lunes, 6 de febrero de 2012

Paraísos Artificiales (en la ciudad amigable).

Impresiones sobre el uso del espacio público y el entretenimiento a partir de un recorrido por las playas porteñas del barrio de Soldati.



1- Simulacro

Domingo a la tarde. Me subo al 47 en Liniers. Mucho calor. Parada. Una larga cola, la mayoría de la colectividad boliviana, van subiendo al bondi. Un par tienen la tarjeta Sube y no saben usarla. Fastidoso, el colectivero intenta explicar como la tienen que poner, que si tiene crédito o no, etc. De golpe se pone seco y de buena manera, tira: “no, saben que, la máquina no anda. Bajense por favor”. La gente se baja. De abajo preguntan “¿que pasó?” “la máquina no anda”, responden los pasajeros. El colectivo arranca. Ninguno de los que estábamos arriba dijimos nada.

Me bajo en Soldado de la Frontera y camino hasta Parque Roca. Desde el año 2009 como parte de la agenda cultural de verano del gobierno porteño, hay dos playas: unas en el norte, en Núñez y las otras  en el sur, en Soldati. En estas últimas se aprovecha la laguna lugano y el espacio verde del Parque Roca para inventar este sitio. Y la palabra inventar no es menor ¿una playa en la ciudad? Si: un estricto diseño de calidad que calca la fisonomía de una playa de la costa bonaerense para presentar su simulacro en un barrio de la ciudad. El programa “Buenos Aires Playa” funciona del 5 de enero al 26 de febrero, desde las diez de la mañana hasta las ocho de la noche y de martes a domingos. En su anatomía, las playas –siempre de Soldati- cuentan con una entrada donde hasta el fondo en línea recta se extienden en 100 metros aproximadamente, con un ancho de 50 metros al inicio del recorrido, y a los 5 metros se hace angosta hacia la derecha con un ancho menor a los 30 metros hasta el final del predio. A la izquierda encontramos unos arbustos que le dan un toque de verde al sitio y un alambrado que separa la arena de la laguna. Según cifras de la gestión Pro, desde hace 3 años que existe Buenos Aires Playa, pasaron por las mismas 800.000 personas (los domingos en las playas de Soldati concurren en promedio 2500). Al programa se suman solariums con reposeras y baños químicos esparcidos por 7 plazas porteñas.


Las fuerzas fáusticas de una gestión puestas en hacer naturaleza en plena fauna urbana. Modelo del programa que se inspira en una creación de la gestión parisina de hace 6 años, que luego se propago a otras ciudades globales que adhirieron a la iniciativa, como Praga, Tokio, Amsterdam, y ahora Buenos Aires. Simulacro que se presenta en clave de vedette, en tanto se efectua en función de banalizar las intensidades del mundo y la riqueza de lo real salvaje en pos de infundir un determinado modo de ser, un estilo de vida.  

Más allá del montaje de los signos playeros y la oferta del lugar, la concurrencia al predio no busca consumir una experiencia en tanto sostener una imagen de si ante los demás como aquellas que se escuchan decir fui-a-esa-playa-perdida-que-nadie-conoce-y-es-impresionante, como inversión necesaria para fogonear el prestigio social. Se le da  un uso práctico, concreto, tal como pasar una buena tarde y disfrutar de lo ofrecido. Tampoco nos encontramos con una figura cercana al Pos-turista, en cuanto consumidor de imágenes a distancia como las ofrecidas en catarata por las transmisiones televisivas desde Mar del Plata y Carlos Paz.


2- Alegría para todos

Uno de los sentidos primordiales con lo que la gestion porteña presenta las playas es ser gratuitas. Para aquellos que no pudieron mandarse a ningun lado en verano, la arena y las sombrillas amarillas son un aliciente. Politica destinada a tirarle un centro a los que se quedaron arañando los contornos del mercado y no pudieron acceder a unas vacaciones de verdad.

 Los que se mandan a la playa contemplan una matriz popular. Ubicadas al sur de la ciudad, vienen de diferentes lugares: Villa Celina, Mataderos, Almagro, Lanús, Lugano, entre otros. Mucha parejita joven, familia con pibitos y matrimonios grandes. También personas de la colectividad boliviana y paraguaya.

Las playas ofrecen diferentes oportunidades de goce para los distintos públicos visitantes: show de tititeres, juegos para niños; compus para los que quiren estar conectados; lugar de lectura y ajedrez para los mas intelectuales; clases de gimnasia y baile para mujeres; y bicicletas fijas y canchas de fútbol y voley para los deportistas. Ni hablar de las sombrillas y reposeras donde la gente juega al truco, charla, come, o mira a lo lejos con la vista perdida, y grupitos de guachines que juegan con la arena. Se agregan al combo duchas, centro de atención medica, puestos de venta de bebidas, sanguches y golosinas, como baños quimicos.

