miércoles, 29 de junio de 2011

Corazón Valiente

Algunas reflexiones y preguntas acerca de las relaciones amorosas, a partir de la lectura de la novela de Sacher Masoch “La Venus de las Pieles”.



1- La historia

                   Nos encontramos en la casa de Severin. Un amigo suyo acaba de tener un sueño extraño. Ha soñado con una mujer que afirma que sin felicidad no puede haber pareja posible, que la continuidad de una relación sin amor es una crueldad, y que en el amor siempre hay quien es dominado y quien domina, quien es yunque y quien es martillo. Severin le responde que su sueño tiene mucho que ver con una historia vivida por él, y que seguramente el cuadro que se encuentra en la habitación ha inspirado su vieje onírico: es un retrato de una mujer, con Severin a su lado. Ese cuadro no ha salido de la nada. Su historia es la que Severin se propone que su amigo conozca. Toma un cuaderno de notas de un cajón, y se lo rebolea para que mire: toma y lee, es la invitación…

                   Severin se encuentra de vacaciones. Conoce a una mujer, Wanda, y se enamora. Ya en uno de sus primeros diálogos, la mujer presenta su postura: ama lo que le gusta y hace feliz, y que cuando algo le deja de gustar y ya no lo quiere, rompe lo establecido y busca algo nuevo. Con el correr de los días, Severin le propone matrimonio. La contestación de Wanda es que lo quiere, pero que no se puede casar por que cuando se toma un deber, es aceptar un compromiso, en este caso de por vida, y ella no puede aceptarlo porque no puede asegurarle que lo querrá por siempre. Se abre una situación imposible que no nos haga ruido en tiempos precarios: el tiempo conspira contra el placer por aquello querido ahora. ¿Cuál es la respuesta de Severin? Leamos:

                   Tengo dos ideales de mujer. Si no puedo encontrar el ideal noble, el radiante, una esposa que comparta fiel y bondadosamente mi destino, ¡entonces quiero lo que sea, todo, menos algo tibio, a medias! Entonces prefiero entregarme a una mujer que no sea virtuosa, que no sea fiel, que no tenga piedad. Ese tipo de mujer con su grandeza egoísta es también un ideal. Si no puedo gozar completa y entera la dicha del amor, deseo saborear hasta las heces sus dolores, sus tormentos; ser maltratado, traicionado, por la mujer  la que amo. Y cuanto más cruel sea, tanto mejor. ¡También eso es placer! 

                   Wanda acepta las condiciones de Severin, y firman un contrato. En él, Severin entrega todos sus derechos a Wanda, convirtiéndose en su esclavo, donde esta puede hacer con él lo que quiera, y el pacto solo se rompe si ella lo considera necesario.


2- ¿Cómo vivimos el amor?

Hoy en día sirve mucho para pensar esta imagen. Expone la crisis de una manera de vivir el amor, en cuanto pareja que se elije permaneciendo inmutable por tiempo indeterminado. ¿Cuál es esta imagen? Por un lado tenemos a Wanda, donde encontramos la volatilidad del deseo, la erosión de lo amado y el éxodo del placer. Por otro lado, una imagen de Severin que más allá de su anatomía, es una referencia de experimentación de cómo habitar el amor, alejándose del mandato del deber y tratando de reconquistar activamente el deseo de su pareja amada. Wanda diferencia el amor como deber con el amor como alegría. Si ya no se disfruta, el amor agoniza y la relación es anémica de sentido y termina pereciendo. Es verdad que la defunción del vínculo implica sufrimientos en alguna de las partes, pero siempre es condición para que haya placeres, que haya sufrimiento. De una relación basada en una pareja que se elije para siempre, donde el magma que la enciende va mermando y esta permanece inmutable, generando resquemores, pasamos a pactos situados, donde se busca activamente fogonear el lazo amoroso, y que cuando ya no va más, se corta. En este intento de encender su pareja, encontramos a Severin proponiéndose como esclavo.

Cuando hablamos de amor hablamos de miles de amores: de hermanos, fútbol, amigos. Pero sabemos que estamos hablando de otro amor… Y ese amor no deja de ser un invento: si, un invento; el enamorarse no es producto del funcionamiento de un programa que ya viene instalado en nosotros desde que nacemos: es una amalgama viscosa de discursos, rituales, sensibilidades, maquinas de subjetividad. El amor romántico es histórico, artificial y arbitrario, pero no por eso inexistente o sin sentido. Es algo que existe, nos afecta, pero no es algo que viene desde siempre y por siempre será. Hoy en día es una manera de relacionarse que asoma como agrietada, pero al mismo tiempo, que sigue siendo intensamente buscada. Pero antes de seguir lo dejo bien claro: no digo que no existan parejas donde se quieran para toda la vida, donde se amen y disfruten de su relación.  A su vez, dos cosas más: por un lado una necesidad de reinventar el amor y, por otro, que el amor no tiene por que ser salvado.

