*No buscamos reemplazar a las
autoridades competentes sino ser veedores de que las instituciones o
funcionarios pertinentes, atiendan las necesidades de los ciudadanos que lo
necesiten.
*No tenemos ni pretendemos tener
autoridad de policía, pero si intentaremos dar a conocer todas las acciones que
nos permitan no ser un blanco fácil de la delincuencia y trabajar con quien
corresponda, codo a codo en la prevención.
*Llevaremos adelante todas las
acciones que sirvan para el bien de la comunidad educativa y en general, en
cuanto a seguridad en la vía pública se refiere, dejando de lado intereses
individuales.
*Somos un grupo de padres
preocupados por la seguridad de nuestros hijos y los hijos de los demás y como
tales, no
esperaremos a ser
víctimas para realizar y hacer oír nuestros reclamos.
(Declaración de Principios del corredor escolar de
Villa Ballester; http://www.corredorescolar.com.ar/proyectos.html)
"La seguridad la vamos a ir mejorando día a
día entre todos, y yo, como corresponde, como máximo responsable de la
provincia, estoy al frente de esta lucha, pero es muy valiosa cuanto más participación y control ciudadano hay"
(…) "acá está en juego la vida, no
es un problema más, detrás de esto tiene que haber una gran madurez y
responsabilidad de todos en colaborar cada uno desde su lugar".
(Discurso
de Scioli en la presentación del *911 audiovisual y una página Web de denuncia
comunitaria).
Intro
Los siguientes párrafos
son una serie de reflexiones a partir del diálogo con actores varios acerca de
una intervención comunitaria en pos de seguridad: los corredores escolares.
Hablaremos en particular del corredor José Hernández, uno de los corredores
ubicados en Villa Ballester, barrio paquete del partido de San Martín. El
corredor, creado en Abril del 2008, comprende 21 manzanas con 12 colegios, tanto
de tipo privado como público, albergando casi 10.000 alumnos.
Encararemos los corredores
como un Foco de experiencia: un
complejo de saberes, sensibilidades y procedimientos prácticos que se ponen en
juego estratégicamente. El sentido de estas líneas entonces, más allá de los
corredores, será hacer visibles lógicas de intervención en clave de seguridad,
poniéndolas en discusión en un contexto donde el discurso de seguridad,
vigilancia preventiva y comunidad se viene agitando bastante…
1- El
diagnóstico como intervención
Los corredores surgen como
una intervención urgente frente a un problema determinado. Ese problema va
germinando cotidianamente en múltiples experiencias y diálogos sobre la misma:
atracos de celulares, MP3, y chuchería tecnológica que exista, como también
peleas varias (entre hombres; entre mujeres; entre hombres y mujeres; entre
chicos de los mismos colegios del corredor –recordemos que hay colegios
públicos como privados- pero básicamente entre los alumnos del corredor “con
los de afuera”). Toda una serie de cortocircuitos que son empaquetados como un problema
de inseguridad. Y ahí tenemos una primera movida en común: la modelación
del problema (el diagnostico es ya de
por si intervención).
Pero no queda ahí. Se hace
necesario hacer algo frente a este
problema. La denuncia y la queja cotidiana son insuficientes. No hay solución a
la vista: “Esto era un quilombo”, “nadie hacía nada”. Pero la impunidad del
delito no se explica solamente por desidia
policial, sino que hay un reconocimiento de la impotencia de la misma: hay un desborde estructural y solos no
pueden (“faltan patrulleros”, “ellos también hacen lo que pueden”). De ahí que
se solicite la ayuda y el compromiso de todos.
La escuela emerge como
lugar sagrado a proteger. Los chicos tienen que estar tranquilos. La escuela es
para estudiar y aprender. No da para que estudiantes, docentes, estén nerviosos
si antes de entrar o salir los van a golpear, si les van a robar, o por
cualquier otra cosa que pase, porque puede pasar cualquier cosa. Hay que
asegurar un mínimo de habitabilidad del colegio. Después se verá como funcione;
primero tiene que existir.
2- Vigilancia
y prevención
La intervención planeada
son los corredores. Su función es prevenir y dar aviso a la policía cuando se
detecta algún hecho. La prevención consta de una organización comunitaria de la
vigilancia. Se concentra el flujo de gente que se dirige a las escuelas
mediante caminos predefinidos, señalados por pintura de colores en postes y
carteles colocados por la municipalidad. Al concentrarse la masa de personas en
los horarios pico (entrada y salida, por la mañana y la tarde) se ejercen dos
procedimientos: por un lado, estar juntos da seguridad. Solos, separados, y
peor todavía, detenidos parando en algún lugar, es entregarse a los
delincuentes. Por otro lado, se agrupa el objeto a vigilar. Con la
concentración de cuerpos, se gana en intensidad de la mirada. De ahí que un
engranaje fundamental del corredor sean los comercios adheridos. Su función es
estar atentos observando alrededor para
denunciar o recibir victimas y protegerlas (de ahí el sentido de la aficheta:
que los alumnos reconozcan paradas seguras para resguardarse). Pero también se
convoca a que los padres, docentes, agentes de seguridad privada -que no todos
los colegios cuentan-, patrulleros, como los mismos alumnos, instruidos en
denunciar al *911 por cualquier problema, presten atención al movimiento de
gente.
