la catástrofe, sobre esa normalidad?
La
tragedia obliga a “recalcular”. Qué pasa si nos posamos sobre ese paréntesis y
desde ahí habilitamos todas las preguntas y el pensamiento…
14- ¿Qué se
activa, qué sucede tras la catástrofe? ¿Sirve hablar (o invocar, postular,
descubrir) de politización? ¿Qué es “politizar” esta serie de
catástrofes? Lo
que sabemos es que se despliegan diferentes lógicas de cuidado ante estas
situaciones. Y que vale la pena distinguir ahí. No es lo mismo la secuencia que
habilitan las empresas, las FFAA en las calles, los municipios, que las
estrategias y movidas que despliegan los habitantes, las organizaciones
(espontáneas o que ya hay), las bandas que se arman tras la catástrofe.
¿Puede decirse que se trata de “politizaciones” o “politicidades” muy
ambiguas, que no son “acumulativas” (con el próximo ventarrón, ese gesto o
movida puede volarse y ya…), ni tampoco “resolutivas” (capaz que no se “proponen”
resolver nada, ni instaurar o dar curso a “demandas”)? ¿Es posible que estas
experiencias se acumulen según un paradigma de lo discontinuo, por fuera de los
esquemas de representación, y por eso tan difícil de pensar, por el cual la
propia excepción recupera en acto una memoria de excepciones pasadas, y
comunican sus saberes a las poblaciones que más intensamente coexisten con la
excepción?
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