Sobrevivientes
y Atrevidos: agitando lo sutil en la tormenta de arena.
Algunas ideas en torno a la precariedad, a partir
de la película “La Promesa” de los hermanos Dardeene (Bélgica, 1996) y la
experiencia de pensamiento de Louis Althusser, en torno a su Materialismo
Aleatorio (Paris, 1982).
Criar un animal al que le sea lícito
hacer promesas
¿No es precisamente esta misma
paradójica tarea la que la naturaleza se ha propuesto con respecto al hombre?
¿No es este el auténtico problema del
hombre…?
-Nietzsche-
1- Igor
vive con su padre Roger en las afueras de alguna ciudad de Bélgica. Forman
parte de una red que se dedica al tráfico de inmigrantes ilegales. Ellos se
encargan de recibirlos, conseguirles documentación y darles alojamiento. A su
vez son utilizados por Roger como mano de obra para terminar su casa. Con un
par de escenas nos basta para darnos cuenta que allí rige el dios mercado: cada
individuo se concibe a si mismo como principio y fin de su mundo, sabiendo que
cada una de sus necesidades solo se consiguen paliar billete mediante. Una
especie de deshumanización permanente vamos palpando en la secuencia de
imágenes que se entretejen en la pantalla: te doy una estufa si pagás; no entra
nadie en una habitación que no haya puesto billete; te doy guita para que me
consigas información o me cumplas favores, y así mucho más… Pero más
que deshumanización, es una manera de ser humanos, personas: hablamos de una
máquina de subjetivación donde todos se conciben como empresas, donde como decía
arriba, aquello que moviliza es el interés, el interés individual, el cálculo
de cuanto me beneficio y perjudico yo en cada una de mis
circunstancias, donde el otro yo es solo un medio
para mi. Aunque esto no implica que no vayan surgiendo simpatías
entre algunos de los habitantes, como el de Igor y el buche de su padre, a
quien el pibito le regala cigarrillos, como el de Igor también y Alisse, una
mujer de Ghana que el pibito espía cuando puede.
Esta rutina vital está inundada de quilombos (esto es una
jungla, dice Roger): la falta de guita y los regateos; las quejas por lo
malo del servicio; el “si pasa, pasa” de los inquilinos, como
por ejemplo meter gente de contrabando en las habitaciones; deudas por
apuestas; el peligro latente de controles del gobierno, y tantos otros… Hay
múltiples maneras de arreglar estos cortocircuitos, donde va de discutir y
plantarse de chamuyo, hasta entrar a las habitaciones porongeando a las
patadas, como también las complicidades que generan intereses comunes e
inmediatos, o la movilización de voluntades lubricada por dinero. Cada uno
cuida lo suyo, y cuando algo no conviene se cambia de pantalla de toque,
generando desconfianza, inestabilidad y una falta de orientación de los
personajes casi permanente, de ahí que necesiten todo el tiempo información,
para saber que es lo que pasa…
Estos son los carriles cotidianos, el día a día en un refugio para
tipos desamparados, a la deriva, donde el interés y la puta guita determinan
todos los movimientos. Hasta que un día común, todo cambia (si, un día normal,
como cualquiera, esos que parecen que le dan tanto apetito al diablo para que
meta la cola…): Roger llama por teléfono al trabajo de Igor para que se vuelva
urgente. Igor arriba a la casa y gritando como loco la agita con que llegó un control
del gobierno. Como son todos ilegales, los inquilinos salen arando. Amibou, un
tipo que está parando en la casa, intenta bajarse de un andamio, pero se enreda
y cae. Igor –el único testigo- escucha unos ruidos raros y va a ver que ocurre.
Encuentra al inmigrante tirado en el piso, bastante herido. No se puede mover.
Igor le pregunta: ¿Amibou, estás bien? No te mueras Amibou… ¿Te vas a
poner bien? Entre susurros y palabras oxidadas por lo dolorido, Amibou
le hace un pedido a Igor: Mi mujer… Mi hijo… Cuida de ellos, Dímelo...
Igor –atónito, asustado-le contesta: lo prometo.
El resto de las líneas que siguen en este ensayo, es la avalancha
de acontecimientos que brotan del intento de Igor de cumplir esa promesa, que
cambian radicalmente el pulso de su vida; acontecimientos que como verán no
solo se ligan a Igor, Alisse, Roger y quien sea, sino a cada uno de nosotros y
toda una época.

2-Una llamada
por teléfono, un par de gritos, un enredo, una caída, una muerte y el
compromiso de cumplir una promesa, que con idas y venidas, cambiará la rutina
de Igor. Althusser llama Clinamen a esta desviación, a este
volantazo que pegan las cosas que componen el orden común de la vida. Algo se
desvía y se encuentra con otro elemento; Amibou se cae e Igor se encuentra con
él. De estos encuentros, como advenimiento, emergerá algo nuevo, diferente. Al
ser un advenimiento, no hay nada que determine a priori que debe surgir de ese
encuentro: es infinitamente azaroso. No hay que nada que lo condicione
necesariamente: puede ocurrir como no; si ocurre puede durar y tomar
consistencia, como no; y a su vez, si se hace continente el encuentro, no está
definido tampoco hasta cuándo durará…
Como nos dice Althusser, de la situación que dos cosas se
encuentren, no tiene por que salir algo. Si los encuentros son determinados
solo por el azar, cualquier cosa puede suceder: y que no pase nada puede ser
una opción. Para que exista advenimiento efecto de las colisiones, deberá haber
afinidad entre los elementos en juego. Esa afinidad entre elementos, es la
sintonía que permite el abrazo entre ellos y la emergencia de algo nuevo. Según
cuanta sea la intensidad de esa simpatía habrá algo que además puede tomar
consistencia y fijarse Y acá quiero retomar la idea de promesa. Si Igor
irá con contradicciones, idas y venidas, pero terminará cumpliendo su
compromiso con Amibou, de ayudar a Alisse, su esposa, y también a su bebé, es
porque había cierta simpatía con ellos, en especial con Alisse. Los choques
tienen éxito, porque a partir de la afinidad de los cuerpos, de las vidas en
cuestión, abren una promesa. ¿Qué es una promesa? Es una amalgama de las dos
fuerzas que electrifican la vida, según el pensador Gabriel Tarde: deseo y
creencia. Una promesa es un posible que deseamos, y a su vez, creemos en la
posibilidad y necesidad de su concreción (aclaro que no es algo
lineal: podemos desear algo, y antes de poder creer, cambiamos de deseo, o
no creemos en algo que deseamos, y cuando empezamos a creer, cambiamos de
deseo…). Pero hay promesas y promesas: una de ellas puede ser la que regula y
mueve el mundo que vivimos, y otra, una que abran nuevos posibles que impliquen
correrse de ese día a día. El encuentro entre Amibou e Igor abre una promesa, y
producto de las afinidades entre ambos y la situación vivida, Igor se verá
implicado y se la jugará para poder efectuarla.
Volvamos a cuando Amibou estaba tirado en el suelo bastante
herido. Igor tuvo que dejarlo por un momento porque tenía que hablar junto al
padre con los agentes de la inspección. Luego de hablar con los
inspectores, chamuyar y zafarla (gimnasia para la que están bastante
entrenados), Igor y Roger van con Amibou. Éste se encuentra muy herido en una
pierna, desangrándose. Igor le pide a su padre ir al hospital, porque Amibou se
muere. Roger le pregunta ¿pero que diremos? No sé, que lo atropellaron, dice
Igor. Roger lo mira fijo. Intempestivamente, Roger empieza a tapar con maderas
el cuerpo de Amibou. Le pide a su hijo que siga con los tirantes, mientras sale
corriendo desesperado a gritarle a los inmigrantes que regresan que se vayan,
que pueden volver los inspectores y haber quilombo. Allí le ordena a su hijo
que tape la sangre con arena, para que no queden evidencias. Igor toma una
pala, y empieza a cubrir los indicios de las heridas de Amibou. Horas después,
de noche, tiran el cuerpo de Amibou –ya muerto, obvio- en una especie de pozo
ciego donde Roger le echa tierra encima con una pala. Le pide a Igor que le
tire más tierra y piedras con una carretilla; Igor avanza con la misma, pero desiste,
tira la carretilla y sale corriendo; no puede hacerlo... Roger toma la
carretilla y termina el trabajo. Este momento no es menor: la afinidad entre
Roger e Igor empieza a deteriorarse; su relación padre-hijo, poronga-mulo,
comienza a crujir; ya empieza a entender Igor que ayudar a Alisse y cumplir con
Amibou, es estar en contra de su padre.
Una de las primeras ayudas de Igor para Alisse, es cuando el
pibito le repara una estufa que estaba rota, sin cobrarle nada. En
ese mismo momento, un par de tipos que se alojan en la casa le van a exigir a
Assita que pague lo que le debe su marido por juego. Después de la apurada, al
otro día, Igor le da plata a un buche del lugar, para que valla y le diga a Alisse
que le debía plata a su marido, y aunque él no esté, bueno, se la deja a ella
(Aclaro que Igor debe pagarle a este tipo, no solo para realizar el montaje,
sino también para que tenga el pico cerrado). Pero el viejo de Igor se entera,
y empieza a linchar al pibe. El motivo es que si Alisse cree que su marido se
fue por deudas de juego, ella se irá también, y así habrá quedado solucionado
el problema Amibou. María -pareja de Roger- los separa antes que
éste triture a su hijo. Luego Roger trata de reencontrarse con Igor, haciéndole
cosquillas, dándole besos y haciéndole un tatuaje.
Al día siguiente, Igor esta laburando con la carretilla, llevando
una cerámicas. Escucha un grito desesperado que proviene de la pieza de Alisse.
No le da cabida, pone cara de indiferente y sigue con sus cosas. ¿Qué está
sucediendo? Pasa que Roger arma un gran chamuyo, donde le paga a su buche ahí
adentro, para que simule que intenta violar a Alisse, y así él entrar en el
momento justo para aparecer como un salvador, pero más que nada, para demostrar
que vivir ahí es muy jodido, y que Alisse por ella y su bebé deberían
irse. Pero Alisse le contesta que está esperando que su marido
vuelva, que ahora que ella pudo pagar sus deudas (la plata que indirectamente
le dio Igor) el volverá, y si no, que irá con la policía. Roger se da cuenta
que la mina no se va más, y que si va con la gorra, la cosa se puede poner
bastante negra. Ahí entra en contacto con unos tipos bastante secuestro, y
parece armar alguna movida. Luego vemos que le llega un telegrama a Alisse, en
presencia de Igor casualmente, quien se lo lee: es un telegrama de Amibou,
quien le comunica que espera a Alisse al otro día, a las 9 de la mañana, en la
ciudad de Colonia, al otro lado de la frontera de Bélgica con Alemania. Roger
se hace presente en la habitación, y se alegra por la noticia, y hasta se
ofrece para llevarla para esos lados, ya que tendrá que ir, y no le
cobrara nada… Pero sabemos que es otro montaje. El telegrama es trucho
(sabemos que Amibou está muerto) y cuando le pregunta Igor al viejo que hará
cuando no esté nadie en la frontera esperando a Alisse, “problema mío” contesta
un sospechoso y nervioso Roger...
Al otro día, todo se prepara para la partida de Assita y que Roger
la alcance. Antes de partir, Igor y su padre están bajando un par de garrafas
de la camioneta. Alisse espera sentada con su bebé y sus cosas adentro. Igor se
ve intranquilo. Mira para un lado, para el otro. De golpe, sucede lo
imprevisto; Igor baja la tapa del baúl, se mete dentro de la camioneta y sale
al taco. Roger sale corriendo a los gritos. Igor se está fugando con Alisse. En
plena huida Alisse gritando asustada, le pregunta a Igor que sucede; éste le
dice la verdad: que el telegrama era chamuyo, y que su padre pensaba venderla
como puta en la frontera. La mina le exige que detenga la camioneta. Igor se
niega y Alisse le pone una navaja en el cuello. Ella quiere ir con la policía.
Pregunta qué pasó con su marido: el pibe contesta que no sabe. Van para la
comisaria y hacen la denuncia.
En un momento límite, el compromiso con Amibou es más e Igor
decide por éste y romper con Roger, su padre. Pero esto no es lineal: de ayudar
a Alisse con su estufa sin cobrarle y “prestarle” dinero después de una
apurada, pasa a ser indiferente cuando la mina gritaba como loca, como si la
estuvieran fajando o violando… Es que como dijimos una cosa es el choque, y
otra lo que adviene del mismo, y la consistencia que va tomando, todo marcado
por el azar. Pero entre idas y vueltas, Igor termina comprometido con su
promesa, y se entrega a efectuarla.

3- Pero
esta efectuación no cuenta con cartografías ni itinerarios conocidos. Igor debe
ahora sostener lo que emergió. Si su vida estaba sellada bajo la insignia de
una precariedad propia de un mundo que gravita alrededor del interés, ahora se
abre una fragilidad específica de una experimentación, de cómo cumplir una
promesa donde las coordenadas que servían para moverse en la casa ya no sirven.
Una ambivalencia contradictoria y esquizofrénica, a los tumbos, con marchas y
contramarchas, va armando una movida común… Tras la escapada de la casa y haber
pasado por la comisaria para hacer la denuncia por Amibou, Alisse e Igor se
alojan debajo de una autopista, para luego mandarse al taller mecánico que iba
el pibito. Igor compra algo de comida para Alisse. Mientras se instalan y
acomodan las cosas, Igor le insiste a Amibou que se valla del país, que se
junte con esos tíos del bebé en Italia, que es lo mejor para ella (sin hacer
referencia en ningún momento a lo sucedido con su marido). Pero Alisse le
contesta que no se va a ningún lado, porque no se piensa ir hasta encontrar a
su marido. Igor estalla: se enoja y le grita que se arrepiente de haberla
ayudado, y que por su culpa su padre lo golpeará y que a ella la
venderán como puta. Los dos se quedan mirándose. De repente, Igor se le
abalanza a Alisse, llorando y abrazándola fuerte; la mujer se lo saca de
encima, con una mirada mezcla de asco y lástima… A los minutos de haber dicho
que se iba a ir y se arrepentía de lo que hacía, Igor llama a su padre, para
decirle donde está la camioneta, pero nada más. Si bien vacila, y su padre le
pide que vuelva (“vuelve hijo, no te pegaré”) Igor le
corta inmediatamente. De camino al taller, Igor se encuentra a Alisse en medio
de una avenida, tratando de parar algún auto, al grito de “hospital, hospital”.
Igor se acerca y Alisse lo descarta diciéndole que su bebé está enfermo porque
él le pasa “malos espíritus”. El pibito insiste en ayudar y Alisse lo saca a
los piedrazos, poniéndolo contra una marquesina, esas que son refugio de los
bondi… Pero Alisse cae rendida al suelo, quebrada, con su hijo en brazos,
llorando, mientras murmura “se muere, mi hijo se muere…” Igor
se acerca otra vez y la intenta levantar: dice que puede sacar un auto del
taller e ir a un hospital. Alisse ahora dice que si.
Van para el hospital, y mientras espera Alisse en una guardia,
Igor se hace cargo de los trámites. Le solicitan documentación y dinero. Los
papeles están pero no llega con la plata; busca regatear pero no le pasan
cabida. Justo pasa de casualidad una enfermera por el pasillo, que
escucha lo que pasa y pregunta cuanto se debe y da el billete que faltaba.
Rosalie, una mujer negra, es otra pieza que se suma a esta historia, producto
de un choque, un encuentro al voleo, pero que se hace fundamental, ya que sin
ese dinero nadie habría atendido al bebé. Encuentro que no queda ahí, hace
consistencia y sigue más allá de la ayuda de guita. Rosalie la lleva a Alisse
con un sacerdote tribal, donde este entre otras cosas, le aconseja que se valla
para Italia (En Carrara, Alisse tiene unos familiares por parte del marido).
Ahora si, Alisse decide que se va; y ahí empieza un trabajo conjunto, desde la
solidaridad, entre Alisse, Igor y Rosalie, para conseguir dinero para los
pasajes, pero también, para solucionar el tema de los papeles legales, así la
mujer de Ghana y su bebe puedan salir de Bélgica y más que nada llegar a
Italia.
Sobre la documentación, a Igor se le ocurre no ir con un
falsificador sino que Rosalie le preste la suya, ya que tiene doble nacionalidad;
Rosalie accede de una. Sobre los pasajes, Igor vende a un rematador su anillo,
el cual tenía un fuerte valor simbólico, ya que era un regalo del padre, quien
a su vez tenia el mismo anillo. De a poco, las cosas se empiezan a solucionar.
De vuelta en el taller, Alisse le prepara a Igor una sopa caliente y le pide
que sostenga al bebé; antes le da las gracias por todo. Que Igor por un lado
haya vendido el anillo que le regalo el padre, y Alisse le preste el bebe
-recordemos la secuencia de “los malos espíritus”-, muestra como de manera
mutua se generó una confianza, una consistencia entre ambas partes. Es que si
Igor luego del encuentro con Alisse hizo una promesa, que de a poco se fue
cumpliendo, con marchas y contramarchas, también siempre estuvo latente la
posibilidad de romperla, ya que todo es producto del azar, y nada tiene por que
darse si so si. De ahí que para que una promesa se cumpla, se debe desear, pero
también creer… Igor deseó y creyó en la promesa realizada a Amibou –de forma
frágil, y sea por los motivos que sea-, y Alisse terminó creyendo en la
necesitada ayuda que le prestaba Igor; sin la confianza de Alisse, Igor nunca
podría cumplir con Amibou (es increíble que todo esto se haya logrado entre
Igor, un pibito, hombre, rubio, belga, con la billetera siempre abultada, y por
otro lado Alisse, mujer, mediana edad, de Ghana, pobre, con un bebito, y que
sostiene creencias tribales y musulmanas).

4-Sabemos como
dice Althusser que aquello que brota de un choque es algo imprevisto, que todo
puede ser. Si todo puede ser, la contingencia de las disputas y conflictos se
transforman en el origen de lo que es. Ya vimos como la efectuación de la
promesa de Igor a Amibou, implicará romper heréticamente con otra, la de hijo y
padre, entre Igor y Roger. En esa experimentación, habrá intentos por un lado
de reprimirla, y por otro lado de moderarla. Roger cumplirá esos dos papeles.