Y hay que saber mirar. Y
distinguir: en el hormigueo de cuerpos y su frenética movilidad, todo se
mezcla. Porque si bien se agrupa el objeto
a indagar, en el caos, “los chorritos” se camuflan. De ahí que haya una
definición del sujeto problemático bien precisa (atracos y bardo por “pibitos
de la villa”) y un saber clínico en identificar, tanto para detectar posibles
peligros como también no caer en confusiones que pueden traer algún entredicho
(muchos de los chicos que se sospecha que sean pungas, terminan siendo amigos o
noviecitos de las pibas de los colegios). Pero al mismo tiempo, si “todo es un
quilombo”, si “acá pasa de todo” se hace
necesaria entonces una mirada amplia, una percepción sensible a la irrupción de
secuencias insólitas pero que terminan afectado. En esa ambigüedad
contradictoria se reparte la difícil tarea de vigilar: definir a rajatabla para
identificar; dilatar la estrechez de la mira para que lo amorfo no pueda pasar.
3- De
comunidad y fronteras
Dijimos que el corredor
nacía fruto de la impotencia de diversos personajes del mundillo escolar. La
afección de la problemática congrega una comunidad a su alrededor. Hecha de
complicidades previas, obvio, también arma otras nuevas. Y activa una suerte de
división del trabajo policial: comerciantes, padres, alumnos, directivos, se
disfrazan de policías; encargados de vigilar y controlar el flujo de gente para
detectar peligros y denunciar. Pero la policía-institución, en función de
policías se acoplan a esta movida. También vigilan, pero son los encargados
exclusivos de detener y castigar. Entonces tenemos: por un lado, una
proliferación de la lógica policial encarnada en varios actores; la policía como
aparato coercitivo-estatal deja de ser un engranaje exclusivo en la lógica
policial pero tampoco queda fuera del mapa, sino que se activa una composición
compleja y contradictoria, pero no por eso menos productiva.
El corredor como una
vigilancia organizada debe suprimir el anonimato de las victimas para conjurar
la clandestinidad de los victimarios. Pero ese anonimato como desconexión entre
pares, supone eso, ser pares; y
aquellos foráneos que se infiltran son virus malignos. De ahí que la férrea
organización del corredor como lugar seguro genera proporcionalmente la imagen
de que su afuera es un limbo peligroso. Este dispositivo de vigilancia y
captura establece una frontera material plasmada por la geografía del corredor.
La cual es posible por otra membrana, simbólica en este caso (sendas murallas
que se retroalimentan incesantemente). Se va cincelando un nosotros y un ellos.
El nosotros se define por esta comunidad de seguridad, y el ellos, en la
recurrente expresión “chicos de afuera”. Así, las diferencias entre los de
afuera y adentro se agitan más todavía. No hay lugar para lo amorfo, solo en el
caso de cómo puedan actuar los de afuera, “los de las villitas de por acá”,
pero lo que nunca se pone en duda es justamente eso, quienes son.
4- Habitar
el intérvalo
El problema no es la
escuela, sino el trayecto de la casa al colegio. El intervalo es el momento de
mayor peligro. Comparándolo con el robo de autos, se reconoce los momentos de
entrada y salida como los más jodidos. De ahí que el trayecto es el contexto a
intervenir. Los paréntesis, el entremedio, es la zona a cuidar. De ahí que con
los corredores se amontonen todos los cuerpos por los mismos lugares, pero que
también se les solicite un paso fugaz por los mismos: no quedarse charlando, ni
esperando mucho tiempo el colectivo, ni demorarse comprando cosas. Se abre una
paradoja: la organización comunitaria del corredor requiere que aquello a
cuidar no se relacione. Un lugar fundamental para armar vínculos entre amigos,
parejas, o hacer cualquier gilada, como la salida de la escuela, lejos del
control tanto escolar como familiar, es interrumpido en pos del cuidado.
5- Sobre la
subestimación y el poder de la apatía.
En la voz de los grandes
los alumnos aparecen como colgados, en otro mundo, en fin: pelotudeando. Uno de
los factores de riesgo más importantes son ellos mismos; se percibe el
comportamiento de la victima como una de las principales
condiciones de posibilidad de éxito del
victimario. Pero uno habla con los pibes y si bien se
plantea el problema de los robos, encontramos quejas del funcionamiento del
corredor: que no se siente muy presente, que no sirve. También se expresa un
escaso interés en el mismo (“ja, ja, yo me cuido solo”, “no le damos bola a
esas cosas”).
