Sobre la psicodelia mercantil o la colonización de las sensaciones.
El objetivo de este artículo es inducir a pensar en el color como una herramienta. El color es algo en lo que no se piensa muy frecuentemente así como el efecto que tiene en la gente y en las cosas. Por ejemplo: ¿Sabía usted que si le pone lentes de contacto rojos a una gallina tendrá una vida más feliz, comerá más y por lo tanto pondrá más huevos? (Los colores en la mercadotecnia, de Amber Gravett).

Estaba en el trabajo y teníamos que poner un cartel. “No, como vas a usar amarillo, dejate de joder, es re-pro eso…”. ¿Qué sucede? Se liga un color a un gobierno. Para rechazarlo, es verdad, pero no dejan de irrumpir hermanados. No hablamos de una frase, de un emblema, un single u otra cosa: es un color. Un gobierno estatal elige un color como insignia. Vamos por capital y vemos cientos de lugares con carteles amarillos que nos indican que algo se está haciendo. Publicidad televisiva, Internet, diarios y revistas, se suman también a esta manada de spots. Lo estatal identificado históricamente con lo gris, abúlico, toma ahora este color, el amarillo; un amarillo vivaz, encendido, casi chillón. Pero no solo en la gestión porteña encontramos esta movida de los colores: en Provincia tenemos el naranja de Scioli, o el rojo de De Narváez. Pregunta: ¿A que estrategias responde esta nueva realidad?