No intento ahora emprender un cuadro acabado del paisaje de relaciones amorosas ni una valoración de las mismas, sino solamente remarcar algunas de las que más conocemos y nos encontramos que afectan comúnmente. Los que buscan una pareja, sedientos, casi desesperados, y no encuentran, padeciendo una suerte de soledad-pánico. Las obsesivas-paranoicas, donde se quiere, pero se ata, se agobia al otro con deseos personales; la pareja tiro, donde está el que “no se comprometen”, o cuando lo hacen se desenganchan fácil dejando tirado; las que están bien pero no disfrutan, no están rotas pero tampoco plenas; hablo de parejas aburridas. Ni hablar que estas figuras aparecen mezcladas, y más que nada provocan sufrimiento por que en algún momento se logra construir algo en común, pero en el devenir temporal surgen diferencias, y las cosas empiezan a ser vividas unilateralmente, dando lugar a una incompatibilidad de deseos cuando debería ser algo mutuo. Estos virajes y cortocircuitos están hechos de las diferentes situaciones que son materia prima de época, como pueden ser falta de tiempo, quilombos de guita, distintos intereses y proyectos de vida, miedos, diferentes códigos de cómo manejarse (fidelidad, por ejemplo), llegada de hijos o los hijos están y son de otro, y así hasta el infinito…  Pero la manera en que nos afectan las cosas, hablan más de nosotros que de la cosas. Por lo tanto, hay que pensar hoy que es lo que somos, para que vivamos esta realidad y como se puede intervenir para no postrarnos en la impotencia.


3-  Placer y sexualidad

Más allá de –al menos en mi caso- falta de identificación con las características de la propuesta de Severin, hay algo que me pareció increíble, y es la subordinación del placer sexual a un segundo plano. No deja de haber fascinación física, pero lo que embelesa a Severin fundamentalmente son los maltratos, los insultos y el castigo que le imprime Wanda. Encontramos entonces una imagen que desplaza lo sexual como principal experiencia de goce. Es muy común hoy el protagonismo de lo corporal a la hora de la seducción y el levante, donde el encuentro sexual surge como lo más buscado, y no solo para gozar, sino también para querer (Una vuelta una piba que mostraba una foto, tira: ¿Cómo no voy a estar enamorada de este pibe, no ven la tabla de lavar la ropa que tiene...?).

Nos ubicamos entonces bajo otra falsa dicotomía: me niego a restaurar la horma ascética y vigilante de los cuerpos, pero al mismo tiempo no puedo aceptar que muchas vivencias son actos de liberación… Lo sexual continúa funcionando como la clave para diseñar identidades, sensibilidades y saberes sociales. Cuerpos que viven preocupados de cómo modelar una estética como señuelo de placer, trabajando en él para ser consumidos, sea con dietas, gimnasio, ropa, cremas, y más… Lo sexual como el principal recurso del que se nutre el resplandor áulico del cuerpo-marca, para lo cual no hace falta ocultar nada, sino vociferar todo desde cualquier esquina.

Pero a su vez habría que revisar no solo como se usamos el sexo, sea para ocultarlo o exponerlo, sino pensar como se construye, y quitarlo de un lugar preponderante, negar su estatus de monopolio de la felicidad. Ya alertaba Michael Foucault que cualquier fuga de los anillos del poder lo sexual no debía ser percibido como el lugar por excelencia del placer. Del “hoy las pibas están más zarpadas” al “ustedes los hombres son todos unos pajeros”, la discusión –no menor- no puede quedar solamente en “si mostramos o no” sino en cómo construimos nuevas maneras de vivir, multiplicando las fuentes para nuestros placeres. Y muchos dirán: si, si, pero es más lo que se insinúa que lo que se termina concretando. Les respondo: ni hablar, pero que discutamos que se concrete o no ya está marcando los contornos de una pantalla de juego que es el foco donde tenemos que ponernos a pensar. De ahí el impacto que nos genera la figura de Severin, donde creativamente el castigo irrumpe como plano erótico que busca activar el pulso vital de una relación que se escape del mandato del “amor para toda la vida”, pero que al mismo tiempo, no descansa en un pesimismo de que es imposible mantener lo efectuado en cuanto sostener una relación amorosa. Que compartamos o no la apuesta de Severin, no implica que no rescatemos experiencias para repensarnos a nosotros en esta paradoja de no desear recato, pero también una incomodidad de formas de disfrutar de nuestros sentidos en la época que nos tocó vivir.