La escuela se presenta
como la institución civilizadora por excelencia, de incorporación de
conocimientos para emprender una autonomía como persona. Pero en nombre del
cuidado se dispone de una intervención que requiere chicos programados como
bebes, donde la educación al final los embota… Se podría decir que “los
salvajes” (esto es textual) aparecerían
mas avispados, curtidos en el manejo de un saber de cómo zafar de obstáculos,
entre ellos, de los mismos padres, directivos y hasta oficiales de policía que
arman el corredor. Por otro lado, la apatía e interferencia de muchos pibes de
los colegios con el corredor, seria un gesto fuerte, de desconexión de una
movida que sienten que los despotencia. Dijimos que hay lazos cotidianos que
unen a pibes de las escuelas con los de otros barrios (partiendo al medio esta
falsa dicotomía) pero es indudable que también hay diferencias, que posibilitan
los afanos. Sin embargo, y sin querer dar definiciones desde afuera, es difícil
no percibir un hilo conector entre los guachines que roban manifestando un
saber callejero de gambetear controles como de los pibes que rechazan la
normalización de la lógica del cuidado paterno-policial.
6-
Efectividad y Productividad
La percepción de la intervención de los corredores por parte de aquellos
que lo organizan, es la baja de robos (“antes era un quilombo”, “acá se robaban
100 celulares por día”). El corredor algo
sirve. Pero cuenta con problemas; los mismo problemas que aquejan a cualquier
intervención hoy día: la indiferencia (“la mayoría de los padres no se
calientan”), poca atención (“los chicos boludean”), el desgano (“algunos dicen
que ayudan, pero una sabe que no se ponen mucho las pilas”) como el temor (“hay
otros negocios que ayudan, pero no ponen el cartel por miedo”). A todo esto
recordemos lo que decíamos de cierto desdén y hasta indiferencia de alumnos por
la intervención.
Pero además de la eficacia
del corredor, hablemos de su productividad: la forma de vida que pule, el tipo de sincronización de las emociones que necesita para funcionar. A
partir de cómo formula las afecciones y la maquinaria que pone en marcha para
intervenir en ellas, se genera una concepción de encarar situaciones en clave
de seguridad, de cuidado frente a un peligro; de una serie de saberes y
sensibilidades en relación a una lógica policial, tal como una mirada vigilante
y paranoica del entorno vital; seguir ensanchando surcos en las fronteras
subjetivas que se erigen entre “los de afuera y los de adentro”.
El corredor nace del temor
del barrio. Se inspira en corredores puestos en marcha en Ciudadela. Por lo
tanto una práctica efectiva en un punto de la ciudad se hace idea y migra a
otra coordenada urbana que la requiere volviendo a materializarse en un
proyecto activo. A su vez, el corredor
de Ballester cuenta con zonas mas intensas y otras menos intensas. Se nota por
los negocios adheridos, los carteles colocados. Pero sus dimensiones más
marcadas (alrededor del colegio José Hernández) puede replicarse en otros
ámbitos que se planteen inquietudes similares y seguir así reproduciéndose la
maquinaria de los corredores como una estrategia en pos de seguridad.
Ni hablar que si la
intervención no se percibe como eficaz, no interesará como estrategia y no
interpelará la efervescencia del sitio que solicite seguridad. Pero la discusión
primera no es si los corredores sirven o no, sino que se trata de abrir la
discusión de la intervención en términos de seguridad, de la manera en que se
traducen las afecciones del lugar y las estrategias emprendidas. A su vez es lógico que
si no se presenta como efectiva la productividad se desvanece, ya que esta
misma implosionará por no satisfacer la demanda que la inició.
El otro día llegando a una
escuela en Casanova -laburo de docente- me dice una secretaria: “a ver mi amor,
cuando puedas firma esto”. ¿De que se trata? Una nota hablando de una reunión
de padres, de discusiones sobre robos reiterados (fui testigo de pibas llorando
y quejándose de eso), de la importancia de que la policía venga a la escuela a
dar charlar en materia preventiva, sobre la demanda de mayor presencia de
patrulleros en la zona, y el proyecto de iniciar un corredor escolar. Es más
que claro que se presenta como desafío político el desarmar estas corrientes de
época que formulan respuestas a preguntas que pululan por la ciudad y se
conectan fácilmente. Hablo de deshilachar el formato de seguridad ante
afecciones y cortocircuitos cotidianos, y una suerte de llamado a participar,
entre todos, a solucionarlos, donde se perfila una metamorfosis compleja entre el
Leviatán estatal y los ciudadanos que concurren a formar parte de él,
dispuestos a vigilar-vigilarse, y que parecen ser recibidos con los brazos
abiertos.
Textos:
*Foucault,
M. (2009): El gobierno de sí y de los otros: Curso en el
Collége de France [1982-1983], Ed. FCE, Buenos Aires.
*De Marinis, Pablo (1998): “La espacialidad del ojo miope (del poder). Dos ejercicios de
*De Marinis, Pablo (1998): “La espacialidad del ojo miope (del poder). Dos ejercicios de
cartografía
social”, en Revista Archipiélago. Nros 34-35. Barcelona, 1998: 32-39.
*Virilio, P. (1997): El Cibermundo, la política de lo peor, Ed. Teorema, Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario