miércoles, 3 de octubre de 2012


Cuando la franela es como la gamuza
(Croniquita sobre La sinfónica ricotera)





Un cartel de El avaro de Moliere. Al lado, otro con la iconografía de Oktubre anuncia Un Concierto Redondo: Tributo sinfónico a Patricio Rey. Estamos en la puerta de un teatro para vivir una noche ricotera. Curiosidad en la previa, ¿una qué? Una sinfónica que hace temas de los redondos, ¿no viste los videos en youtube?

Había que estar ahí. Un poco para ver qué onda, para explorar esa rareza de ricoteros en un teatro, pero también,  porque todo lo que contenga un PR conecta con alguna fibra sensible y nos  moviliza. Así que tampoco es cuestión de engañarse, hubo poco espacio para la elección, fuimos servidores del impulso.


Afuera. Una muestra a escala teatral de una misa ricotera. Algunos pibes con latitas de cerveza sentados en el cordón. Un loco que iba y venía con una bandera del Indio colgada en la espalda. Muchos de treinta y pico y cuarenta y algo, varios sub-20 y pocos de más de ciencuenta. Presencia mayoritaria del ricoterismo de clase media-ilustrada, pero también rostros morochos y curtidos del ricoterismo barrial; algún pelado, alguno de pelo largo raya-al-medio, estilo clavado en los primeros años de los noventa. Pibes con anteojo y saquito, pibas con botitas de viernes por la noche, vagancia en pulóveres de alpaca, zapatos que sostienen laburantes que llegan desde la oficina. En fin, el policlasismo ricotero presente. En las charlas se olfatea el paso del tiempo; se habla de la coyuntura política, de los vaivenes de la vida laboral, de los arreglos y las decoraciones que se están haciendo en la casa, de alguna anécdota recitalera de vieja data. Subjetividades ricoteras que la adultez va escondiendo bajo la ropa y las “responsabilidades” sociales.  

Adentro. Los acomodadores, extrañas figuras para la percepción ricotera, nos llevan a nuestras butacas. El desafío está planteado; transformar por unas horas al ricotero en un espectador, tenerlo sentado bah, maniatarlo.

El comienzo de la función se demora. El teatro ya está repleto. De la platea de arriba cuelga un trapo y un pelado noventista (de los noventa clandestinos, por supuesto) se encarga de golpear la pared interpelando, vamos loco, canten, ¿son ricoteros o no? Algunos aprovechaban (ejem, aprovechábamos) los ansiosos aplausos de la espera para hacer surfear los coros de Preso en mi ciudad o de Ya nadie va a escuchar tu remera.

El show. Apenas se apagaron las luces, se encendieron algunos fasos. Comienza la función; un flaco de traje, remera de PR y zapatillas, da la bienvenida y presenta la primera parte del concierto, es la sección de piano, la más intima. El chiste irrumpe –como toda la noche, una de las maneras de hacer legible eso extraño que estábamos viviendo fue a través del chiste- cuando aparece el pianista,  che, me cagaron, devuélvanme la guitaese no es el Indio.

Los arreglos con piano y los del quinteto de cuerdas (Entonces viene Skay, jaja. Vamo los violine, locooo!), fueron quizás los más potentes y conmovedores; El arte del buen comer, la intro de Gualicho, Preso en mi ciudad, Vencedores vencidos, Nuestro amo juega al Esclavo, que sonó realmente épica. Los arreglos del Coro del Di tella, interpelaban y eran ovacionados, pero también provocaban risas. Caña seca y un membrillo parecía un jingle de una publicidad de pañales.

Después de cada tema, estallaba la ovación y el chiste,  Mira el director del Coro, al menos es pelado, ¿no? Jaja. Ta linda la de la punta eh, la piba mira y se ríe. Difícil mantenerse en el molde, por momentos había que taparse la boca para no gritar. De a poco, las manos se sueltan y se agitan, se escuchan gritos y alaridos. Toda la noche se vivió la dialéctica entre el incipiente agite y el pedido de silencio (vamooo loco/shhhhh). Únicamente superada antes de Juguetes Perdidos -con arreglos de coro-, cuando el Director habilitó formalmente el agite, “Pueden cantarla, eh”. Ovación. Un permiso que a esa altura estaba de más; el tema se iba a agitar. Si queres que la cantemos, saca al coro, che…jajaja. Varias pantallas de blackberris iluminan la sala. El enano ricotero que todos llevamos dentro estaba completamente embriagado. Terminado el tema, volvía la ovación. Los músicos saludaban, la recibían, pero sabían que esos aplausos no eran de ellos. O mejor, ellos eran los mediadores. Porque tampoco eso era del todo nuestro, solos -sin ellos, sin estas excusas perfectas- no podríamos generar estos climas, valgan como testimonios los famélicos banderazos pidiendo regresos imposibles. Por supuesto,  todo se lo debíamos a Patricio Rey (no podemos librarnos de su ilusión).

Llegó el momento de ji ji ji, ahora hay que dar vuelta todo, eh, jaja. Los cuerpos se inquietaban en las butacas, algunos amagaban con pararse, otros movían los brazos inquietos. Indudablemente, vivir –no se trata únicamente de escuchar- ji ji ji sentados, era demasiado violento. Nos reprimíamos, intentábamos quedarnos inmovilizados, sabiendo que esas butacas y esa arquitectura -preparada para separar individualmente los cuerpos-, impediría que nos diluyéramos en un pequeño pogo.

A esta altura, algo se había activado. Mecánicas corporales irreversiblemente dañadas por los tics del agite. Por momentos, nuestras percepciones estaban transfiguradas, viviendo el como si, capturados por la embriaguez ricotera.  Probablemente nadie hubiera protestado si desaparecía la banda de escena y bajaba una pantalla gigante proyectando un recital redondo…

El concierto está en sus minutos finales. Se escucha un masivo, vaaamo los redoooo! devuelto con sonrisas desde arriba del escenario. El director-presentador toma la palabra, “Bueno, nosotros estamos acá haciendo esto, para pedirles a los redondos lo mismo que ustedes, ¡¡¡Que se vuelvan a juntar!!!. Ovación.

Ahora todo es mucho más real y sincero. Los grandes arreglos y las versiones quedan en segundo plano. Estábamos todos ahí para otra cosa. Para invocar a Patricio Rey, para rendirle tributo, para llamarlo, para pedirle una vuelta más. Se encienden las luces y el final nos deja pensando. Diez años después de la separación, en el tramo final de un año sin recitales del Indio, entre nostalgias y búsquedas de lo nuevo, entre rechazos de las modas retornistas y anhelos de vueltas imposibles, entre capturas mediaticas y políticas por arriba, y vitalidad y vigencia por abajo, el ricoterismo sigue latiendo.  La frase deviene certeza; ciertos fuegos no se encienden frotando dos palitos, y no se apagan con solo soplarlos. Vaya si lo hemos aprendido, tanto, que pasa el tiempo y seguimos jugando con el mismo fuego.




                   Por: Anónimo (en la búsqueda de un nombre)



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