4- Sobre el interés y el amor

Habíamos dejado en la firma del contrato, por el cual Severin se transformaba en esclavo de Wanda. Miles de vivencias se disparan: azotes, humillaciones, trabajos serviles, y hasta un Severin presenciando cómo Wanda está con otros tipos. Atravesados por continuos cambios de opinión y de sus estados de ánimo, estallan interferencias y discusiones en la pareja: Severin se siente usado por Wanda. ¿El motivo? Que lo golpea por golpear, por puro entretenimiento, y que no lo respeta. Como conclusión: ya no hay amor. Severin rompe unilateralmente el contrato y claudica la relación. Este es su último diálogo:

-         Sois efectivamente cruel –he dicho, vuelto hacia Wanda.
-         Únicamente ansiosa de placeres –ha respondido con salvaje humor-; el placer es lo único que hace valiosa la existencia. Quien desee tener placeres ha de tomar la vida con jovialidad, en el sentido de la antigüedad; no ha de temer jamás disfrutar a costa de los demás; no le es licito tener piedad (…) Nunca ha de olvidar que si los otros lo tuviesen a él en sus manos, tal como él los tiene a ellos en las suyas, harían con él lo mismo. Y entonces él tendría que pagar con su sudor, con su sangre, con su alma, los placeres de los otros.

El placer sin reconocimiento por el otro, no significa que no haya amor; hay amor, pero amor por sí mismo. El dejar tirado, donde la otra persona figura poco menos que como desecho, significa un elevado cariño por el ego. Me quiero a mi mismo, y ese es un amor que licua al otro como otro, lo instrumentaliza y lo transforma en prótesis erótica (Aclaro –una vez más- que esta es una posible matriz de pareja, criticable o no, pero no es una deformidad de un patrón verdadero a respetar que siempre subyace a todo lo existente).

Pero no es todo tiro o pareja. Hablo de relaciones obsesivas y hasta fanáticas. Situación que puede ser deseada por la persona encadenada como bunker ante los coletazos de la precariedad, o también desgastar por lo denso y cortar de una. Es clima de época flacos zarpados en celos y secuencias violentas (todavía recuerdo estar en Liniers cagado de frío, esperando un bondi, y una mina pegándole a un pibe con la cartera y este dándole murra con un cable de teléfono…). Amores paranoicos y policiales, donde alguien es feliz solo si el otro es como él quiere que sea; por lo tanto, también es en el fondo un amor por sí mismo, que ningunea al otro como alteridad viviente transformándolo en un extensión de sí mismo.

En ningún caso el otro es alteridad donde se arma algo en común, sino mismidad con uno, mero apéndice. De ahí que necesitemos quebrar otra falsa dicotomía como la de “Interés vs. Amor”. Tanto en el caso de la pareja-tiro, como del amor policial, hay una relación con el otro, como si ese otro fuera una cosa… En una como posesión, consumo y desecho; el otro, como apropiación que atesora y sumerge en el agobio.

Lo que genera este paisaje, sumándose a la seducción que implican estas figuras de por sí, es como se expresa en el discurso de Wanda, que ante el daño recibido y el sufrimiento provocado, no creo más en el otro, me resguardo y no me entrego, y se sigue reproduciendo una sensibilidad donde el construir un mundo para habitar con otro aparece como peligroso o sin sentido; se alimenta así la lógica de los egos narcisistas y a su vez ellos tampoco serán reconocidos cuando necesiten ser reconocidos, engendrando de esta manera una circularidad autodestructiva.

No se trata tampoco de repartir culpas o dar lástima (algo tan común hoy también) negando la importancia de cortar con algo y provocar sufrimiento (como alguien “sometido” a una relación obsesiva), sino de considerar al otro como una alteridad, que por más que no sea yo, tampoco es algo completamente ajeno, que el otro tiene algo de mí. Hagamos lo que hagamos, siempre tiene consecuencias, efectos en la otra persona, que por más que no me vea yo afectado directamente, si toca algo propio. La pregunta es –y justamente, en tiempos de indiferencia- en nombre de qué sentidos y valores proclamamos lo que está bien o mal, lo que provoca alegría y sufrimiento, sin caer en humanismos que proclaman una esencia del ser humano a respetar por sobre todas las cosas, pero tampoco en relativismos cabeza de termo, donde da todo lo mismo.


