lunes, 4 de febrero de 2013

Esquizofrenia escolar: entre el quilombo que motiva y la paz que nos fastidia

Algunos pensamientos desde la precariedad escolar










1- Precariedades

Sabemos que en las escuelas lo que debería ser no es (y encima viene todo para peor, nos dicen…). Nos topamos con situaciones de lo más diverso: dificultades para leer, berretines mediáticos, poca atención, peleas, boludeo tecnológico, etc.…  No hablamos solamente de simples interferencias en el paño escolar sino de quiebres en su lógica más intima; no de trastornos en su dobles interior sino en las condiciones de emergencia de su constitución social (un ejemplo son los docentes que no pueden dar clase por que se tienen que amotinar en la puerta del aula para que los pibes no huyan…).

Según cual sea el grado de la erosión escolar –un rechinar en su lógica o tambaleo de su ser constitutivo- se disparan diferentes niveles de precariedad que nos obligan a recurrir a diversos saberes escolares para transitar los espacios educativos: situaciones abiertas para las cuales no hay respuestas a mano; cortocircuitos donde la brújula escolar indica soluciones tradicionales, algunas que ya no resultan y otras que si; circunstancias donde se aplican experimentos que a veces funcan como otras no. Es innegable que cuando entramos a la escuela estamos haciendo un acto social. Como individuos, mal que mal, tomamos posesión de un rol: somos docentes. Los pibes lo mismo: se hacen alumnos. Afuera cada uno tendrá su vida, es más, nos podremos encontrar en la calle, compartir algún bar nocturno, pero al pasar el umbral escolar nos hacemos alumnos, porteros, preceptores, secretarios, etc. En el aula, de un lado está el docente, del otro los alumnos. Ante el escenario de precariedad latente es fundamental reconocer que esa frontera esta agrietada o en todo caso en ruinas; desde esa geografía social bien concreta debemos intervenir.



2- Mandato institucional

Como individuos que nos sentamos en el baqueteado rol docente estamos condicionados por una expectativa de la escuela; nuestro accionar en el aula no lo podemos pensar en abstracto sino en relación a un mandato que indica lo que más o menos se espera que hagamos. Sentidos diversos por que como comprobamos cada escuela es un micro mundo: sea por dinámicas internas, ubicación barrial, la clase social de los pibes, si es pública o privada, si es religiosa o no, el tipo de modalidad (no es lo mismo un humanidades lleno de minas que una técnica).

Tableros vitales cuyo umbral de mínima va desde que el aula no estalle bancando una minima sociabilidad (me decía un director: “esto es con todo los primeros 3 meses, después dejá que camine solo, fijate”) hasta respetar estrictamente normas escolares, algunas no solo tradicionales sino bastante jodidas (desde bajadas de línea sobre las estrategias didácticas a utilizar, preguntas por la religión que profesamos, o que cuando entramos al aula los alumnos se tienen que parar), o el caso de experimentos diversos, algunos copados y otros capaz no tanto (por ejemplo escuelas cooperativas, con subsidio estatal y cuota, pasando por colegios evangélicos y regimenes bastante novedosos y no poco dogmáticos). Imposible no pensar la escuela junto a la familia; estos umbrales de los que hablamos galopan en relación al tipo de empalme que haya entre los colegios y las infinidades de conformaciones familiares que hay y el lugar que ocupan los alumnos en ellas.

Conclusión: la expectativa institucional que nos rodea es un condicionante de nuestra intervención áulica. Una presencia que se activa por mecanismos formales como notas en libros de actas, reuniones docentes grupales o personalizadas en dirección, la intervención de directivos en situación de desborde, como de otras mas informales en tanto recolección de información pasando por los pasillos y fichando dentro del aula, conversaciones con alumnos, ingresos sorpresivos al aula, palazos por mail, y varios más.


3- Lógica punitiva

Mientras la precariedad escolar según sus diferentes escalas carece de imágenes para regular situaciones especificas de la institución que conforma (pedagógicas, didácticas, rituales patrios) se inflan proporcionalmente las que aseguran una sociabilidad en clave punitiva. Volvamos a la presencia de la institución en sus mecanismos formales: notas estampados en los libros de actas con recomendaciones desde que no aceptemos en Facebook a los alumnos, como la circular sobre la prohibición del uso de celulares en clase. Normativas que nacen tanto en la propia escuela como otras que bajan del ministerio (lo escolar tanto como una burocracia horizontal que normativiza sus propios hábitos como al pie una organización estatal-piramidal que debe adecuarse a lo estipulado desde arriba).

