miércoles, 16 de diciembre de 2015

Entre llorar y poner huevo
Balance político del triunfo de Angelici



















1- idolatrías

“¡Oh gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras aquellos a quienes iluminas!” (Nietzsche)


Hace una semana que Daniel Angelici fue reelegido presi de Boca.
Cuando quedamos eliminados por la copa escritorio mediante, las chances de que el Tano siga en el club eran remotas. Algunos decían “le queda la de Tévez”. El plan era que vuelva Carlitos y ganar el campeonato –donde veníamos bien arriba-. Era la última jugada, el tiro al pichón.

Y le salió: volvió Carlitos, ganamos dos torneos, y Angelici fue el dueño de las elecciones por más de diez puntos en una votación récord para nosotros los bosteros y todo el fútbol argentino.

Es cierto que hubo mucho rosqueo con peñas, denuncias de carnet truchos, padrones adulterados, aprietes durante la jornada electoral, que si los opositores iban juntos ganaban porque sacaron más votos que Angelici, pero hay algo que es innegable: el triunfo del tano es legítimo. Y mucha de la fibra de esa legitimidad radica en la figura de Tévez. Capaz más que el campeonato. La cuestión es esta: ¿Por qué Carlitos apoyás a Angelici?

Tévez intervino en su propia imagen. Sabe lo que representa y lo hizo jugar estratégicamente. El mismo Tévez ubicó a Angelici como el motivo de su vuelta. Desde que bajo del avión, puso al Tano en un altar. Que “quiero que siga”; que “fue él que me trajo”, todos berretines que dispararon las acciones emotivas del presi.

El carisma no se transmite, afirma una ley sociológica. Tévez por voluntad no puede donar a otra persona todo el amor que le tenemos. Pero sí puede compartirlo. Ser causa de la presencia de lo que amamos nos hace querer esa causa. Esa es la mecánica. Si estamos contentos por la vuelta de Tévez y el propio ídolo nos dice que lo trajo Angelici, ¿Cómo no quererlo al presi? O al menos ¿Cómo no putearlo tanto…?

Hay una dicotomía que buscamos erradicar del imaginario futbolero. La que por un lado sentencia que los ídolos son importantes pero que exceden lo institucional. Nadie los deja de reconocer, pero el club y sus diferentes símbolos como la camiseta, el escudo, la cancha, son siempre más importantes. La otra es que los ídolos no pueden participar en política, que son algo sagrado y que no deben ensuciarse en el fragor partidario.

Primero: nosotros decimos que los ídolos son tanto una institución en sí misma, como parte de la institución Mundo-Boca, colaborando a su expansión. No se puede negar: expresan un valor. El crecimiento de lo que somos muchas veces depende de ellos. Nadie subsume el club a los ídolos, pero si somos de los equipos más grandes del mundo es gracias a varios jugadores… Segundo: también afirmamos que en su andar institucional los ídolos hacen política siempre: en cómo se relacionan con diversos actores del mundillo futbolero -periodistas, entrenadores, dirigentes, nosotros los hinchas, empresarios- en las formas de concebir el juego, los entrenamientos… Todas estrategias que conciben y encaran lo real de alguna manera, lo cual es necesariamente político. Por eso ¿por qué es una herejía que un ídolo se meta en la vida partidaria o la que sea?

Ahora se entiende por qué la pregunta sobre el apoyo de  Carlitos a Angelici no es moral sino estratégica. Dispara el asombro que Tévez esté dando tanta cabida a un presidente que fue el más ortiva y anti Boca de la historia. Mientras el día de su presentación Carlitos se postraba ante la Doce y besaba el suelo de la Bombonera como un manto sagrado, Angelici en plena campaña prometía una cancha nueva y que la Bombo quedaría para recitales y partidos de tenis…

Carlitos es pura pertenencia que queda plasmada en su renuncia al dinero y los huevos que mete -sabe que es recontra bancado y es el que más corre-. Pero contribuye  a que todo el sentimiento que genera se proyecte en un símbolo de exclusión como Angelici. Un tipo que en la despedida de Battaglia era puteado por todos lados, a los pocos meses gana cómodo las elecciones. El Tano como símbolo de un gobierno anti popular genera una fuerte identificación popular. Macrismo puro.

Algo importante: Tévez es símbolo por que antes es deseo. Representa algo importante porque antes hay parámetros afectivos que valorizan la vida de una manera especial. Para que ese amor surge se dieron miles de acontecimientos que hacen masa con su figura y permite activar semejante idolatría. Tévez es Tévez porque nuestra vida está futbolizada bajo determinados principios de lo popular, la simpatía, el sacrificio, el talento, el dinero, la política, el éxito…. Por eso ese amor es producto de nosotros también. Los ídolos y nosotros los hinchas somos lo que somos por consecuencia de una complicidad afectiva; somos parte de ellos, ellos son parte nuestra. Circulación sensible que es siempre terreno en disputa. En esa lucha perdimos. Si negamos esto, estamos llorando.


 2- Llorar y Poner huevo 

"Es sorprendente que un club de fútbol te lleve a ser presidente, más allá de que, después de haberse ido, debe de haber hecho las cosas bien. Creo que Boca lo ha ayudado mucho y nosotros contribuimos bastante, así que lo menos que puede hacer es pagar un asado". (Román)


La pregunta  ¿por qué Carlitos apoyas a Angelici? está equivocada. No va. ¿El triunfo del tano depende exclusivamente de lo que haga Carlitos? ¿Lo que hacemos nosotros, depende exclusivamente de lo que haga Carlitos? Si encaramos la cosa así estamos mal. No hay tiempo de lamentos por lo que haga o no un ídolo. Es una pregunta de llorón.

Ser llorón es un enunciado futbolero imprescindible. Definimos llorar como un tipo de crítica que se entiende a partir de un tridente conceptual: padecer un  malestar negativo, sea tristeza, bronca; ser tomado de sorpresa por la situación, no verla venir; proyectar las causas del hecho en cualquier factor sin percibir el rol que cumple la propia existencia.  

Desde la lógica del juego, se llora cuando un equipo pierde y se queja por la táctica del rival que cubrió el arco con dos micros, del árbitro que fue un desastre, del mal estado de la cancha, o putea a la mala suerte.

Lo potente de llorar: es un tipo de crítica. No banca agilado ni tampoco reniega pero en silencio, chupando amargura. Tiene algo de agite. ¿Lo reactivo? Que llorar nace de una  percepción embotada, de una impotencia para elaborar malestares, y una negación de las fuerzas propias. Esto último es lo que más nos interesa: criticar la exterioridad que impone el llorón entre su ser y el escenario que lo afecta. Nosotros pensamos que todo lo que ocurre es un emergente. La combustión de la mezcla de una multiplicidad de fuerzas que según como se combinen, así irrumpen. Y nosotros somos parte de esa mezcla. A veces más condicionados, otras más activos. Pero siempre presentes.

Der ahí que patalear que el Tano ganó por el apoyo de Carlitos, es de llorón. ¿Qué hicimos y que no hicimos nosotros para que gane Angelici? ¿Qué hicimos nosotros para apropiarnos de Tévez, más allá de las operaciones de Angelici, e incluso, del propio Tévez? Se abre el desafío de pensar como intervenir en el símbolo Tevéz como ídolo, pero también como accionar sobre ese terreno futbolizado que genera valoraciones afectivas sobre la guita, el éxito, el juego, agitar, y entre otras cosas más, las idolatrías (entenderlos como una institución en sí mismos y que son siempre políticos, es parte del asunto).

Reflexiones sobre los ídolos que se esparcen por otros ámbitos de nuestra vida social: Carlitos haciendo publicidades para Danonino contribuyendo a  la medicalización del cansancio sin problematizar el muleo cotidiano.

Y olvidándonos de Carlitos, la futbolización y la mística xeneize repercuten en la rosada. Macri se junta con Evo Morales a jugar un picadito. Mauri con la azul y oro. Le regala una a Evo, que chocho se la lleva. Dos matrices políticas antagónicas pero unidos por la futbolización.  Desde ahí arman una imagen para los demás en términos de diálogo y encuentro. Imagen que expresa una sincera filiación común en medio de tantas diferencias; el racismo macrista, el Indomaricano y la inmigración descontrolada con sus muertos, quedan fuera de plano y copa la futbolización.

¿Nosotros que hacemos desde la misma futbolización? Uno de los principales mandamientos de la mística bostera es poner huevo. Poner huevo como lo opuesto a llorar. Poner huevo no como un voluntarismo cabeza de tacho que piensa que con la simple intención se modifican nuestras condiciones de vida. Poner huevo como intensidad para percibir nuestras situaciones, investigar y hacernos preguntas, generar vínculos y ganar en poder. En este sentido Carlitos es una inspiración de agite: meter a fondo en cada jugada, con bocha de partidos en el lomo y bastante machacado. Eso es poner huevo: fuerza e inteligencia para organizarnos en las coyunturas jodidas y expandirnos para delante.


Repetimos: nadie niega de una el llorar.  Es una forma de critica que ayuda a no estar sedados o indiferentes; menos brindando legitimidad. Pero si no reconocemos nuestra propia existencia como presencia activa permitimos que las fuerzas que nos afectan ganen en espacio y avancen. Si hay umbrales afectivos que se calcifican y ganan relevancia por estos días tanto en Boca como en la coyuntura nacional –exitismo, culto a la eficiencia económica, chetaje,- es porque otras luchas fueron congelándose y poniéndose rancias. Por eso bancamos las críticas que intensifican nuestra potencia de actuar, el poner huevo; si merecemos lo que tenemos es porque lo conquistamos y cuando está en riesgo lo podemos defender. Nada más.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Juego y lenguaje

Una aproximación al concepto de Vendehumo




1-  Estrategia

Vender humo es estrategia pura. Se sabe lo que se hace; se sabe lo que se busca.  El vende humo no es el bipolar o el colgado: dice una cosa y hace otra pero no porque cambió de opinión o se olvidó; sabe desde un principio que no dice la verdad. Se vende humo por que según las malas lenguas, jugar no es bueno; nadie va a dar crédito a un jugador. Hasta muchos de ustedes los jugadores ven mal, por ejemplo, pedir plata para jugar (“los vicios se los banca uno”).

Los jugadores venden humo para dotarse de toda una serie de posibilidades que su rutina inmediata no se los brinda. Jugadores a los cuales le quedaron flacos los bolsillos este mes y tiene que salir a vender humo para conseguir recursos y seguir jugando; jugadores que tienen que rendir cuentas por los horarios en diversos ámbitos de su vida –su casa, un trabajo- y venden humo para estirar el tiempo; jugadores que necesitan aplazar la entrega de dinero adeudado a una persona de confianza que lo reclama–familiar, amigo, compañero de trabajo, vecino- o eventualmente de un grupo de prestamistas que lo vienen acosando, requiere vender humo; en algunos casos, donde ya el jugador no es de fiar, terciariza la venta de humo en otras personas que supuestamente están en condiciones de trasferir una dosis de confianza a los demás.

En conclusión: vender humo permite una capitalización de la potencia del jugador en recursos económicos, tiempo; bancar las condiciones de acceso y permanencia al bingo; por último, una fuga para delante de situaciones complicadas.


 2-  El signo como entidad humeante

¿Qué significa que la palabra sea humeante? Que se habla de algo que no existe. No hay correspondencia entre lo que se dice y lo que pasa. El humo no existe: es algo que está ahí, se ve, pero si te acercás y lo tocás un poco, se esfuma. Pura forma, nada de contenido.

En verdad, no es que no exista, porque si no, no convencería a nadie. Algo es. ¿Qué es? En primer lugar, puede que el humo tome elementos de la realidad, pero exagerados y distribuidos astutamente (cuando digo realidad, hablo de la consonancia entre el conjunto de casilleros perceptivos y las cosas que se adaptan a ellos ya previamente etiquetadas performativamente por los mismos).

Pero apunto a otra cosa. Cuando decimos humo hablamos de la potencia de las palabras. La hibridez del humo es la capacidad creadora de la lengua puesto en acción. La palabra no es solo estado sino proceso que hace nuevas formas. Desde la rutina concreta del jugador, gracias al accionar humeante de las palabras, se desplaza su existencia hacia otra coyuntura.

Una última cuestión: la relación que entabla el vende humo con la tecnología. La tecnología permite desligar la relación en vivo, de un territorio compartido cara a cara, reemplazándolo por un terreno virtual. ¿Quién sabe si lo que expone el montaje es lo que da cuenta ser? Me comentaba un laburante de un bingo que con los compañeros de la caja se reían de cómo había gente que llamaba a la casa por teléfono y decía que estaba complicado con el tránsito, de que le habían robado y estaba en retrasado en la comisaria, que había quedado en medio de un accidente y estaba ayudando… Esta multiplicación de la presencia y lo incomprobable de su enunciado, beneficia la estrategia humeante. No hay dudas. Pero todo expresa sus límites: exceptuando el timbre de la voz en un llamado, la redacción de un mensaje, el vende humo pierde la referencia de la gestualidad de sui interlocutor, nublando la chance de saber cómo se recibe su creación: si es creída o no, si hay que ajustar alguna pieza de su humeante discurso o dejar todo tal cual… 

El acto de vender humo deja en evidencia que el lenguaje es un medio para fabricar sentido en el marco de una estrategia. Se desborda cualquier dualismo o centralidad totalizante que proyecte valoraciones linealmente; sentimientos o ideas, presencia virtual o real, formato lingüístico o imaginal; todo es parte del mismo continente: vender humo.


 3-  Los dotes del vende humo

La eficacia de la palabra no depende de ella misma exclusivamente. Vender humo necesita de ciertos dotes. Acá van algunos…

Carisma y seducción. El vende humo es simpatía pura. Gran facilidad para llamar la atención e ir tejiendo una buena onda que le permita caer bien. Si cae bien, la repercusión de sus palabras ganan en su valor de veracidad.

Ser astuto. Saber que piensa el otro y por donde hay que entrarle; entender qué decir en el momento justo y dar un golpe si es necesario pero sin exagerar; estar atento al mínimo pliegue de una arruga y todo aquello que pueda indicar la más mínima desconfianza. El vende humo: un maestro en la traducción anímica de un rostro.

Imaginación. Vender humo requiere de una gran capacidad narrativa. El concepto maradoniano de “Tocuen” -cuento- viene en cuestión. Crear personajes, tramas, desenlaces de una historia, no es nada fácil. Mucho menos replantear los términos de la historia ante bruscos cambios de panorama o lo irrupción de reproches inesperados.   

Audacia. No tener vergüenza –como muchas veces le achacan-. Ser lanzado y mandarse a tocar el timbre de un vecino, encarar a un jefe o amigos de la pareja… Seamos sinceros, son movidas que apichonan a cualquiera. Pero el ansia de jugar lo puede todo. Por eso, vender humo en muchas ocasiones expresa un coraje casi heroico, un triunfo contra las inhibiciones de la culpa provocadas por la coerción social.

