viernes, 11 de julio de 2014

Argentina: Mascherano y cuarenta millones más




 1- Romperse algo para que no se rompa todo

Le ganamos a Holanda: finalistas, carajo!

La alegría de estar en la final de la copa del mundo. Festejo multitudinario en las calles de todo el país. Y un emblema que se comparte entre todos: el Masche.

Mascherano irrumpe como un jugador ungido de fuerza, entrega, heroísmo. Es el gran símbolo de este equipo (un amigo me mensajeaba pos Holanda: “quiero que mi hijo sea como Mascherano”).

Nuestro volante central protagonizó varios episodios importantes en este partido. Salta a ganar una bocha de arriba con Wijnaldum. Se dan feo. Mascherano busca seguir pero no puede: mareado se tambalea, cae. Susto generalizado. La cara de Sabella desfigurada. Los argentinos que están en el estadio empiezan a agitar: “oleeé, olé, olé, oleeé, Masche, Masche…”. Fuera del campo de juego el cinco se moja la cara, se sacude y entra.

A lo largo del mundial vimos a un Masche enchufado con indicaciones a sus compañeros, hablando al árbitro, encarando rivales. Permanentes intercambios con Sabella, por cuestiones de juego como de cambios que necesitaba el equipo –“el diez no va más, el diez no va más”, contra Nigeria-. Masche también es el hombre de las arengas: relojito anímico, se lo ve siempre agitando en los entretiempos de los suplementarios. En este sentido es épico el chamuyo que le dio a Romero antes de los penales: “hoy te comes el mundo y te convertís en héroe”.


Hay una jugada clave en el match contra Holanda. Minuto ´90. Termina el partido. La defensa argentina como frontera granítica. El principal peligro holandés controlado todo el encuentro: Robben. De lejos la defensa parece una masa compacta. Vista de cerca, es la consecuencia de una infinita multiplicidad de trabajos colectivos; sutiles movimientos que permiten ese firmamento de solidez que fue la defensa criolla.

Pero esa linealidad perfecta que era aproximación-rechazo, aproximación-rechazo, se interrumpió. Robben toca con Sneijder, corre, se la devuelve en pared y escurridizo entra al área. Nos tambalea el alma; la defensa falló. Demichelis no avanza levantando los brazos por miedo a un penal (o una simulación fatal). Robben se acerca inevitablemente al arco y a ponerse cara a cara con Romero. 

Pocas veces se habrá dado entre millones de argentinos una sincronización afectiva tan perfecta como en este momento: un miedo pavoroso, la sensación de estar a punto de desaparecer. Lapso temporal de escasa duración, pero intenso en pensamientos: “¡no, quedamos afuera!”; “¡hasta acá llegamos!”; “qué mala leche, ¡noooo!”; “algo tiene que pasar”. Y si, algo pasó: Mascherano sale de la nada, se estira y con la punta del botín tapa el remate del pelado que significaba la eliminación de la Argentina. El que debía cerrar era Garay, pero lejos e impotente se entrega a la providencia del Masche.

Una buena jugada de los europeos perforó el sistema argentino; pero un componente del mismo se reconfiguró y logró suturar la grieta. El valor para nosotros fue la posibilidad de seguir en el partido –el quite no aseguró la victoria- pero el precio que pagó Mascherano no fue gratuito. Al otro día nos enteramos de lo acontecido: “me abrí el ano”, afirmó el volante. Un doble heroísmo entonces: irrumpir en el momento justo con un corte salvador, y reconocer públicamente lo sucedido con la situación más humillante para nosotros los hombres, la menos masculina de todas. Materialización concreta de la consigna popular sobre el esfuerzo y el sacrificio trabajador: romperse el culo. Bueno, acá pasó.


 2- Genialidad defensiva

Bancamos a Mascherano por lo que significa su patriada: ante la posibilidad que se derrumbe el sistema ante la fuga de la presa que había que controlar, ese orden mutó y logró con la puntita evitar la caída. Ese susto, esa náusea que indica que todo se terminó -la muerte futbolera, podríamos decir- tuvo su salvador.

Hace unos días leía una interesante interpretación sobre la genialidad en el fútbol: genio es aquel que logra transgredir las pautas establecidas en el verde césped, desplegando una inventiva poética del juego, pero también aquellos que son infalibles. Jugadores que todos saben lo que harán –como Messi, Robben- y que por más que sus oponentes ensayen distintas fórmulas para contrarrestar aquello que prevén con certeza, nadie puede. Me animo a preguntar si este tipo de jugadas del Masche no son también una genialidad. En medio del tumulto de una defensa anómica, intuir lo que pasa, detectar los riesgos más urgentes, pensar un movimiento eficaz para conjurarlo y contar con la potencia suficiente para efectuarlo, estirando el cuerpo al límite de lo que puede, ¿no es un acto digno de ser excepcional?

Mascherano es un héroe pero también el emblema de lo que expresa actualmente este equipo. Si en un principio se soñaba con una selección que gracias a un Messi mágico gane el mundial emulando al diego del ´86, hoy la selección transpira la mística del ´90. El mismo cambio de declaraciones del Masche lo marca: de las entrevistas donde señalaba “lo importante será ser nosotros mismos, respetar lo que nos trajo hasta acá, con aciertos y defectos, siempre atacando…” pasamos a enunciados tales como “hicimos un partido inteligente, no nos provocaron situaciones”.

Sea como sea, el domingo contra Alemania Argentina juega una final. LA final. Después del partido con Holanda, dicen que Bilardo le tira en off a unos periodistas “¿saben cómo se llama la película del domingo? El desempate”. Las atajadas de Romero y las ejecuciones certeras de los jugadores desde los doce pasos fueron determinantes, pero también es gracias a Mascherano y su jugada heroica que podemos protagonizar esa película.

Borges decía que Miguel Hernández descubrió luego de escribir el Martin Fierro que toda su existencia había ganado el sentido de escribir ese libro. Que todo lo que había hecho y le había sucedido a lo largo de su vida, se había transformado ahora en un lento aprendizaje que le permitió crear esa obra. ¿Por qué no valorar la propia vida de Maschenaro como la posibilidad de que Argentina juegue la final de todas las finales, la de un mundial? Todo su itinerario vital, desde su pasaje por esa escuela de fútbol que es Renato Cesarini coordinada por los Solari en Santa Fe, hasta sus más recientes experiencias en Barcelona jugando de central por pedido de Guardiola, se transforma ahora en la cocción de un momento que gana en intensidad y que subordina todas su vivencias a ese gesto de cruzar a Robben en el último minuto de una semifinal mundialista.

Hace años el diego tiró una de sus consignas sobre la selección: Mascherano y diez más. La ilusión de esta final por parte de todos nosotros fue gracias a una genialidad del Masche, que permitió darnos ante lo fatal el alivio necesario. Si, así creo yo que fuimos ese miércoles 9 de julio del 2014: Mascherano y cuarenta millones más.

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