No nos olvidemos de los territorios escolares donde las autoridades se lavan las manos y cada uno sobrevive como puede. En este panorama –como en los otros también- recorre en los pasillos escolares un discurso docente del estilo “no podemos hacer nada con los chicos”, “nadie nos respalda”, “ellos siempre tienen razón…”; comentarios no muy difícil de vincular con el relato de un policía con los delincuentes (“todas las leyes los favorecen”, “no nos dejan hacer nada”). A propósito: es interesante como no hay casos de masacres activadas por docentes; profesores antipibes desbordados que empiecen a revolear tiros por todas partes (para el que le interese, ver la película francesa “el día de la falda”). Y aclaro: no hago una crítica moral ni mucho menos: algunas veces nos vimos hartos del quilombo áulico, y volviendo a lo que dijimos al principio, mas que interacción docentes-alumno, la relación se da de pibe- a casi pibe (no habiendo de mi parte poco más de 10 años de diferencia) con el límite jodido que eso significa. Pero vamos a estar de acuerdo que no se trata de plantarnos en un análisis de roles, una suerte de teoría de los demonios escolar entre docentes y alumnos, sino de plantear marcos de acción más complejos, de lógicas profundas que nos atraviesan y que desde ese lugar emergen instituciones y figuras sociales como las de profesores y estudiantes.

Para terminar este punto: que tragicómica es la secuencia que mientras a nivel social se genera un cierto diagnóstico que para enfrentar “la inseguridad” se necesita más escolaridad, en los colegios mas precarios se concibe en varios casos que hay alumnos que “no están para la escuela”; una virtual institución a mitad de camino entre el colegio y la cárcel se empieza a cocinar con tufillo punitivo (recordemos el proyecto del Servicio Cívico).


4- Castigo y gobierno del aula

La precariedad escolar es una marea que nos empuja a que más allá de las buenas intenciones y las lindas estrategias, estemos más tiempo generando las condiciones de posibilidad de una clase que efectuando la misma. De ahí que nuestras intervenciones disciplinarias como profes en el aula van desde llamados de atención, aplicación de sanciones, meter uno, o convocatoria a los padres.

Pero sabemos de sobra que para regular el orden áulico no solo se castiga, sino que también se desactiva a los pibes; el que quiera dormir que duerma, el que escucha música que escuche, el que no quiere hacer nada que no haga. No hay problemas a la vista pero no hay vínculo de ninguna manera, como tampoco los pibes cuentan con la libertad de irse a la casa… Es más: nadie se pregunta porque hay un pibe que duerme todo el día, que una piba esté sola en un rincón y nunca hable con nadie, que un chaboncito siempre esté mal y con ganas de llorar...

Otra secuencia es la sociabilidad por la sociabilidad misma; docentes que no dan clase o su función es hablar de “cosas de la vida”: conversar todo el día de fútbol, de lo que hicieron el fin de semana, dedicarle todo el tiempo del mundo a la organización de la fiesta y el viaje de egresados, desarrollar el parte diario de las boludeces mediáticas... Si bien este tipo de cosas son fundamentales para armar lazos con los pibes, y no solo por eso, sino porque nos gusta hablar y estar con ellos, el problema es cuando la clase pierde sentido y es solo esto. Un gesto ladri, ya que no es utilizado como estrategia didáctica, sino simplemente para que el tiempo pase. Una lógica no monopolizada por lo escolar, muy presente en lo mediático: los programas de fútbol que no son de fútbol, sino de cargadas a los integrantes del panel, anécdotas de su vida, y demás. Un tiempo que pasa, pero que no pasa así nomás: la sociabilidad nunca es neutra; no es que ante la fractura de lazos se arma un encuentro y a partir de ese momento se acopla un sentido a esa relación; ya desde el más mínimo indicio de interacción hay en germen un sentido, un mundo en potencia. [1]

No nos olvidemos como estrategia la evasión de los problemas. Hablamos de hacerse el boludo frente a un cortocircuito para no padecer otro mayor. Situaciones de pibes con problemas jodidos, sea de patologías, bardos en la casa. En los pasillos escolares se palpa un clima de paranoia, onda cuidate, ojo con esto y aquello…. El máximo ejemplo es la desorbitante solicitud de licencias como el éxodo de docentes que están en secundaria y parten para la educación no formal de adultos o a terciarios. La verdadera estratificación docente no pasa por el sueldo, el puntaje, ni el currículum, sino por quien está más o menos lejos del caos (como afirma Michel Houellebecq, en nuestras sociedades el mayor lujo consiste en evitar a los demás).