El lugar se segmenta por servicio y público en algunos puntos, como en otros se halla todo mezclado, claramente en las zonas de sombrillas y reposeras. No hay fronteras rigidas del paso de uno a otro nodo del lugar; se puede estar haciendo algo y pasar a otra cosa sin que nadie lo prescriba. Temporalemtne no hay series establecidas entre el uso de un servicio y otro, como tampoco en el uso de un mismo sector, en cuanto intensidad y posibilidades de repetición. La contigüidad del espacio y lo anárquico de lo temporal alcanzan su esplendor cuando chicos con compus cargan las fotos que se sacaron en la playa y las suben a la web, como a su vez fuera de la playa se pueden contemplar fotos, subir comentarios a la página oficial del programa, lo cual es estar en la playa.

Se palpa en las playas un clima popular, en tanto se pelan empanadas, sanguches de milanesa (pocas personas compran en el puesto habilitado, muchos se traen de la casa, y cuando se terminan las bebidas, se llenan las botellas con agua de la canilla); hay gritos y estruendos de risotadas; teces morochas, curtidas; mujeres que exponen cuerpos bastante alejados del de una modelito y hombres que se pasean orgullosos luciendo busardas monumentales.


3-Normas y controles

El lugar cuenta con una con una férrea vigilancia. En las afueras hay inspectores de tránsito regulando el movimiento vehicular. En la unica entrada dos flacos de seguridad privada revisan las partencias (mochilas, bolsos, hasta heladeritas). Adentro hay una marcación hombre a hombre. Por un lado agentes de pechera amarilla, encargados de responder consultas, coordinar inquietudes, desparramados en diversos puntos, cual columna vertebral de la playa –recordemos que es angosta y larga-. De alli que cuenten con una mirada en cruz que les permite cubrir mucho espacio con su mirada y hacerse visibles a su vez para recibir amablemente cualquier consulta. Por otro lado agentes de seguridad específicamente: de chomba blanca, handy en mano y cara de malos, son nodos móviles que alertas vigilan. Recorren el lugar en multples direcciones, zigzagueantes, sea tanto de a uno o de a dos, apoyados por un cochecito tipo de golf que va y viene en linea recta a lo largo de la playa. Agreguemos que al fondo del predio hay una oficina central encargada de regular la seguridad en el sitio.

La gente de seguridad dice no intervenir fuertemente. No hay grandes desmanes ni delitos. Se hace hincapié en no romper las cosas, no tirar basura en ningun lugar que no sean los cestos preparados, o mediar cuando se discute por el uso una reposera. Una de las cosas que subraya la gente es la tranquilidad del lugar y se expresan “muy conformes” con la seguridad de las playas.

La norma que se respita en el aire es por un lado que cada uno se afirme en su satisfacción deseada: el que quiere leer que lea; los que toman sol que tomen sol; los que quieren charlar que charlen. El problema es cuando varios chicos quiren usar las duchas y no hay lugar o que nadie juegue a la pelota cerca de la gente, fuera de las canchas, para no molestar con algun pelotazo. Cada uno que haga lo que quiera, pero que ese querer no interfiera en el querer de otro. Se va tanteando en el devenir mismo, donde se expone el timming de los diversos agentes para detectar estos problemas e intervenir directamente, trazando esa frontera de cuando es diversión y cuando ya conflicto. Por otro lado hay una reglamentación de tipo correctora a partir de pautas ya prefijadas. Se trata de no transgredir los contornos de lugar, el marco del cual emerge la oferta de goces playeros. Que nadie entre por donde no debe entrar; que no se ingrese con alcohol y animales; que nadie salte el alambrado que da al agua; que no ingresen vendedores ambulantes ni artistas callejeros. Estas diferentes normativas se plasman en los enunciados que circulan en las playas. Por un lado carteles anunciativos, que señalan la existencia de una propuesta de experiencias (seccion deportiva; seccion lectura) como enunciados prescriptivos (no salte la reja).


4- Estado y ciudad amigable.

“Con el objetivo de generar un oasis de serenidad en plena Ciudad y continuando con los esfuerzos por defender e impulsar una ciudad vivible para todos, se montó una playa en el norte (Parque de los Niños) y una en el sur (Parque Roca). Buenos Aires Playa es sinónimo de una ciudad amigable, de una ciudad vivible en la cual el espacio público pueda ser compartido por todos. Te esperamos el próximo verano, para que vengas a conocerla o volver a disfrutarla, con tu familia y amigos”. (http://www.buenosaires.gov.ar/buenosairesplaya/buenosaires_playa.php)


Las playas son parte de una política donde el estado emerge como igualador de derechos; en este caso, del derecho a la diversión y el esparcimiento para aquellos que no lograron colarse en la dinámica mercantil del turismo veraniego. Política que no opera en el juego de la oferta y la demanda, sea con subsidios, facilidades de pago, como tampoco con políticas dirigidas a facilitar un contexto para la acción turística como la construcción de rutas y caminos o los “feriado puente”, permitiendo así el movimiento de personas para que accedan a la oferta de consumos de ocio. Las playas son un simulacro incrustadas en la ciudad que prepara un sitio para el disfrute general. Si bien el contraste de norte y sur en infraestructura y tamaño son importantes, es innegable que hay una playa en Soldati abierto para todos, donde aquellos que concurren cuentan con un carácter claramente anclado en lo popular.