Los dotes del vende humo hacen al juego; al vender humo, ya se juega. Enfrentarse a obstáculos, imaginar posibles fantasías, tonos de voz y gestos, quienes serán las víctimas de turno, victimas factibles de convencer… Ya hay todo un mundo de sensaciones y habilidades puestas en marcha que es imposible que la pensemos por fuera del acto de jugar. Para el jugador vicioso, donde ser vende humo se transforma en una máscara indispensable, toda la ciudad se trasforma en un bingo. El bingo para el vicioso es una sala dentro de ese gran casino que es ahora todo su mundo.


 4-  Intercambio y reglas de eficacia

Las palabras humeantes expresan un valor. Mejor dicho, un doble valor: por un lado son pura potencia, cosas con las cuales se hacen otras cosas –capitalizarse en tiempo, billetes-. Por otro lado, las palabras valen si son confiables. Si no son de fiar no sirven porque no permiten que fluya su otro valor: crear nuevas dimensiones prácticas.

Explotar la potencia productiva y la confianza de las palabras es multiplicar otros capitales del jugador. Esta explotación se da en el marco de un intercambio. Intercambio que arma sus posiciones y sus tasas de beneficio correspondientes en el marco de la arena social. Cada persona que vende humo ocupa una trinchera en la lucha de clases, géneros, y generaciones. Sus estrategias debemos valorarlas y entenderlas en este contexto. Sabemos que  para el vende humo el otro es un medio para conseguir lo que necesita, indiferente por su devenir mientras él consiga lo que busca. Indiferencia que se juega en dos planos. El primero: un extractivismo que esconde los términos del pacto; la guita nunca va a volver y se usa para jugar. El segundo: un desplazamiento de un agobio producto de una relación opresiva; el caso de muchas mujeres adultas sin dinero y/o tiempos que deben marcar tarjeta con sus parejas. No quedan dudas: toda venta de humo se juega valorativamente en clave estratégica, irradiando diferentes sentidos según corresponda.

Vender humo es una práctica que se rige por reglas de eficacia muy claras. La palabra como humo es un capital donde su valor radica en que multiplica otros capitales; que no merme su valor como creencia se torna un objetivo imprescindible.

Algunas leyes rigen los principios de la estrategia humeante.

Serán más bajas sus posibilidades de éxito cuanto menos creíble suene y cuando su situación sea más complicada y más sacrificios se demande al que se busca engatusar. Será más favorecido en cambio cuando su confianza esté en alza y el escenario lo beneficie y no perjudique tanto a quien es demandado.

El vende humo debe luchar contra las exceptivas de los demás, muchas de ellas estereotipadas. No es lo mismo un flaco que laburó todo el día en un taller que se manda a jugar con las manos y la ropa llena de aceite, que un médico; no es lo mismo una mujer grande con aires de señora, que una con pinta de gato. Básicamente cuando se busca vender humo a personas que no forman parte de los anillos de conocimiento cotidiano, esta lucha contra las clasificaciones establecidas es un punto a considerar sobre el capital de confianza que posee cada uno.

Pero las estrategias del vende humo son tan plásticas que son capaces de traficar como positivo un prejuicio negativo. Una mujer bien puesta que se presenta en un kiosco llorando porque le robaron y no tiene plata para pagarse un remís, o que va a tocarle el timbre a un vecino para pedir por un remedio carísimo que es imprescindible para su hijo, aprovecha su imagen y la explota hábilmente. Ante la representación de que una mujer es buena y honesta, la jugadora se aprovecha de esa confianza y la traduce en dinero para jugar o volverse a su casa después del bingo porque efectivamente se quedo sin nada y puso todo en las máquinas.

La creencia en las palabras se expresa en intereses: si es baja más esfuerzas tendrá que hace el vende humo, y si es alta, menos intensidad tendrá que ponerle. De ahí que el humo exprese una densidad; en algunos casos la mentira es más gruesa, en otros no tanta; en algunas casos se necesita tirar con todo y golpear fuerte la sensibilidad del posible comprador ante su evidente indiferencia, como en otras situaciones, se confía ciegamente. El vende humo sabe cómo moverse: es un artista inspirado, un artesano de mitologías; pero también es un cirujano, un mariscal de la palabra.

Además de los vaivenes de la confianza y cómo el vende humo retuerce su imagen pública en diferentes coyunturas, es importante considerar qué tipo de sacrificios pide el jugador humeante; podrá haber mucha confianza de antemano, pero si se pide en cantidad difícil que se lo den. La magnitud del monto luckeado es una variable fundamental. A un vendehumo capaz que ya nadie le cree, su humo ya no es vendible, pero le tiran una limosna. Se sabe que la moneda que pide no es para la que dice, ya varios lo junan, pero igual se la dan –para sacarse un denso de encima o por que le tienen lástima-. Pero al momento que se manguee demasiado, difícil que se le suelte chirola alguna.


5-  Fantasmas: entre la potencia y el estado
Al vender humo somos nuestra obra. Y cuanto más ocupe un lugar central en nuestra existencia el acto de vender humo, más todavía nuestra vida será nuestra obra. Vender humo: un acto de pura autoreflexibidad. Cálculo de qué somos y qué necesitamos, cómo nos mostramos e interpelamos a los demás. Hay una distancia donde el vende humo sabe que lo que dice no es cierto. Requiere de múltiples memorias para recordar qué dijo en qué momento, a quien, por qué motivo, que prometió… El recuerdo es un gran barullo si no se sabe ordenar. Clasificación que es bastante cansadora por cierto. A propósito, se abre una pregunta ¿Habrá veces que nos vendemos humo a nosotros mismos? ¿Hasta qué punto estos mundos imaginarios que abrimos no nos terminamos creyendo que somos eso que decimos que somos?