5- Esquizofrenia escolar

Si bien es innegable el malestar que provocan loas interferencias áulicas, no nos gusta el rol de docentes-gendarme. Para nada. Y no solo porque busquemos persuadir, convencer, ir por las buenas con los chicos, sino porque tampoco nos cabe el ideal de orden escolar. Ideal que como decaímos se encuentra cargado de moretones por no decir bastante desilachado, según los niveles de precariedad y umbrales institucionales que habitemos. Nos preguntamos: ¿Por qué tomar pruebas? ¿Por qué los pibes no pueden salir del aula cuando quieran? ¿Por qué no escuchar musica? ¿Por qué no venir más y quedarse durmiendo? ¿Por qué aceptar lo que decimos y encima que nos digan usted? La tranquilidad del aula todos trabajando, de silencios mecánicos, disconformidades que percibimos pero que no se manifiestan, nos dan una paz que nos fastidia. Nos habita una esquizofrenia: por un lado la docencia es un laburo y no podemos hacernos los pillos y hay cosas que respetar en relación a los distintos niveles de presencia institucional; pero ese lugar, bastante roto, no nos cabe. En pocas palabras: no negamos una precariedad turbulenta y las afecciones que despierta, pero tampoco nos cabe la tranquilidad y armisticio de los nervios áulicos, y mas aun si los construimos a partir de intervenciones punitivas.

Pero no terminamos acá: desde nuestras inquietudes singulares experimentamos dos tipos de afectos que no surgen en las intenciones nostálgicas que tanto conocemos: por un lado que si bien la precariedad escolar genera cimbronazos poco felices, no deja de ser una apertura, un indicio de que algo no va más y que lo social se puso en movimiento, lo cual es un desafío a tomar; definitivamente se quemaron los manuales del buen docente (lo cual es un problema; también una enorme alegría…). Las otras emociones se refieren a los intentos de experimentación y los deseos de armar otra cartografía escolar con los alumnos. Para lo cual carecemos de posibles y de imágenes fuertes pero vamos tanteando y pensando a partir de lo que surge como efecto del choque de cuerpos que se juntan en un aula y tratando de capturar esos momentos para pensarlos y darles forma. Lo cual no alcanza con buenas disposiciones unilaterales, sino que necesita de una reciprocidad activa. Un ejemplo es lo dicho sobre lo punitivo: intentos de no aplicar una disciplina zarpada ni ponerse en forro, y mientras los pibes critican de otros docentes que los putean y los tratan para el orto, luego no sostienen otra forma de convivencia. Pero sabemos que más allá de las composiciones áulicas están los factores institucionales que condicionan un marco de acción; que la presencia institucional sea baja es un beneficio, como también un problema, porque queda a merced del docente solo una masa de guachines, y sabemos de sobra que hay varios directivos piolas, al lado de tanto docente bobo… Pero también guarda con experimentaciones de sentidos que no nos caben, onda ONG, religiosidades dogmáticas, manifestando una lógica recombinante, donde se generan nuevas escolaridades pero con simetrías y valoraciones que no compartimos…

Podremos armar diferentes cosas con los pibes: desde darle autonomía e inflarles el pecho mientras el resto del mundo adulto los bautiza como irresponsables y boluditos; bancar situaciones jodidas y quilombos que padecen; dar cabida a cosas que hacen fuera de los muros escolares (deportes, danza). Pero nos preguntamos ¿que es hoy lo educativo? ¿Para que estar con pibes en un aula? ¿Qué es educar? ¿Qué es pensar? ¿Qué formas de percepción y expresión construir? ¿Qué vínculos diseñar con la tecnología? Estas preguntas significan poner en duda varios supuestos, incluidos los de un aula, bancos, textos. En fin: todo. En caso contrario nos encontraremos formalizando el rol docente; vaciarlo de todo a priori y hacerlo sensible a la realidad de los pibes pero dejando en pie el entorno institucional con los condicionantes que existen, como por ejemplo eso, que exista un docente. Lo cual no implica negar nuestras apuestas estemos donde estemos; las respuestas a las inquietudes que tiramos arriba irán surgiendo no de un plan preconcebido, sino de la organización de lo que valla surgiendo de las diferentes tiradas de dados sobre el complejo y fragmentado mundo escolar.


[1] Para profundizar en este punto tomando como caso la radio FM, leer el artículo en la Revista Crisis Nº 12 "La era del radioboludeo" (Gago-Valle).


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