Por un lado sabemos que cada vez que se corre Igor del papel de mulo, Roger lo
faja como loco. Las escenas donde por ayudar a Alisse con dinero lo golpea a
patadas y piñas es un claro ejemplo. Pero también cuando Roger no quiere entrar
en conflicto con su hijo, y le hace cosquillas, le arma un tatuaje, lo abraza;
cuando van a una especie de cantobar, donde cantan, toman cerveza y andan con
gatos; y ni hablar cuando Roger por teléfono le dice a Igor, casi
suplicando “ven hijo, no te pegaré”. No solamente hay cinismo en
todo esto, sino que el intento de Roger, sea por la fuerza y el miedo, o el
cariño y el afecto, es disciplinar a Igor; por un lado lo reprime, y por otro
hace que compartan algo desde una convicción afectiva; la del amor de un padre
a un hijo, mostrando a Alisse como algo anómalo, demoníaco, que viene a
viralizar su relación. Lo que hay en juego aquí, es encolumnarse detrás de un
hábito, pero sabemos que todo hábito cruje en el fondo, y está sostenido por el
deseo y la creencia en una promesa. Que esa promesa conserve su aura, su pulso
vital, y se ahogue el caos que activa una experimentación contraria, es el
objetivo de Roger.
Pero hay una escena clave en todo esto, y es cuando Igor se dirige
al taller mecánico, para poder arreglar una estatua de un dios de Alisse, antes
de emprender la partida hacia Italia. Mientras está trabajando con una morsa,
Roger, su padre, que lo está buscando luego de la fuga, entra y lo sorprende:
se miran fijo, titilantes, e Igor le dice asustado, casi llorando, que deben
decirle a Alisse toda la verdad: que Amibou está muerto. En ese momento Roger
sale disparado hacia Igor: lo corre, lo patea y lo tira al suelo. Ahí justo
salta Alisse y golpea a Roger. Roger queda en el suelo, medio desmayado. Igor
sale corriendo y ata las piernas de su padre con cadenas, ajustándolas con un
candado. Le pide desesperado a Alisse que valla saliendo, que él se encarga de
agarrar sus pertenencias para escaparse. Igor se mete en una habitación
contigua donde esta tirado Roger. Está muy nervioso. Tiembla. Guarda al boleo
un par de cosas en un bolso. Su padre se despierta y empieza a gritarle que no
se valla, que lo desate. Igor sale de la pieza, pasando a un costado, bien
contra la pared, para que su padre no lo agarre. Roger hace fuerza para zafarse
de las cadenas y grita. Roger e Igor quedan frente a frente. Roger le muestra a
su hijo un manojo de billetes, diciendo que con eso se valla la negra, que lo
desate, que todo será como antes y que ese episodio quedará en el olvido. Pero
tanto la violencia de Roger, como sus pedidos y ofrecimientos, ya no seducen a
Igor. Se rompió la afinidad entre ambos, y su relación implosiona. Igor no solo
no se deja castigar, sino que tampoco se deja moderar, que apacigüen su sed de
experimentación para poder cumplir su promesa a Amibou. ¡Cállate,
cállate! Le grita Igor, que ni siquiera le devuelve los anteojos a su
padre. Ese grito es el suspiro final de la agonía de la relación entre ambos,
de la promesa padre-hijo que la sostenía.
Este ir para adelante es taparse los oídos ante los aullidos que
reclaman moderación. Pero al mismo tiempo, es necesario un cuidado, una
precaución para que se cumpla su promesa. Igor no es tonto, y sabe rescatarse.
Necesita de una prudencia para efectuar su promesa, y que no se disgregue su
relación con Alisse. Cuando le paga a un tipo para que simule que le debe
dinero a Alisse tras las apretadas de los demás inquilinos, también le paga
para que no diga nada; cuando miente en la comisaria sobre que Amibou no era
trabajador ilegal; saber encontrar un buen lugar donde esconderse, como el
taller; o no contarle a sus amigos en que anda. No hay mayor falsa dicotomía
que el ir para adelante o guardarse; como si siempre ir para adelante sea
potente, o guardarse conlleve una impronta cobarde. La escena donde Roger es
atado con una cadena, es una pintura perfecta para pensar esto: Roger debe ser
atado, no puede Igor plantarse en un mano a mano, y encima después escapar; sin
embargo, Igor se hace fuerte para no temer a los gritos de Roger, ni tampoco
ceder ante el poder del dinero o el cariño de su padre; para Igor, Roger es
alguien que quiere, pero también es un denso que lo mulea, que deja morir a un
tipo inocente, y que casi despacha a una mina y su bebé.