Pero además de la mentira como falsificación hay algo más importante que les pido tengamos en cuenta: no podemos naturalizar las condiciones de emergencia del vender humo. Quiero decir que no alcanza con saber que lo que decimos no es cierto, sino que las propias condiciones de veracidad de lo que expresamos y hacemos ya de por si se edifican en una ficción.  La crítica del vende humo no radica en soplar la espuma de sus palabras para que surja la verdad de lo que somos. Mas allá de que nos envuelva o no el humo que vendemos, nuestra constitución como deseo y devenir desbordan ser vendedores de humo. Vender humo es una forma de ser y estar en las ciudades que según la hipótesis que sostenemos en estas líneas, hoy se torna indispensable. Una forma que fue constituida y que puede desaparecer si mutan sus condiciones de posibilidad.

Se abre una paradoja: más encerrado en la ficción de ser un vende humo, más se petrifica en el estado en el cual nos fijamos actualmente. La situación extrema de lo que les comento es una persona carcomida por el vicio de jugar y que hace del acto de vender humo un dispositivo central de su vida. Vender humo como estrategia queda por fuera de toda moral, en especial en una situación de vicio. Se devora lo que sea, no importa nada. Pero hay un mandamiento que queda en pie a rajatabla, imposible transgredir: jugar. Convertido en una aspiradora de recursos y buscando sostener un mundo ficticio cada vez más evidente, ya nadie les cree. Explota lealtades y confianzas de relaciones cercanas, sea familiares, amistosas, laborales. Detona relaciones en mil pedazos, implosiona todo. Su palabra pierde todo valor. Y una persona a la cual no se le puede dar ningún valor a lo que dice, es un paria. Al evaporarse la confianza, ya nadie le da ninguna entidad. Alguien arrojado a la descreencia total se trasforma en un fantasma. Ser fantasma es un estado de latencia, puro proyecto que no se proyecta en multiplicidad de vida sino en un estado fijo, de jugador, lo que casualmente lo hace fantasma. Es pero no es. Una presencia sin ser.

Este estado fantasmático es una potencia encerrada en lo mismo. En lo mismo es una aspiradora de dinero y fijación en una autogestión frenética donde el jugador es jugador y nada más. Todas sus actividades vitales se encolumnan tras el acto de jugar. Pero es potencia. La fuerza de armar mediante la palabra humeante mundos ficticios rozando el delirio total, es una intensidad imposible de desconocer. Desde esta ambivalencia me pregunto por una liberación de esta potencia de su encierro en lo dado y por el desafío de armar otras experiencias: ¿Cómo liberar la energía humeante de la petrificación que la orienta una y otra vez al mismo lugar? Preguntas importantes porque pensar cómo opera la venta de humo en el juego nos permite obtener una radiografía que excede ese ámbito. Hoy por hoy, sin venta de humo, no hay economía ni vida urbana posible.




miércoles, 2 de septiembre de 2015

Salvarse

Algunas hipótesis sobre la guita, el laburo, y las utopías



Salvarse. Una palabra típica en nuestro léxico urbano. ¿Qué quiere decir salvarse? Salvarse es dar un golpe; algo que cae del cielo y no esperábamos. Salvarse es hacerla bien: abrazarse fuerte al acontecimiento y aprovechar el momento para dar con una buena moneda y pasarla bien. El estar bien es huir de obligaciones, responsabilidades-garrón, y permitir un gasto de bacán: autos, pilcha, casas, tecnología, viajes zarpados y giras suculentas… Salvarse, hacerla bien, estar bien: conceptos de una nueva teología contemporánea. Salvarse como una redención terrenal: aquí y ahora damos con el premio.

El que se salva es para toda la vida –y capaz que hasta a sus hijos y a sus nietos también les llega el derrame. O por un rato nomás; por eso hay que disfrutar del banquete ahora, a full, porque nadie sabe que depara lo que vendrá (la gira sea corta o larga, no deja de ser gira).

El que se salva la hace bien. Hacerla bien es aprovechar la pura suerte; estar en el lugar adecuado en el momento propicio. Pero también sabemos que para salvarse hay planificación. Sí, hay una carrera para salvarse. Andrea Rincón abandonada de pibita por la madre, se va de su casa por barullos jodidos con el viejo. Tirada por ahí, sueña con salvarse:

En cuanto a sus comienzos mostrando el cuerpo, Rincón reconoció que se inspiró en Wanda Nara: "En una de las tantas peleas que tuve con mi viejo me fui a vivir a una pensión. La pasaba como el culo. No tenía guita: para comer, revolvía los tachos de McDonald's. Un día la veo a Wanda Nara en la tele, que llega a una fábrica a hacer un strip tease para los empleados. Los negros gritaban… Estaban como locos. Y yo pensaba: '¡Qué patética es esta mina!'. Pero cuando sale de la fábrica sube a un Mini Cooper y dice: '¡Ahora les voy a mostrar mi casa!'. Y muestra un tremendo piso. Ahí me di cuenta de que tan tonta no era. Me fui a la pensión, me puse en pelotas y me miré al espejo: 'Yo soy más linda y más inteligente que esa mina'. Pero yo tenía una bicicleta playera y vivía en una pensión, mientras que ella andaba en un Mini Cooper". "Algunos se ponen un negocio, en cambio yo me pongo un cu… Ese va a ser mi kiosquito. ¡Y me voy a llenar de plata!"