5- Creación y apuesta política

Termina el amigo de Severin de leer la historia. Se preguntan los amigos cual es la moraleja. Severin dice que el hombre y la mujer nunca podremos ser compañeros, ya que las diferencias y la subordinación de las mujeres con nosotros los hombres implica una tensión permanente, de ahí que solo se puede lograr en una pareja un equilibrio a partir que una de las partes domine a la otra, que una sea yunque y la otra martillo.

Nos quedan hormigueando varias preguntas: ¿Cómo construir un lugar en común, pero dejando márgenes de libertad, y a su vez, como esta libertad no está confabulando permanentemente a destronar cualquier compañía? ¿El amor es una dependencia de la cual somos conscientes, pero querida de todas maneras? ¿Siempre hay uno que se halla subordinado al  otro? ¿Es una ilusión la igualdad? A su vez: ¿Por qué el tiempo evapora el amor o por lo menos el placer de lo que amamos? ¿Solo es posible el amor hacia una sola persona? ¿Puede haber amor hacia un ser y disfrute de placeres –como el sexual- con diferentes personas? ¿Qué nuevos valores se necesitan ir forjando para nuestros cuerpos que escapan a los corsés de lo heredado? Severin habla de la liberación de la mujer con respecto al hombre, y nos preguntamos también: ¿Qué sucede con otros géneros? ¿Qué nuevos ensayos de experimentar el amor pueden proveer? Tampoco olvidemos las distintas vivencias generacionales, donde son diferentes las maneras de experimentar el amor y sus diversas expresiones, saberes, estéticas, sensibilidades y demás.

Como una posible manera de encarar estas preguntas –y tantas más- podemos retomar dos conceptos de Bergson. Adaptación por Repetición y Adaptación Creativa. Adaptación por Repetición es la postura que ante una situación crítica de nuestras vivencias, darle a nuestras afecciones las soluciones ya estipuladas por lo dado. Ahí aparecen las distintas figuras que fuimos enunciando, como la obsesiva, la soledad-pánico, y demás. Por otro lado tenemos una Adaptación Creativa, que es la invención de nuevas formas de afirmarnos. Pero la creación es una batalla entre miles de relatos, estéticas, códigos, que portan diferentes sentidos; es gigante el caudal de relatos que circulan sobre el amor: publicidades, literatura, revistas, portales, terapias, religiones…

De ahí la urgente necesidad de politizar la afección amorosa. Y una manera es pensar sobre él; si no se piensa, nos piensan. ¿Pero como es ese pensamiento? ¿Qué movidas hay que inventan maneras de habitar el amor? Generar estas formas no es una política de segunda comparada con otras, sino que es una intervención sobre una inquietud vital: por lo tanto hay que considerar estas apuestas para las relaciones de pareja como capaces a su vez de replicarse en otras situaciones candentes, como patologías sociales, criminalización de pibes y pibas, mercantilización de la cultura, formas de gestión estatal, y así muchos más…

La Adaptación Creativa no regatea en gastos de energía: ante la inquietud de alguien amado, que necesitamos conquistar o sostener una relación ya constituida, de esa necesidad latente puede brotar una intensa imaginación creadora de nuevas formas de ser; por eso la experimentación de Wanda y Severin es increíble, y el personaje de Severin más que nada. Si bien no es todo voluntad, sino también la necesidad de saberes, recursos, sensibilidades, es imprescindible una pizca de heroísmo. En una parte del libro dice Wanda: el deseo sigue la mirada, y el goce sigue el deseo. Todo deseo de cómo vivir una experiencia es digna en sí misma; y esta es una gran paradoja de la novela que nos electrifica el cuerpo: Severin se ofrece como esclavo, es cierto, pero allí encontramos una potencia política tremenda. Lejos de una actitud débil, emprende una activa estrategia para que se efectúe su deseo, -como es el arduo trabajo de convencer a Wanda, por ejemplo- y cuando se da cuenta que lo boludean, corta la cosa. Más allá del rechazo que me provoca gran parte de la propuesta de Severin, es innegable que puede funcionar como una imagen que nos inspire creativamente para pensar e intervenir en tiempos de precariedad amorosa, demostrando una vez más lo poco que sabemos que puede un cuerpo, y más todavía, si es un cuerpo enamorado.




                           Andrés

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