Sabemos que cada consistencia que se conforma es producto de un
choque azaroso, y que no hay necesidades a priori de nada. Pero no debemos
olvidar que cuando el encuentro se hace cuerpo, emergen reglas, normas,
valoraciones de lo existente. Interesante para pensar la ética, ya que las
cosas estarán bien o mal, según favorezca o no a la efectuación de
una promesa, como un ideal en potencia, o existente ya, pero que hay que seguir
sosteniendo. En verdad, recordando a Nietzsche y Spinoza –y tampoco olvidemos a
Sade en esto- no hay Bien o Mal, sino que hay cosas buenas o malas. Cada cosa
tiene su razón de ser, y no hay algunas más cerca de lo Verdadero que otras, como
tampoco hay que decir que todo da lo mismo. Hay que jerarquizar; y esa
jerarquía es siempre a partir de un patrón, una promesa de vida (que sea
contingente y no necesaria, no significa que no exista). Para Igor, siempre en
un contexto precario, cambiante, es malo lo que busca hacer su padre con Alisse.
Si bien ya había interferencias con Roger, esto lo piensa por su acontecimiento
con Amibou; es más, cambio muchas de sus actitudes, maneras de pensar y sentir,
y se acomoda de otra manera en el mundo.
No podemos pensar las cosas en si, sino en vistas a un ideal, una
promesa de ser. La referencia es el ideal que debemos potenciar, pero también
cuidar; y aquí no estamos hablando de un “ideal de vida”, sino simplemente en
relación a una promesa puntual y especifica, de cuidar a una mujer de que no la
maten o venden como puta en la frontera. Igor cree que lo correcto es ayudar a Alisse,
y a su vez, perjudicar a su padre. La creación y la destrucción, la vida y la
muerte, una vez más, nos enseñan que vienen hermanadas. Que es lo que debe
vivir y aquello que debe morir es una elección, azarosa, contingente, pero una
elección al fin. Y si ante cada situación, debemos mover alguna
pieza, o en cambio nos toca guardar alguna carta, es relativo a la potencia de
fortalecer nuestra promesa de felicidad. Ser prudentes y no moderarnos,
experimentar sin cachivachear, es uno de los desafíos políticos más importantes
de nuestra época.

5- Promesa de los
Dardenne –como casi todos sus films- es un fresco rabioso, una agitada
radiografía de la precariedad. Pero ¿que es la precariedad? Althusser habla de
una inestabilidad radical como los cimientos del mundo. Siempre acecha la
sorpresa. Si todo lo que existe es producto de un choque contingente, esa
contingencia siempre palpita y lo efectuado necesita ser sostenido, y si no, su
final se precipita. ¿Pero esta inestabilidad radical es lo que llamamos –o lo
que solamente llamamos- precariedad? ¿Cuándo nos hablan de sorpresa, hasta que
punto sorprende la sorpresa cuando es común sorprenderse? Volvamos a Igor. Por
un lado tenemos promesas como las del trabajo, que no se sostienen. Igor va al
taller no se sabe bien a qué: si a aprender cosas para arreglar el karting que
arma con los amigos, si como pantalla por las movidas con Roger, o cualquier
otra cosa; lo cierto es que no le interesa mucho, el dinero lo hace en otro
lado y de otra manera, y a su vez, muchas veces no puede, porque tiene que
ayudar al padre a bancar las movidas de la casa. Ni hablemos de la escuela que
el pibe ni va, como queda en evidencia cuando los agentes estatales de
inspección del trabajo le preguntan. Para las promesas que no provocan deseo, o
directamente no provocan deseo ni son ya creídas, puede que dejen sobre el
tapete, desnuda y descarnada, esa inestabilidad ontológica, burbujeante y
animada, que nos habla Althusser… Pero no olvidemos también la promesa de un
orden mercantil: el dinero como gran vedette y el interés individual como radar
de lo vivible. Lo del mercado es una precariedad no porque los encuentros no
hayan construido sus leyes, sino que sus reglas son así… Un aceitado
funcionamiento, cambiante y fugaz, pero normativizado al fin. Y por otro lado,
experimentaciones, promesas vivas como las de Igor a Amibou, basada en algo más
solidario, amistoso digamos… Y acá se hace imperioso inventar saberes,
estéticas, gramáticas de lo común, para poder dar forma a algo que se corre de
otras promesas sociales, y/o construyen desde aquello desarmado que pulula tras
la desnudez del caos constitutivo. El Clinamen como desviación azarosa no solo
procede de algo ordenado, como un vagón que se escapó de la vía, sino también
de algo que implosionó y que sus ruinas gravitan como un planeta sin órbita que
diambula por el universo…
Pero saquemos a Igor del centro de la escena y pensemos en
nosotros mismos. En tiempos de precariedades, ¿que pasa con los ideales de vida
y sus promesas de felicidad? ¿Podemos jerarquizar entre ellas? ¿Cuales nos
interpelan y cuales no? ¿Por qué sentimos muchas veces que casi nada nos convence?