      Atender estos kioscos es cada vez más común. En una escuela donde laburo en la sala de profesores hay un recorte de la revista Pronto con la foto de una ex alumna con poca ropa y en pose. “De acá no van a salir médicos, pero lo menos tenemos esto”, tira la profe.

Ni hablar que hablamos de carreras-embudos: muchos arrancan y poquitos llegan. ¿Qué hacer si se cae en el camino? Interrumpida la utopía de salvarse ¿cómo zafarla? Hay una figura que es prima del salvarse. El estar tranqui.  No se salvo pero está conforme. Se desplazó del casillero de mulo donde estaba; ahora está mejor… tranqui. Una forma de escalar en la pirámide del ascenso social: no golpea las puertas del cielo pero ganó en umbrales de tranquilidad. No es poco.

Pibes y pibas se meten a carreras donde la van a zafar. Al voleo, se me ocurren dos: docentes y policías. Permanencia, un sueldo más o menos digno, pocas horas… No se van a salvar pero tampoco van a estar tirados, ni muleando peor que otros, y menos todavía plegándose a otros laburos que darán buen billete pero son percibidos como peligrosos… Pregunta: ¿Qué pasa pos-ingreso a estos laburos con el correr del tiempo? ¿Cómo repercute la constatación de que no son tan copados como pintaban? ¿Cómo se elabora esa nausea?

El trabajo que implica aprovechar el evento que nos permite salvarnos muchas veces es medio garrón. Ausente de vocación, como sea, hay que salvarse (“vos engánchalo, el amor viene solo”, reza el consejo preferido de las botineras). Otros trabajos son vocación y al mismo tiempo nos salvan: futbolista, getona mediática.

Se nos hace necesario diferenciar entre el mulo y el soldado. Mulo es el que el carga con el peso del displacer de un deber sentido como obligado. Otra no queda, relincha por lo bajo. El soldado le pone huevo a una causa que le infla el pecho de sentido. Se banca todo por un sueño: salvarse. Y cuando se llega se pone más que nunca para aferrarse. El cálculo es muy simple: es ahora o nunca. No se sabe cuándo termina. Hay que meterle. ¿Quien dijo que no hay más cultura del esfuerzo?

Sumemos algo: durante un tiempo yirando perdidos, desorientados, sin saber para donde arrancar, el miedo de retornar a ese contexto empuja a soportar lo que sea con tal de aprovechar el viento de cola… Incluso la ética del salvarse es indiferente a transgredir o no la ley. No importa pasar de largo la barrera de la ley con tal de salvarse. Lo cual no implica ser un gil y que se diluya cualquier cálculo. No ser cabezón, hacerla bien, es una invitación a no ser desprolijo y caer bien parado.

Salvarse es consumismo al palo, hedonismo salvaje. Salvarse es una proyección del ego hasta las multitudes más extensas vía múltiples pantallas.  Salvarse también es robar tiempo a las tareas que nos permiten amasar un billete en la ciudad. Y en este modo bancamos el salvarse. Salvarse –al menos por un rato- nos permite ganar en tiempo libre. Le soplamos una dosis de temporalidad al laburo y lo reconducimos en términos de nuestra propia duración como seres. ¿Cómo aprovechar ese momento? ¿Qué se despliega en ese hueco que abrimos? ¿Con qué preguntas sobre nuestras condiciones de existencia poblamos ese rato conquistado? Sin la quemazón de cabeza, cargados de chirolas en el bolsillo, salvarse para nosotros no es una meta como idea de felicidad, sino un escenario que nos potencia dándonos una bocanada de tiempo para recrearnos. 

domingo, 14 de junio de 2015

Hacer banda y bancar

Balance político a un año del último partido de Román en Boca
















1-          Intro

Luego de semanas turbulentas para nosotros los bosteros tras el episodio del gas pimienta y quedar eliminados de la copa escritorio mediante, en unos días se juega el partido despedida de Seba Bataglia. Además de la participación de varios de nuestros ídolos en ese partido, estará Román. Paasdo un poco más de un año de su último partido contra Lanús, otra vez vamos a ver al diez con la casaca xeneize en la Bombonera. De eso tratan estos párrafos: reflexionar un poco sobre la ida de Román del club y nuestras acciones en torno a este tema en los últimos años. Reflexión que apunta a unir tres puntos como referencias de un mismo mapa de politicidades: la forma de jugar de Román en la cancha; los banderazos como iniciativas nuestras para que siga en el club; formas de intervenir en la ciudad ante diversos conflictos, como es el hacer banda y bancar.