Un sitio diseñado minuciosamente para moverse con libertad. Libertad descafeinada, ya que el lugar cuenta con un estereotipo de playa y nadie participa de su construcción. Se crea un marco donde en sus coordenadas hay una serialización de las posibles acciones, pero nadie puede salir de esa orbita ni cuestionar su disposición. De ahí una doble normativa: por un lado, la creación de un espacio formateado dejando la iniciativa en los concurrentes en la búsqueda de su satisfacción, y por otro, una norma correctora de aquel que ose modificar algún punto de la maqueta espectacular (un flaco que estaba con la novia hace fuerza para arrancar una sombrilla de la arena y un agente de los de remera amarilla, les dice “hey, hey, eso no por favor, eso no”).

Mientras esperaba para el arranque del clásico vi una entrevista de Niembro a Macri. Le pregunta si estuvo en Cosquín, que le pareció, a lo que Macri reponde que le encanto, que va a tratar de llevarlo a la ciudad el próximo año. Manifestaba estar conmovido por la movida que hay en el interior, de como la gente tiene ganas de vincularse, de salir al espacio público, de encontrarse, como en los recitales del Roca, que son un éxito…  Pero esta perspectiva no solo pertenece al jefe de gobierno porteño, sino también al gobierno nacional y con mucho peso en el conurbano, con cientos de espectáculos, desde cantantes populares –como Montaner y Los Pimpinelas- pasando a recitales de José Carreras o filarmónicas que tocan la Novena Sinfonía  de Beethoven.

Si bien manifestando diferencias y tonalidades diversas, hablamos de encuentros populares entregados a un goce formateado, donde mover una sombrilla de lugar merece un llamado de atención. Lugar que cuenta con transgresiones, como en los carteles de la periferia de la playa que prescriben oficialmente “no salte la reja” y que son con escrachados con enunciados del tipo: “Aguante Lomas”, “Chicago capo” o “El que lee esto es un puto”. Pero las playas no dejan de ser una eficaz convocatoria, tanto en la dación de servicios de entretenimiento (varias personas ya fueron más de una vez) como en la convivencia y la tranquilidad que se respira en el lugar.

¿Que tipo de convivencia genera el gobierno porteño? ¿Qué hace que todos sean vecinos? ¿Cuál es la sustancia de lo amigable? Una convivencia que desnuda como en última instancia las contradicciones tales como espacio publico-espacio privado, dinero-acceso gratuito, clase media-clases bajas, argentinos-extranjeros, y otras tantas, pueden funcionar como falsas dicotomias y callejones políticos. Y hablamos de convivencia no solo en clave de amontonamiento pacifico, ya que en el lugar gente que a priori no se conoce charla, comparte mate, botellas de agua, se organiza para jugar al fútbol. Imposible olvidar políticas de expulsión y ordenamiento urbano por parte de la gestión Pro –con bastante apoyo vecinal- desde los desalojos hasta la venta ambulante. Mismo, la playa queda a un puñado de cuadras del Indoamericano. Pero ¿como se combinan estas políticas de expulsión con estas de encuentros populares a partir de la política gubernamental descripta en estas líneas? (no es difícil imaginar que alguien afectado por un desalojo haya concurrido a las playas porteñas).

Yéndome del lugar vuelvo para soldado de la frontera y me detengo en la parada del 117. A un viejo-personaje que vende bebidas con una heladerita, le pregunto: “¿está pasando el 117?” “Si, esta pasando, ¿a donde vas?” “A Liniers”. “Uhhh, te vas atener que dibujar el culo con una tiza… ¿hasta allá? Da mil vueltas el bicho este…”. Espero. En eso viene el Bondi. En la parada hay unos pibitos de 7, 8, 9 años, descalzos, en cuero, con mochilas que explotan de ropa y zapatillas. El colectivo para, ve a los pibitos, y les cierra la puerta. Arranca. Los guachines le tiran unas piedritas. Se acerca un flaco que está con el viejo y tira, “miren, no creo que pare acá”. Se termina la tarde pero todavía hace calor. Arranco para General Paz. Siento que traspaso una frontera. Se terminó la ciudad amigable.

                                                            Andrés


Referencias del texto:

*Guy Debord: La sociedad del espectáculo, Ed. Biblioteca Nacional, Madrid,
*Michel Foucault: Seguridad, territorio, población, Ed FCE, Buenos Aires, 2006.
*Scott Lach y John Urry: economías de signos y espacios, Ed Amorrurtu, Buenos Aires, 1997.

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