¿Por qué habita en nuestro paladar un sabor a nada? ¿Que sucede? ¿De dónde
viene esta náusea? ¿Todos lo sentirán igual? Nadie niega los momentos de
alegría, o muchas veces, la tranquilidad y hasta el goce careta del mal menor;
sin embargo, te pregunto ¿Estamos viviendo nuestra vida? Y si no, ¿Quien la
vive?
Me gustaría convocar en este momento unas figuras acuñadas por el
Colectivo Juguetes Perdidos: la de Sobreviviente y Atrevido.
Empecemos por la de sobreviviente. Como sobrevivientes somos exiliados en
nuestra existencia y habitantes de la agonía. Forasteros en nuestra propia
tierra, estamos pero no somos. Como sobrevivientes nuestro territorio es el
desierto: los choques son permanentes, a veces como balas que nos atraviesan
pero sin dejar rastro, o muchas veces prendemos, enganchamos con el otro, pero
se pulveriza, y las afinidades duran poco; las promesas se cortan
unilateralmente o en simultáneo, por que aparecen nuevas afinidades, o de por
si las que había ya no nos interpelan… Como sobrevivientes estamos sumergidos
en una inercia: sabemos de que desprendernos, pero no bien que queremos;
sabemos que promesas no nos seducen, pero no hay otras en el horizonte próximo,
y si las hay, no hay afinidad para consumarlas…
Como sobrevivientes aceptamos nuestro malestar pero no nos
conformamos: no hay delibery de culpas en barrios ajenos. Abiertos a la nada,
podemos aplastarnos y quedarnos así. Pero como sobrevivientes también
esperamos: no hay entrega, sino búsqueda perpetua (el desierto, esa extraña
prisión de una celda, pero con infinitas fugas…). Si bien partimos de una vida
con necesidades y sujetos a satisfacerlas, que no haya promesas que nos
convoquen, es una inmensa posibilidad creativa. Como sobrevivientes no nos
entregamos ni a la nada ni a la desesperación, ni tampoco a esas promesas ya
hechas y prefijadas: aguantamos en el abismo, haciendo
equilibrio. Y de ese aguante surge la otra figura que quería traer, la del
Atrevido. Como atrevidos intentamos, no nos rendimos: probamos, manoteamos,
boqueamos. Nos curtimos a los golpes: ensayamos y nos equivocamos; también
acertamos. No hay camino que asegure nada, pero algún camino se busca… Como
atrevidos estamos jugados. Buscamos salir de la inercia de querer vivir y no
poder. El atrevido es el que se lanza, ve la oportunidad y no
espera; aprovecha la buena suerte y se entrega a la efectuación. Decía
Althusser que hay que crear las condiciones para el advenimiento, para el
choque fugaz. El sobreviviente espera, y por que espera, pinta el atrevido…
Quedará como gran desafío generacional que hacemos con lo que se abrió, como lo
efectuamos, como vamos armando códigos en común de lo bueno y lo malo, no para
bajar línea, sino porque tenemos un compromiso con aquello que nos da alegría.
Atentos también a la nostalgia de no aceptar como vivo lo que salió de hechos
consumados, que ya se consumieron… Pero si una memoria vital, como un
apropiarnos de reliquias que se profanan, que se ponen a jugar bajo otras
coordenadas (Igort no le interesa mucho estar en el taller, prefiere ir para su
casa con el padre, pero que bueno que sabe usar la morsa para arreglarle el
tótem a su amiga).