2-          Román y su juego

Infinitos elogios podríamos hacerle al juego de Román. Pero hoy me interesan destacar dos en especial: su uso del tiempo y el espacio. Vamos con el primero. En la vorágine de un partido el diez pone la bocha bajo el pie y maneja el juego. Arma los circuitos de circulación: cuando se tiene que ir rápido, se va rápido; cuando hay que ir lento, se va lento. Román maneja el juego por que diseña el ritmo del partido. De ahí que elogie tanto a Iniesta: cuando el Barcelona va por una autopista, él decide el momento de bajar para subir por otra y llegar más rápido. No niega nunca la velocidad: siempre va por autopista y la idea es llegar lo más rápido al arco contrario, pero en esos movimientos hay una autonomía del recorrido; no se va al barullo de los choques, como la mayoría de los partidos que vemos hoy.

Así de simple. La sabiduría del ritmo. Pero hay circunstancias donde Román no puede marcar el tempo por que el equipo va al ritmo del rival. Ahí Román se adueña de la pelota e interfiere en esa corriente que lo lleva puesto a su equipo. Agarra la bola, la protege con los brazos, pone la espalda y el culo, y sale escurridizo tocando con otro compañero o le hacen full. El espacio de dominio de la bocha se perfila como una barricada hecha con el cuerpo, donde aguanta las embestidas para que el equipo se adelante, gane espacios, y se modifique la coyuntura inmediata para otra vez orquestar el juego con el viento a su favor.

Interesante lo de los full: muchas veces Román se para, se da vuelta, mira al árbitro y abriéndose de brazos obliga a que este le cobre. No engaña al réferi tirándose, sino que este prácticamente responde a sus pedidos. La barricada fuerza a la ley para que lo sostenga.

Miles de veces aspiramos el humo mediático que sentencia que Román era un jugador frágil desde lo físico. Es cierto que los últimos años las lesiones lo fueron averiando e impidiendo exponer su fútbol en la Bombonera, pero si hay un atributo para destacar en Román es su fortaleza física. Los ejemplos sobran: el partido contra el Madrid expresa un desquicio para los merengues que no pueden sacarle la bola al diez y marchar hacia el arco de Córdoba para empatar. Tan difícil era franquear el espacio recortado por Riquelme, que un jugador de Banfield debió meterle un dedo en el culo para desarmarlo.

Me parece que esta fuerza para armar y aguantar la consistencia de un espacio propio, tiene un carácter político muy importante para nuestra época y a nivel generacional, de cómo armar espacios propios en tiempos de dispersión, de vivir a los tumbos sin saber bien que nos mueve, de cómo agujerear la rutina y diseñar algo propio y tratar de mantenerlo ante todas las coerciones epocales.



3-          Banderazos

Un espacio propio que armamos muchos hinchas de boca para romper con el ritmo que tomaban las rutina del club contra Riquelme, fueron los banderazos.

Organizado por Facebook, la red funcionó como una estrategia de contra poder en calidad de enlace. Un escenario de articulación de hinchas que sintonizamos en la misma afección: que Román se quede o vuelva. Grupos que se suman a otros grupos, como una bola de nieve digital, va conformando una masa de descontentos que pone en marcha un pensamiento que inventa y organiza.

Pero este proceso articula diferentes soportes enunciadores: redes sociales, páginas, celulares, radios, diarios, TV. A su vez esta diversidad comunicativa interconectada implica una jerarquía en la capacidad de atraer interlocutores: no es lo mismo Olé que un grupo de Facebook con un puñadito de “Me gusta”, o Fox que el boca en boca de un grupo de amigos.

El banderazo como invención es una ruptura que parte de la elaboración colectiva de malestares. Por un lado necesita espacios para propagarse y salir del anonimato para ser más y más fuerte; como a su vez escapar clandestinamente de la inminente disputa que propone cualquier poder que se percibe amenazado. Pero más que nada, si esta singularidad difusa que estamos generando no crea nuevas preguntas y respuestas a esos interrogantes, cae por si mismo. Un tipo de organización que responda a las inquietudes que pusieron en marcha un proceso de creación político es un criterio indispensable para la libertad de esos cuerpos afectados.

Pero el banderazo responde a una forma de intervención típica de esta época, que incluye, sin duda, pero también, desborda el fútbol: el hacer banda y bancar.



4-          Hacer banda y bancar

Nuestra existencia se despliega en un ambiente precario que en muchos casos expone su virulencia en tanto amenaza de desintegración, sea de laburos, problemas de salud, de vivienda, familiares, accidentes climáticos, los que sea.

Hacer banda y bancar, es la reunión de fuerzas a las cuales apelamos para afirmarnos armando un espacio propio, el cual a su vez hay que sostenerlo, bancarlo. Hacer banda es una acción imprescindible para cortar con un ritmo que nos desarma dando lugar a uno que nos sostiene y que hay que mantener.

Se hace banda por afinidades varias. Algunas pueden ser previas  -amistad, vecinos, familia, hinchas de un club- como otras más situacionales –quienes andan por la calle y se reúnen por una secuencia particular-.  Fundamental es el papel de la tecnología: el intercambio de información, de manera constante e inmediata, permite que estos cuerpos se articulen velozmente y concreten su accionar.