Ya dije que el terreno del sobreviviente y el atrevido es el
desierto. Una tormenta de arena lo arrastra, no lo deja ver ni muchas veces
saber lo que pasa. Vive sorprendido, aunque la sorpresa muchas veces ya no
sorprenda. Pero justamente de eso se trata: saber diferenciar y captar lo que
nos rodea, y crear formas de habitar este escenario. La arena es un símbolo que
me gustaría rescatar como metáfora de todo esto. La arena fue aquello con lo
cual Igor ordenado por su padre, tapó la sangre de la pierna de Amibou, cuando
lo cubrían a su vez con maderas, dejándolo morir. Pero la arena también fue el
elemento de una ceremonia cuando Rosalie llevo a Alisse con un sacerdote
tribal. Allí Alisse le pregunta por su destino: pregunta que la realiza
habiendo sido llevada por una amiga imprevista, y por Igor que la rescató de la
casa, le compró comida y la llevó al hospital poniendo plata de su bolsillo. La
arena ahora se desliza por las manos, se comparte, fluye, se hace
ritual…
La arena de Igor tapando sangre y dejando morir, no es la misma de
aquellos que buscan lo mejor para otra personas, poniendo cada uno de su parte…
La arena como esas partículas infinitas que conforman el mundo, efecto de todos
los choques… Debemos desarrollar un olfato, agudizar los sentidos, para
reconocer lo que es cada cosa, si conectarnos o no, y si nos conectamos, como
consolidar o zafarse a tiempo. Es algo que llaman los orientales como lo
sutil. Lo sutil como esa gimnasia intuitiva de ir cotejando lo que nos
atraviesa, ir calificando, sin estancarse en lo dado, pero construyendo,
apoyándose en algo sólido para poder vivir. Ya dijimos que el Clinamen como
germen de todo lo vivo, puede ser algo que se disloca de lo dado, como también
eslabones sueltos, patrullas perdidas que yiran rebotando por ahí… Lo sutil es
ir viendo lo que pinta, en cuanto abrirnos a los choques, lo que nos provocan,
reconocerlos, tantear apuestas e ingeniar efectuaciones, sin caer en pedidos de
moderación, yendo para delante, pero sin negar la importancia a veces de saber
guardarse, bancar lo dado, de no cachivachear…
Una de estas condiciones de lo sutil –repito, una- es el silencio.
Recuperando a Maquiavelo, Althusser dice que no nombrar, no anteponerse a los
hechos, es una manera que estos fluyan, y en su fluir, sutilmente decimos
nosotros, poder comprender dejando surgir la linfa de lo vivo… Alissea e Igor se
encuentran en el aeropuerto. Alisse se va con el bebito para Italia. Ya lejos
quedó Roger. Alisse se prepara con los pasajes comprados por Igor, y con los
documentos prestados por Rosalie (de ahí que esté camuflada con un pañuelo en
la cabeza, tipo turbante, como usa esa mujer, para zafarla con la foto). Van
por un pasillo. Igor ayuda con algo de equipaje. Nadie habla. Suben unas
escaleras, enfilando para el último tramo. De golpe, Igor dice toda la verdad:
Amibou está muerto, se cayó de un andamio, no lo llevaron a un hospital porque
Roger no quería, y lo enterraron en el fondo de la casa. Alisse escucha de
espaldas y esta atónita. Con un gesto seco, mecánico, oriundo desde la más
profunda angustia, se saca el pañuelo. Mira fijo a Igor: no le dice nada, pero
le dice todo. Igor cumplió su promesa con Amibou: protegió a Alisse y su bebé.
Para poder cumplir, se agarró -literalmente- a los cadenazos con su padre y su
vida cotidiana. Pero después de tanto virajes, de tantos idas y vueltas, cuando
nos encaminábamos a un final feliz, ya hay otra voltereta. Siempre
hubo un enunciado reprimido por Igor; este fue arrogado al aire como un rayo,
que cae directo sobre Alisse dejándola partida en dos. No habrá viaje. Baja Alisse
los pocos escalones que había subido y vuelve por el mismo pasillo por el que
vino. Igor no sabe que hacer. La acompaña. Alisse no se opone. Se van perdiendo
por el pasillo, en ese desierto infernal de los pasajeros apurados y el sonido
de los altoparlantes. Van en silencio. Uno al lado del otro. Igor no sabe que
decir. Alisse quizá tampoco. El silencio es la única manera de habitar este
momento: esperar, asimilar el acontecimiento, ver que se hace… ¿Qué pasará?
¿Volverán a la casa para dar otra sepultura a Amibou? ¿Denunciarán a Roger?
¿Igor permitiría esto? ¿Volverá éste con su padre? ¿Cómo sería ese encuentro? ¿Alisse
se dará vuelta, tomará la escalera, se pondrá el pañuelo y encarará para
Italia, dejando todo atrás? La sensación que tenemos, es que todo puede
ser.
Promesa de los Dardenne –como sus otras películas- nos hablan de
la precariedad donde vivimos. No solo por la historia, sino por una estética de
planos que van de un estado de ánimo a otro, eléctricos y estáticos a la vez,
dejando grietas por todos lados, preguntas que no parecen tener respuesta…
Planos que se abren y esperan la emergencia del personaje, para que el
encuentro tenga lugar, como diría Althusser… Los dados ruedan y plantan
sentencia. Pero esta no es un mandamiento, sino siempre una promesa: no hay
mandamientos, o en todo caso hay uno solo, y es que el milagro es posible. Eso
lo saben algunos sobrevivientes; por eso también son atrevidos.