  Si ponemos el ojo en su consistencia a lo largo del tiempo, diremos que es imposible armar mapas del hacer banda: pero quizá más que mapas sobre personas y sus itinerarios estables o no, haya que hacerlos por lo que sucede en los diferentes entorno territoriales, lo cual implica una gran movilidad y zig zageo de los individuos, pero que hay una regularidad tanto en los problemas como en las formas de intervención a las cuales se recurre; y si hablamos de formas de intervención, el hacer banda y bancar es uno.

Existen diferentes lógicas del hacer banda. Por ejemplo los linchamientos, con un espíritu policial, encarando diferentes situaciones urbanas con un encuadre securitario, hasta los banderazos de nosotros los xeneizes, que piden por un ídolo o cuestionan los manejos elitistas de la dirigencia actual que mercantilizan el club.

Juntar fuerzas, ocasionales o ya conocidas; actuar en contra de otra fuerza que desbarata la propia; sostener el empuje de la fuerza conquistada frente a la corriente que nos desarma; continuidad o no de las costuras que articulan la banda reunida.  Estos son algunos de los rasgos que muy al voleo presentamos ahora sobre el hacer banda y bancar. Volvamos con Román otra vez.


5-          Los ídolos: ¿fetiches o símbolos de agite?

¿Existe un hilo invisible que atraviesa el poner la pelota bajo la suela de Román, los banderazos, y el hacer banda y bancar? Si: lo común es cortar con un ritmo ajeno, hacerse de un espacio propio y sostenerlo con otros. Sea Riquelme con la pelota bajo la suela haciendo una pausa para asociarse con sus compañeros, nosotros los hinchas ocupando la cancha y haciendo fuerza para que nuestro ídolo se quede o vuelva, como el hacer banda en general, del cual el banderazo es un caso particular. Imprescindible reconocer este triple continuo de politicidades y todas sus reciprocidades: primero, lo que pasa dentro de la cancha; segundo, en las tribunas y otras órbitas de los clubes; tercero, la ciudad en toda su dimensión práctica.

A la hora de hacer balances de lo que Román significa para nosotros, más allá de su jugadas, títulos, goles, fue el motivo por el cual nosotros los hinchas activamos una movida que intervino en la dinámica del club y pudo incidir con diferentes niveles de eficacia –a veces logrando lo buscado, otras perdiendo claramente-. El legado de Román y nuestros banderazos es la conciencia de una fuerza. Que existimos y somos parte del mundo Boca. Que no somos simples espectadores, testigos de lo que hacen con nosotros, sino que nosotros también podemos incidir sobre aquello que nos define a cada momento.

Se trata de la diferencia entre un ídolo como símbolo de agite y un ídolo como fetiche. El ídolo como símbolo de agite es un jugador querido que permite que nosotros los hinchas ganemos en autonomía, que aumentemos nuestra capacidad de acción en la coyuntura del club que amamos. Un ídolo como fetiche es un jugador querido cuya afectividad circula de una manera donde nuestra autonomía decae; el jugador cuya idolatría es consecuencia de nuestro afecto, como Román por ejemplo, se transforma en un insumo de una forma de gestión donde los hinchas nos encontramos subordinados.

Los ídolos o al menos jugadores queridos, son fundamentales en la vida de los clubes. Y depende mas allá de su propia voluntad que funcionen como fetiches o símbolos de agite. Por supuesto que lo que ellos hagan es importante, pero no es determinante. Me explico: el gran tema es Tévez. ¿Qué significa la posible vuelta de Carlitos? ¿Qué un tipo nefasto como Angelici tenga su último tiro al pichón y gane las elecciones? ¿Qué Macri haga campaña para las elecciones nacionales? ¿Quién pone la abultada moneda para que vuelva? Si no nos hacemos estas preguntas, Carlitos es un fetiche. Pero si aceptamos esta situación y no hacemos nada con su figura para activar movidas propias, regalamos la imagen de nuestros ídolos, congelamos las apropiaciones actuales como definitivas. ¿Vamos a renunciar a Carlitos y a todo lo que representa para nosotros los bosteros?

Cerramos con Román: son infinitas las retroalimentaciones entre las formas de jugar de nuestro ídolo sobre el verde césped, nuestras movidas como hinchas por él como por otros motivos en este contexto de elitización de nuestro boquita, y también, de mecanismos de intervención urbana como el hacer banda y bancar. Y en este sentido hay un tema a considerar: la voluntad expresada públicamente por Riquelme de ser presi del club (se supone para el 2019). ¿Cómo sería un ídolo como Román, símbolo de agite, ocupando un cargo así? ¿Cómo es el encuentro entre ocupar un cargo institucional por nuestro ídolo y el hacer banda de los banderazos? De hecho, en estos años si bien existieron rechazos de nuestra parte a la mercantilización alevosa de nuestro club en la gestión Angelici, estas preguntas por la política electoral, el sostenimiento de un rechazo al Boca careta de estos años, son problemas fundamentales para nosotros los xeneizes. Y si dentro de esas secuencias sigue Román poniendo la bocha debajo del botín o no, lo veremos en los próximos años.